Un fuerte sobresalto hizo que Lucía casi se cayera del asiento donde había estado durmiendo. No supo si gritó o no, pero igualmente tenía la sensación de haber escuchado su voz cuando el fuerte dolor en su abdomen le causó la muerte y, con eso, su salida de esa pesadilla.
-¿Te duele algo? -escuchó decir a un muchacho que, instintivamente, la sujetó para que ella no se cayera de su asiento, al despertar de esa manera tan impulsiva.
-No. No es nada. Gracias -fue lo único que atinó a decir ante la inesperada presencia del muchacho. -Muchas gracias.
-Es que me pareció que te dolía algo. ¿Seguro estas bien?
-Si. Gracias por tu preocupación. Fue sólo una pesadilla. Pero ya pasó. Ya estoy despierta.
-Sí. Tienes razón. Ya estás despierta. Parece que fue una fea pesadilla.
Lucia no dijo nada, pero asintió con la cabeza para confirmar las palabras de aquel apuesto muchacho que insistía en seguir hablando con ella y con una atención a la que ella no estaba acostumbrada.
-¿Y tienes seguido ese tipo de sueños? -siguió diciendo ese muchacho ante el prolongado silencio de Lucía.
-Algunas veces. -dijo ella no sabiendo qué más responder. -Pero parece que esta vez fue muy fuerte.
-Sí. Me di cuenta por la forma que temblabas y por las... -dijo Hans sin terminar la frase pero señalando sus ojos en clara señal de que se refería a las lágrimas que había visto rodar por su cara mientras soñaba.
-Disculpa que no me haya presentado. Me llamo Hans. -dijo para cambiar el tema de la conversación, un tema bastante incómodo para ella.
-¿Lucía? -respondió ella en forma de pregunta, como si preguntara, ¿quién eres tu?
-Vine a esperar a un tío que se supondría que iba a llegar durante la noche. -mintió Hans -Pero hace poco tiempo me llamó para decirme que pospuso su viaje para la próxima semana. Me hizo esperar en vano, ¿te puedes imaginar? Debió avisarme antes.
-Sí. Tienes razón.
-¿Y tú?
Lucía no supo qué responder. No a un desconocido.
-Yo también. -le mintió ella. No podía estarle contando su vida a todo el que se le apareciera por la calle. ¿Qué pensaría él si le dijera que no tenía dónde dormir, o que no tenía un empleo, ni dinero ni nada? -Pero parece que me dormí y estoy segura de que ya se fueron. Y si no voy pronto a casa, es también seguro que me van a regañar. -intentó bromear, sin mucho éxito.
-Gracias por tu gentileza. -siguió diciendo ella. - Deben estar preocupados por mí. Tengo que irme. -dijo e intentó levantarse para retirarse del lugar, pero su cuerpo apenas le respondió.
-¿Estás bien? -le preguntó Hans al verla intentar, repetidas veces, levantarse.
-Sí. Estoy bien. Gracias. -dijo ella, pero una intensa sensación de cansancio y debilidad, le impedían incorporarse, a pesar de todos los esfuerzos que ella hacía.
-Si me permites, te ayudo. -le dijo él preocupado al verla intentar, una y otra vez, sin resultado.
No esperó respuesta y se levantó para luego abrazarla con la intensión de ayudarla a ponerse de pie. Pero ella, a pesar de que ya estaba parada, no pudo mantenerse en esa posición y Hans tuvo que seguir sujetándola para que no cayera.
-No sé. No entiendo lo que me sucede- -dijo ella avergonzada por lo que estaba pasando con su cuerpo. -Nunca antes me había sucedido algo similar.
-No te preocupes. -le respondió él, como si fuera lo más normal, para no hacerle sentir más incómoda de lo que ya estaba. -A mí me ha sucedido muchas veces. -siguió diciendo en tono de broma. -Y yo soy mucho más pesado. Imagínate lo que han tenido que sufrir. -rió él.
-Pero es que yo no estoy…- empezó a decir Lucía, cada vez más incómoda.
-No. No me refiero a que tu hayas bebido algo. Disculpa. Qué tonto soy. -respondió Hans, avergonzado por su inoportuno comentario. -No fue mi intensión.
Lucía no respondió. Su cansancio era demasiado intenso para ponerse a discutir en ese momento.
-Debe ser el hambre. -dijo él para cambiar el tema. -O el cansancio por la espera. Seguro es eso.
-No. Es mi pesadilla. -pensó Lucía en voz alta, pero con una voz apenas perceptible. -Eso es. Es el demonio.
Eso le hizo traer la imagen de los últimos instantes de su sueño, cuando hábilmente logró hundirse la tijera en el abdomen para poder morir y liberarse de su captor.
Pero algo más vio en la escena. Algo que no había visto, o más bien no se había percatado cuando sucedió. Y era la imagen de otra persona. Pero era alguien que no había estado antes. Estaba segura que no era fruto de la creación del demonio, como Renata. Era un polizón. Alguien real que se había metido en sus sueños fugazmente. Alguien que, ¿quería ayudarla? Al reconstruir su sueño vio que le hizo señas de que no lo haga. De que no se suicide. Pero no la vio. No en ese momento. Además que la tijera ya había iniciado su viaje por entre sus entrañas. Quizá le estaba advirtiendo. No. Seguro le estaba advirtiendo de las consecuencias de ese suicidio. Consecuencias que estaba pagando en ese momento, con esa extrema debilidad. Pero, esa no era la primera vez que se suicidaba en sueños. Y nunca antes le había sucedido esto. Pero, esta era la primera vez que lo hacía en medio de una pesadilla provocada por ese demonio. Eso era. Ya no tenia dudas. Era el demonio el que le había quitado toda su energía. No tenía otra explicación.
Hans, al no recibir ningún tipo de oposición de parte de Lucía, que estaba más preocupada por lo que sucedía en su mundo interior, de lo que pasaba allá fuera en el mundo real, la alzó sin mostrar mucho esfuerzo y la llevó lentamente, hasta una cafetería de la estación. Tampoco Hans tomó mucha atención a las miradas curiosas que le lanzaban todas las personas de la estación, al verlo llevar en brazos a una muchacha que apenas podía sostener su cabeza.
Luego de un no muy largo paseo, llegó finalmente a la cafetería y la sentó sobre uno de los sillones, para luego sentare él mismo a su lado, pendiente de lo que pudiese sucederle a ella.
Hans hizo señas para que la muchacha que atendía las mesas, y que lo vio llegar con mucha curiosidad e interés, viniera a recibir el pedido. Ante el silencio de Lucía, Hans tuvo que escoger por ambos el menú. La mesera, más atenta a la forma curiosa en la que habían entrado sus clientes, tuvo que hacer que Hans le repitiera dos veces el pedido.
-Yo invito. -le dijo cuando la mesera se había retirado de la mesa y estaba ya a buena distancia.
Lucía, incomoda por la gentileza a la cual no estaba acostumbrada, más si provenía de un desconocido, no supo qué decir. Solo miró, con mucha atención, el ambiente del restaurante, con la vana esperanza de que nadie la hubiese visto entrar así, en brazos.
Ya, sentada en aquel restaurante, empezó a sentir un poco más de energía. No mucha, pero la suficiente para empezar a tomar atención al mundo exterior. Y ese muchacho, ¿de dónde había salido? ¿Por qué hacía eso por ella? ¿Qué quería hacerle? No podía comprender cómo ese muchacho tan apuesto estaba allí, a su lado. Si nadie había querido ayudarla, ¿por qué él sí?
Lucía se sintió injusta con sus pensamientos. La ciudad en la que estaba no era fácil, eso era verdad. Pero sí habían personas que la habían ayudado. Como Joao. O la señora Thainá. O sus amigas de la carcel. Helga. Luis Carlos. Mucha gente. Y este muchacho. ¿Por qué no? No todos eran malos en la ciudad. Además, quizá, su suerte, estaba empezando a cambiar.

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Ojos Abiertos
FantasiContinuación del libro "Lúcida", de la Serie: "La Dimensión Dormida". Lucía queda atrapada bajo el poder de un demonio que, cada vez que ella queda dormida, la tortura y aterroriza hasta niveles que ella no logra soportar, haciéndole despertar en lá...