-Quiero hablar con la Administradora de la tienda, por favor. -le dijo un joven rubio, medianamente apuesto, pero con una voz que mostraba mucha seguridad. No. Seguridad no. Molestia.
-¿En qué le podemos ayudar? ¿Ha tenido algún problema en la tienda? ¿Lo han atendido mal? -le respondió la muchacha que atendía la caja de pago, con mucho interés en tratar de resolver la situación, y salvar de esta manera a alguna compañera de trabajo, antes de que fuese demasiado tarde. Porque, una vez entraba la señora Renata en la escena, todo estaba perdido. Y lo mejor era, tratar de salvarse entre ellas.
-Es algo muy delicado que sólo lo puedo discutir con ella. ¿Me la podría llamar por favor? ¿O decirme dónde la puedo encontrar? -respondió él sin darle oportunidad de cumplir su intensión de salvación.
-En ese caso, ahora la llamo. Puede esperarla allí en esos asientos, que ella en breve viene por aquí. -le respondió ella con resignación.
-Joven. Joven. -dijo ella dirigiéndose a aquel joven sentado en los asientos frente a ella. -Estoy con la administradora en línea, y me indica que necesita saber de qué se trata. Usted sabe. Ella está muy ocupada en este momento.
El joven no le respondió, pero se levantó y se acercó a ella y tomó el teléfono que ella sostenía en la mano, paralizada por el inesperado abuso de confianza. Habló muy poco, pero todas las palabras que dijo él, fueron escuchadas con claridad y extrema atención por la muchacha. Al menos las que salían de boca de el joven. De todas las palabras que él pronunció, tres fueron las que recordó con más intensidad. Y es que la cosa estaba bastante grave. Las palabras fueron, Drogas y Lucía Souza.
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Hans salió de la Reunión con Renata con una sonrisa en los labios. Una sonrisa que mostraba que se retiraba con la satisfacción de haber logrado su cometido. Detrás de ella salió la administradora con otro tipo de rostro. Uno que mostraba una mezcla de rabia y satisfacción. Rabia porque no era posible que allí, en su propia tienda, estuviese habitando una persona tan baja y vil. Una delincuente que se dedicaba a vender drogas y que escondía sus malos oficios detrás de una máscara de responsabilidad. En su propia tienda. Y bajo sus narices. Solo Dios sabía si también había vendido esa porquería entre sus compañeras de trabajo. Pero también estaba contenta porque al fin tenía una escusa válida para despedir de manera inmediata a esa atrevida, que creía que por ser nacida en el mismo pueblo que ella, tenía derecho a venir a perturbarla en su propia tienda. A ella, que había jurado que nunca tendría ninguna relación con ese maldito pueblo al que había olvidado ya hacía muchos años atrás y que, gracias a esa muchachita que pronto saldría de su tienda y de su vida, había tenido que volver a recordar.
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-Allí sale esa delincuente. -dijo con satisfacción. Con alegría. Una alegría apenas contenida y que lo obligó a hacer un supremo esfuerzo para mantenerse quieto cuando lo que en verdad quería era correr. Saltar de felicidad al ver a Lucía salir corriendo por la puerta de servicio, llorando y sin mirar atrás. Despedida como lo que era. Una delincuente que merecía eso y mucho más. Si la policía no había querido atraparla y meterla en el lugar donde se merecía, él lo haría. Y hacerla despedir de ese empleo era el primer paso para obligarla a des enmascararse.
Durante la charla con Renata, Hans notó algo que le hizo intuir que esta tenía algún tipo de rencor o rabia. Algo que no tenía nada que ver con la tienda. Un odio personal. Al parecer no era la única persona a quién le había hecho daño, pensó para justificar aún más su misión ese día.
Pero no era momento de ponerse a pensar. Tenía que seguirla. No debía perderla de vista para poder continuar ejecutando el plan de desenmascararla. De obligarla a recurrir a sus cómplices. A los que le venden esas drogas que ahora estaban matando a su amigo, y de esa manera darle opción de filmarla y luego llamar a la policía con esas pruebas irrefutables. Ella no iba a burlarse de él, ni de sus amigos. Ya lo vería.
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'Esto está resultando mucho más fácil de lo que pensé', se dijo Hans cuando vio que Lucía salía de la tienda con un rostro de frustración, señal inequívoca de que no había logrado obtener el empleo que ofrecían en el letrero de la puerta de ingreso. Tenía ganas de cruzar la calle y decirle un par de cosas que tenía atravesada en su pecho. Decirle que fue él quien la hizo despedir de su empleo. Que por culpa de ella, su amigo de toda la vida estaba en una clínica, drogado. Que nunca la dejaría vivir, hasta que la vea entrar en la cárcel para evitar que siga causando tanto daño a la gente inocente. Que se rinda y que de una vez vaya con sus proveedores para que él la pueda filmar.
Pero, a pesar de que todo esto se lo dijo mentalmente, Hans logró vencer su ansiedad y prefirió seguir con su misión de seguirla. En algún momento, eso estaba seguro, ella tendría que dejar de buscar un empleo para esconder su verdadera actividad. Y tendría que dirigirse a alguna de las tantas favelas que había en la ciudad, y hablar con su cómplice. Era sólo cuestión de esperar. Con paciencia.
Hans esperó unos segundos para darle tiempo que ella se alejara lo suficiente para que no sospechara. Cruzó la calle a paso veloz hasta la entrada de la venta de la que acababa de ser rechazada Lucía y se quedó mirándola con mucha atención mientras se alejaba un poco más. Mientras esperaba sintió que alguien se detenía a su lado. Instintivamente se dio la vuelta y vio una figura confusa que no permitía saber si era hombre o mujer. O algo intermedio, como las que ya era costumbre de ver en esa ciudad.
-¿La conoces? -preguntó esa figura andrógina que seguía a su lado, mirando fijamente a la figura de Lucía alejándose.
-¿Yo? No. No la conozco. -respondió Hans sin poder esconder los nervios en la voz, nervios que aumentaron aún más al darse cuenta que su respuesta, muy a lo contrario, mostraba de manera muy lógica que sí la conocía.
-No la conoces. -respondió con lentitud aquella persona, como si le costara pronunciar las palabras. -No parece. Ella te gusta. Se ve.
Al terminar de decir esas palabras, se dio la vuelta y se dirigió, sin mostrar mayor interés, hacia el interior de su tienda. Por su parte, Hans quedó aún más confuso por aquella absurda conclusión.
-¿Gustarme, ella? Eso es absurdo. -dijo Hans en voz alta para sí mismo, ya que aquella extraña mujer u hombre, ya no se encontraba para escuchar su respuesta. -No puede gustarme alguien que hace tanto daño. -siguió diciendo en voz alto para justificarse ante sí mismo. -¿Por qué ha dicho aquellas cosas esta mujer? Está loca. Imposible. ¿Acaso mi cara muestra que me gusta? Es increíble. -siguió diciendo todavía mientras Lucía se perdía a lo lejos.
Recién cuando Hans se dio cuenta de que ella ya no estaba a la vista, dejó de hablar para sí mismo y corrió en dirección del lugar donde ella había desaparecido. Su búsqueda no fue fácil, pero por suerte logró encontrarla en uno de esos restaurantes de empleados en la que servían comida barata. Comida que nunca en su vida se hubiese imaginado él en comer. Pero tuvo que hacerlo. Con tal de no perder de vista a aquella delincuente, valía bien la pena el sacrificio. No podía permitirse el riesgo de volver a perderla de vista. Eso era impensable.
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Ojos Abiertos
Viễn tưởngContinuación del libro "Lúcida", de la Serie: "La Dimensión Dormida". Lucía queda atrapada bajo el poder de un demonio que, cada vez que ella queda dormida, la tortura y aterroriza hasta niveles que ella no logra soportar, haciéndole despertar en lá...