Capítulo 33

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Capítulo 33

¿El hijo de Francisco?

¿Francisco mi padre?

¿Entonces él era mi hermano?

─ ¿Qué? ─ pregunté totalmente confundida.

Nadie respondía, se creó un silencio sepulcral.

─ ¿Qué? ─ volví a chillar.

─ Cara ─ tartamudeó mi madre tratando de acercarse a mí.

─ Ni te me acerques ─ grité enfadada, nadie se movía, nadie respiraba y todo comenzó a frustrarme aún más.

Me abrí paso entra la multitud de mi alrededor y me fui, avance sin mirar atrás y me sorprendí que no trataran de detenerme, escuché pisadas tras mío y al girarme estaba Román.

Sinceramente esperaba a Alex, pero en su lugar estaba esté chico petulante.

─ ¿quieres explicarme que está pasando? ¡me perdí! ¿qué tiene que ver mi padre contigo?

─ Lo mismo quisiera yo saber─ comenté.

Una risita estúpida surgió ente ambos, eso fue suficiente para que comenzara descargar mis penas. Se lo conté todo, creo que sacarlo fue bueno para mí, no podía retenerlo más.

─ Haber, ¡para! ─ indicó Román un poco alucinado por la descarga de información que acababa de recibir ─ entonces somos algo así como hermanos? ─ inquirió.

─ Supongo ─ me fue difícil aceptarlo pues todo era una idea descabellada.

─ ¿y tu padre?

─ ¿hablas del tuyo también?, pues supongo que en casa─ dijo restándole importancia.

─ ¿Cómo es? ─ quise saber de pronto.

─ En realidad casi no convivo con él, es decir vivimos bajo el mismo techo, pero tenemos una manera totalmente distinta de pensar.

─ ¿Por qué lo dices?

─ Pues, no lo sé, si a mí me gusta algo él se niega y todo lo que él quiere hacer es aburrido. Somos como el día y la noche.

─ ¿y tu madre?

─ Me dejo cuando niño ─ no entendí muy bien esa parte ¿Cómo que lo dejo?

─ ¿murió? ─ pregunté, veo que todos tenemos problemas en la vida, aunque nunca creí que se fueran a entrelazar con los míos.

─ Me abandonó

─ Lo siento ─ su confesión me cayó como agua fría.

Nos encontrábamos sentados en la arena con la vista en el mar, mis rodillas tocaban mi barbilla y estábamos en un silencio permanente. Cada quien estaba sumido en sus propios pensamientos.

Recordé aquellos días en los que nadaba con Alex en la piscina y decidí nadar, pues el agua disipaba mis penas. Hoy era el cumpleaños de Ansel, pero sinceramente no me preocupé, tenía otras cosas en las que pensar.

No me moleste en quitarme la ropa, simplemente me adentre en el mar, Román me siguió. Disfrute de la salinidad en mi piel. Al nadar el agua se sentía un poco pesada y confieso que temía que las olas pudieran ser demasiado fuertes y pudiera romperme algún hueso, pero afortunadamente eso no sucedió. Estuvimos horas flotando cerca de la orilla y jugueteando con los peces e incluso intercambiamos comentarios y nos salpicamos un poco. No me preocupe ni por la abuela ni por Alexander. Quería ser egoísta por un momento y pensar solo en mí.

─ ¿te gustaría conocerlo? ─ preguntó Román, su pregunta me tomo distraída.

─ ¿a francisco? ─ cuestione solo para corroborar.

El asintió.

─ No lo sé, tal vez algún día─ confesé.

─ ¿Por qué no ahora? Sirve de que todo sale a la luz de una buena vez ¿no?

Pensé en su propuesta y en realidad era lógico. Para que buscarle tres pies al gato sabiendo que tiene cuatro.

─ ¿me guías?

─ Por supuesto.

Moría de nervios, pero ya no quería más secretos ni sorpresas quería que todo se aclarara de una buena vez.

Caminamos por la playa hasta llegar a una construcción de doble piso. Esta era enorme, con potentes ventanales y balcones de lujo, era muy moderna y las chocitas de palmas que había afuera para descansar hacían que la casa obtuviera un toque tropical.

─ ¿entramos?

Tragué saliva, pero al final accedí.

Nos metimos por una puerta de cristal corrediza y pronto mis pies estuvieron sobre baldosas blancas y me recordó al aséptico hospital de los Bush, las paredes estaban pintadas de un inmaculado color marfil, todo era de vidrio y materiales blancos, todo perfectamente colocado y rebozando de limpio, ni el hospital tenía un toque como este. La sala que se encontraba a la derecha vestía unos impresionantes sillones blancos, al igual que dos camastros modernos, el piso de esta era de madera a diferencia de las baldosas del recibidor, sobre las mesitas de cristal se encontraban fotos en portarretratos platas, sin ninguna mancha o huella digital que se haya quedado marcada. Todo era impresionante.

De la cocina emanaba un olor exquisito de frutas tropicales, más que nada, el olor del mago predominaba en el ambiente.

─ ¿papá? ─ llamó Román

Pronto se formó un nudo en mi garganta.

─ ¿sí? ─ se escuchó desde la cocina.

─ Necesito hablar contigo ─ sentencio el chico.

─ Es urgente? voy a salir ─ gritó Francisco.

Román me miro y rodó los ojos. Estaba realmente nerviosa, mis palmas sudaban y todo mi cuerpo temblaba, el chico bufó y dijo:

─ Si es urgente.

De pronto un hombre ligeramente bronceado de cabello cano apareció en la estancia con una bebida amarilla en un vaso de cristal.

Él me sonrió y miro inquisitivamente a su hijo.

─ ¿Es tu novia? ─ pregunto pícaro.

─ Ella es Cara Elkeles, ¿la conoces?

Y antes de que él pudiera formular una respuesta las palabras brotaron de mi boca.

─ ¿papá? ─ su sonrisa se borró por completo.

Huesos de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora