Capitulo 26

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El desayuno estuvo muy sabroso, pero lo más importante fue, que le devolvió algo de la energía perdida. Después de terminar de comer, sintió que mejoraba. Aunque esto fue ocurriendo de manera gradual. Muy lentamente. Más lentamente de lo que Lucía hubiese deseado. Y no porque la estuviese pasando mal. Todo lo contrario. Porque le daba vergüenza que ese muchacho fuese tan amable con ella. Al principio él permaneció callado, respetando la poca disposición que tenía ella para poder responder. Pero, cuando ella ya pudo concentrarse más y tuvo la suficiente energía para hablar, empezaron a conversar. Al inicio algunas palabras relacionadas con su situación, con esa debilidad que nunca antes había sentido. Luego sobre la ciudad, el clima y tantas otras cosas que se les fueron ocurriendo a medida que pasaba el tiempo. Intentaron un par de veces levantarse, cuando ella se sintió bastante mejor. Pero no. La energía todavía no había llegado a recuperarla totalmente. Era mejor esperar.

-No te molestes por mí. -le dijo Lucía en muchas oportunidades.

-No te preocupes. No es molestia. Además no tengo nada mejor que hacer. De todas maneras la estoy pasando bien. -le respondía él y seguía allí, sentado, acompañándola. Y ella sentía una mezcla de vergüenza y de alegría que no podía esconder.

-¿Seguro no te estoy perjudicando? -insistió ella una vez más, preocupada por el tiempo que él estaba perdiendo allí por culpa suya.

-No te preocupes, que no me molesta para nada estar aquí.

-Pero, ¿no tienes algo importante qué hacer?

-Hoy estoy libre, así que no. No tengo nada más importante qué hacer. O mejor dicho, estoy haciendo algo importante. Estoy rescatando a una joven que necesita ayuda de un caballero. -dijo él sonriendo, haciendo que Lucía se ruborizara de manera notoria.

-Disculpa por las molestias. Y muchas gracias por lo que haces por mí. Eres una muy buena persona. -le respondió ella para tratar de calmar esa sensación de calor que le quemaba la cara. Al parecer, la energía estaba retornando a su cuerpo, después de todo. -Sé que te estoy perjudicando. No me mientas.

-No. En serio. No me perjudicas en nada. -le respondió él con cierta vergüenza en la voz. ¿Cómo decirle que en realidad era él quien la había perjudicado? ¿Cómo decirle que él había hecho que la despidan de su empleo, no una sino dos veces? ¿Cómo decirle que ella estaba allí por su culpa? -Hoy tenía el día libre.

-No sé. No te creo. -le dijo ella con una sonrisa de incredulidad.

-En realidad yo estudio y trabajo en la empresa de mi padre. Pero no estamos en exámenes, así que no hay problema. 

-Pero, ¿y tu trabajo?

-No tengo nada importante para hoy. Lo hago mañana. Mi padre no se molesta. Aunque no lo creas, soy un muy buen empleado. Por eso es que me permito algunos días libres. ¿Y tú? ¿Qué haces? -preguntó él de manera mecánica, pero se arrepintió tan pronto la dijo. Él sabía qué hacía ella. O mejor dicho, qué ya no hacía porque él la había hecho despedir.

-Por el momento estoy sin empleo. -le dijo ella luego de varios segundos de silencio en los cuales no supo si mentirle o decirle la verdad. Había algo en él que le hizo pensar que no merecía la pena mentir. -Pero estoy buscando. Y muy pronto lo conseguiré. No te preocupes. -intentó sonreír ella para minimizar su molesta situación, pero sin mucho éxito.

-Yo te puedo ayudar a conseguir uno. Conozco varios amigos que están necesitando que alguien los colabore.

-Pero es que yo... -dijo ella sin saber qué responder. Esto no podía estar sucediendo. No era posible que un día fuese tan diferente del anterior. Ayer, que todo le salía mal, y hoy que estaba junto a aquel joven apuesto que le ofrecía trabajo. Gracias Dios mío por tu ayuda. Gracias a todos los ángeles.

-No hay escusa. Ahora mismo llamo. -dijo él y sacó su teléfono móvil y buscó entre sus contactos a quien hablar, para luego presionar su nombre.

La conversación fue muy larga y divertida. Pero al final de la charla, ella ya tenía una entrevista de trabajo. No era en una tienda, como su trabajo anterior, o como en los varios trabajos que la rechazaron el día anterior. Ahora iba a ser una asistente en una empresa. ¡Asistente en una empresa! De eso no tenía ni idea. Nunca antes había trabajado en una empresa, pensó ella desesperada. Pero nunca antes había trabajado en una tienda, y sin embargo lo hizo bien. Vaya que lo hizo bien, pensó ella al recordar lo bien que hablaban de ella las clientes. No. La señora Renata nunca habló bien de ella. No sabía por qué, y nunca lo sabría. Pero los clientes sí. Y en esa empresa también lo haría bien. Esa era la única salida si quería seguir viviendo allí. Pero, ¿por qué seguía insistiendo en ayudarla? ¿Quién lo había enviado a ella? ¿Cuál es su otra intensión? ¿Y si era uno de esos reclutas que convencía a muchachas para luego prostituirlas? Le habían dicho que eran siempre muy divertidos y simpáticos. Lo feo llegaba después.

-¿Qué piensas? -le dio él luego de haberla estado mirando atentamente por un largo tiempo.

-Nada. Gracias. Es que todo esto es muy extraño. Nunca me había sucedido antes. -le dijo ella. No se le ocurrió nada más.

-¿Extraño por qué? -le preguntó él y la miró fijamente a los ojos.

-Tú. Con todas esas atenciones hacia mí. Me ayudas para que no me caiga. Me invitas a comer. Me consigues empleo. Todo.

-Es lo que haría cualquier persona si es que te ve en el estado en el que te encontré. La verdad, parecías un zombi. Dabas miedo. -rio él e hizo un gesto de querer infundirle miedo.

-Gracias. En verdad.

-No es nada Lucía. Y ahora que somos más amigos. ¿Qué es lo que te sucedió? Durante tus sueños, me refiero.

Lucía, avergonzada por la pregunta, fue poco a poco relatando lo que le había sucedido durante la pesadilla de esa noche. La tienda. La violación. El suicidio. La atenta mirada de Hans, y toda la gentileza y familiaridad brindada desde que ella despertó de ese infierno, le hicieron liberar todo ese peso que había estado soportando aquellos días.

-¿Sabes qué son los sueños lúcidos? -le preguntó ella a mitad de su conversación.

-La verdad que no. -mintió Hans.

-Es cuando sueñas, pero sabes que estás soñando. -empezó a decir Lucía, en la que sería una larga conversación. Pero Lucía no podía ser irresponsable y exponer sólo las partes interesantes. Tenía que alertarle también sobre las cosas malas. Sobre los demonios que atacan a aquellos que sueñan. No debía permitir que Hans también sufriera lo que él y Luis Carlos estaban sufriendo. No sería justo para con este muchacho tan atento.

'Entonces es verdad todo lo que Jürgen nos dijo', pensó con preocupación Hans luego de escuchar el largo relato de Lucía. Relato en el que le hizo saber por lo que ella, y Luis Carlos, tenían que sufrir cada vez que dormían. Una vez más se sintió culpable con esa muchacha que, no sólo tenía que sufrir en sueños un terrible infierno, sino que también tenía que hacerlo en el mundo real, y todo por su culpa. Pero eso ya estaba cambiando. Era lo mínimo que tenía que hacer por ella. Pero también tenía que hacer algo por el amigo. No podía dejar que siga sufriendo pesadillas similares a las que tenía Lucía. Debía alertar a su padre. Eso era urgente. Pero Lucía no debía enterarse que él lo conocía. No por el momento. 

Ojos AbiertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora