Capítulo 30

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Capítulo 30

Una rosa roja sin espinas descansaba junto a mi almohada, directamente frente a mí, unos brazos rodeaban mi cintura y una respiración rítmica susurraba en mi oído, sonreí ampliamente, sin necesidad de voltear sabía de quien se trataba.

Su característico aroma a pino y oyamel acarició con delicadeza mi nariz.

Aquella noche, después de mi confesión con la luna, decidí regresar a casa de la abuela, pues no podía permanecer varada en la calle corriendo riesgos más que nada asociados a mi enfermedad, cuando llegué me alivie demasiado al saber que María no le había permitido a mi madre quedarse allí, solo sonreí a medias, le agradecí con un murmuro y me adentre en la habitación de Martin, aquella que a pesar de todo servía como mi escape de la realidad, pero no me servía tanto como un refugio antibombas porque Alexander es el único capaz de frenar una bomba nuclear por mí, pero me resultó tan reconfortante tener ese espacio solo para mí que tan solo al tocar la almohada caí rendida y después no supe ni lo que paso.

Al darme la vuelta, vi sus preciosos ojos cerrados, sus pestañas largas acariciando los pómulos rozados que sudaban ligeramente por las extremas temperaturas del ambiente, sus facciones faciales estaban relajadas, durmiendo profundamente y de una manera tan serena que te inspiraba seguridad, pero al pasar la punta de mi dedo índice y rozar desde el entrecejo de su frente hasta su nariz, causé que se despertará y se pusiera alerta, instintivamente posé una mano en su mejilla y le acaricié, su piel suave tocó mi delicada palma, sus ojos al encontrar los míos se calmaron y sin decir nada pasó una mano por mi cintura y me atrajo hacia sí, sentí el calor que emanaba su cuerpo y traspasaba la remera blanca que traía puesta, enterré mi cara en su pecho y aspiré su aroma, el me abrazó fuertemente y trazó círculos en mi espalda y al mismo tiempo que jugaba con mi cabello.

Sobre su hombro divisé una camisa a cuadros de él, tirada justo en el piso y sonrió, que descuidado era, pensé, aunque al ver esa simple acción recordé que mi padr... Justo, tenía la misma manía de arrojar todo al suelo.

─Mi padre...─ comenté, pero comencé a llorar tan solo pronunciar aquellas palabras, mis lágrimas cayeron violentamente como las gotas de lluvia justo un día antes de conocer a Alex, traté de controlarme, pero me fue imposible, mi dolor era como el ojo de un huracán, desgraciadamente arrasaba con todo.

─ Shhh, no digas nada─ me pide.

─ tengo que hacerlo, necesito desahogarme─ imploré.

Él asintió y procedí a contarle todo, entre sollozos y quejidos, pero aun así el me entendió y aunque por más mínimo que fuera, se sintió bien contarle todo a una persona en la que realmente pudieras confiar, pues además de ser tu medidor es tu mejor amigo, tu mejor opción, tu mejor... tu mejor todo.

─ Cara...

─ no digas nada y bésame ─ susurré, dejé de lado mi timidez y sin esperar respuesta me lancé a sus labios sin importarme nada, se sintió tan bien poder hacer algo sin que resultara tener una doble identidad o un secreto, el me devolvió el beso y no me reprochó nada, solo me estrechó contra él y me mimó en silencio.

─ ¿y quién te guio aquí? ─ pregunte dudosa.

─ El amor que me dijo donde vivías ─ comenzó a narrar a Shakespeare con una sonrisa en su rostro, aunque la borró rápidamente ─ Cara... ¿tú quieres a Justo?

Su pregunta me descolocó, pero asentí ─ entonces eso es lo único que te debe importar, tal vez él no sea tu padre en cuestión genética, pero si en cuerpo y alma y eso es lo único que vale, la esencia de las personas y la de uno mismo, ambos están conectados y así como tú lo quieres él te quiere y eso no lo cambia nada.

─ lo sé, pero ¿y mi progenitor? ─ pregunté, me tenía bastante inquieta la situación y sabía que Justo no dejaría de ser mi padre ni porque la reina de España me lo impidiera.

─ ¿de verdad lo quieres conocer? ─ inquirió demasiado serio.

─ Si─ confirmé un poco dudosa.

─ Entonces yo me encargaré de encontrarlo y de que lo conozcas.

─ ¿enserio? ─ en realidad si me hacía ilusión conocer al hombre que me creó, aunque no sabía qué esperar de eso ─ ¿y si me lastima? ¿Y si no es lo que yo espero? ¿estarás ahí para mí?

─ Sino ¿entonces para que soy tu refugio antibombas?

Cogí la rosa roja y la miré anhelante, según mi padre las rosas rojas representan el fuego de la pasión y el amor verdadero, ¿Alexander en realidad me amaba?

Con la misma rosa pasé sus pétalos desde su cabello, hasta sus ojos, sus mejillas y sus infinitas pecas y finalmente sobre sus carnosos labios.

─ Te quiero. ─ dije sin pensarlo y por un momento me entró el pánico.

─ Yo te quiero más─ mis mejillas se sonrojaron, adquiriendo un rojo igual de vivo que el de la flor, pero esas simples palabras me hicieron sentir mejor que nada.

─ Si el manto de la noche no me cubriera el rubor virgen subiría a mis mejillas, recordando las palabras que esta noche me has oído. En vano quisieras corregirlas o desmentirlas... ¡¿me amas?! Sé que me dirás que sí, y que yo lo creeré.

─ Jurote amada mía, por los rayos de la luna que platean la copa de estos árboles...

─ No jures. Aunque me llene de alegría el verte, no quiero oír esta noche tales promesas que parecen violentas y demasiado rápidas.

─ ¿y no me das más consuelo que ese?

─ Solo te diré dos palabras...─ pero la frase no terminó como en Romeo y Julieta si no a mi manera, terminó con mi verdadero yo-... soy tuya.

Era oficial. Ese fue el modo en que me convertí en novia de Alex.

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