Capítulo 2

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Capítulo 2

Y el diluvio, continua, llueve a mas no poder, el día esta triste y el color gris de la mañana hace que mi cuarto se entristezca aún más, serían cerca de las 8 am, no faltaba mucho para que el personal trajera mi desayuno y pudiera ducharme, me siento pegajosa y sucia por el sudor y las lágrimas que derramé ayer, espero que la enfermera en turno sea Glenda.

Ella en una agradable treintona pelirroja muy amable y carismática, me agrada mucho platicar con ella y siempre hace su trabajo bien, ella se encarga de que me sienta cómoda, todo a su alrededor es agradable. Me hace sentir por un momento en mi vida que soy una persona normal.

Alguien llama a mi puerta, sé que es el personal y sin esperar respuesta este entra.

Me llevo una gran decepción por que la enfermera en turno no es Glenda, si no, es un enfermero, un chico.

─Hola buenos días... ¿uhm? ─ al parecer no sabe mi nombre, de manera incomoda rasca la parte trasera de su nuca. Si me lo preguntan un gesto demasiado varonil.

Sin duda es una persona noble, debe tener como unos 20 años, estudiante de enfermería o medicina, no estoy muy segura, pero a leguas se nota que es universitario, debo reconocerlo es muy, muy guapo, es alto, delgado pero musculoso, tés blanca, cabello castaño claro y ojos azules, unos preciosos ojos azules.

─ Cara─ me presento, regalándole una tímida sonrisa. O un intento de sonrisa, pues me siento tan demacrada que temo tener ojeras o incluso tinte azul en la parte blanca de mis ojos, como suele suceder.

─ Buenos días, Cara─ dice devolviéndome la sonrisa- uhm... Glenda no estará por un tiempo tuvo una emergencia familiar, así que soy yo quien la remplazará.

Pobre Glenda, espero que todo en su familia este bien, hace unas semanas me comento que su hermana daría a luz y parece que el parto era complicado ya que tendría unas preciosas gemelas, recuerdo que prometió que cuando su hermana se recuperara de toda esta loca aventura ambas me traerían a las gemelas para conocerlas, Sara y Lluvia.

Glenda y yo, a menudo nos las imaginábamos con unos mofletes enormes y sonrosados, ambas vestidas con ropas iguales y ese dulce aroma que desprenden los bebes inundaría la habitación, cubriendo un poco el olor a fármacos.

─ Oh─ es lo único que sale de mi boca y admito que con un tono nervioso─ ¿y tú eres?

No puedo evitar juguetear con mis dedos, es una especie de tic que aparece cuando estoy ansiosa.

─ Lo siento soy Alexander─ susurró, volviendo a frotar su cuello.

─Alexander─ repito su nombre confirmándolo, saboreándolo entre mis labios─ bien Alex, ¿que hay para desayunar hoy?

El un poco aturdido sale al pasillo por el carrito de comida, se mueve elegantemente, casi con profesionalidad, pero obviamente se nota un poco avergonzado.

─ Fruta picada, panecillos de chocolate y jugo de naranja.

No estaba mal, pero creo que el tiempo que Glenda estuviera ausente pasaría bastante lento, pues mi única amiga no estaría presente para alegrarme el día.

─Bien─ asentí, normalmente soy una chica tímida, pero en ausencia de una persona con ese porte parecía sumisa. Tratando de aligerar el ambiente apenas esboce un atisbo de sonrisa.

─ ¿Dónde tomaras tu desayuno, linda? ¿en la cama o en la mesa? ─ su pregunta me tomó por sorpresa, ¿de qué méritos gozo para que me llame linda?, y automáticamente mi sonrisa sumisa cambio drásticamente con una chispa de diversión.

Huesos de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora