Capítulo 9 || Es real

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Mi cuerpo se siente pesado.

Abro los ojos lentamente adaptándome a la luz del día que se cuela por la pequeña ventana. Observo sin moverme todo a mi alrededor descubriendo que aún sigo en este jodido hospital.

Suspiro profundamente removiendo la válvula de aire artificial que permanece en mi nariz. Respiro ampliamente al quitar esa mierda de aparato. Intento moverme, pero el dolor en mi cuerpo me obliga a quedarme como estaba. Frunzo el ceño al pensar en que me siento como si un camión me hubiese pasado por el cuerpo.

Como si fuese un recordatorio de mi miserable vida, el recuerdo de los hechos llega golpeando nuevamente mi corazón. Los latidos del mismo se alteran sin poder evitarlo. Mi respiración, aunque es rápida puedo controlarla.

Esto es mucho, demasiado diría yo. Ella no puede ser Anastasia. Recuerdo claramente haber enterrado su cuerpo. Joder, si aún recuerdo su muerte como si fuese ayer...


—Es hora hijo —escucho la voz lejana de mi madre.

El dolor que siento al verla frente a mí con sus ojos cerrados y saber que una vez baje este ataúd no la volveré a ver más, me parte el alma en miles de pedazos.

—No puedo, mamá. —Un sollozo escapa de mis labios. —No puedo— susurro de manera casi inaudible sintiendo un vacío inmenso en mi cuerpo. Un nudo se ha instalado en mi garganta, mientras mis ojos desprenden infinidades de lágrimas que en estos momentos me vale mierda derramar—. No quiero dejarla ir.

Mi voz es totalmente rota por el llanto que ha atacado mi cuerpo. Me quito las gafas oscuras y admiro por última vez su rostro. Ese hermoso rostro que durante noches enteras adore. Verla dormir era uno de mis pasatiempos favoritos, y en estos momentos estoy odiando saber que nada será igual, que el vacío que siento en mi pecho será aún mayor al dejarla bajar.

—Hermano, no hagas esto más difícil —dice Elliot limpiando una lágrima que corre por su mejilla.

—¡No quiero! —digo con firmeza y la voz casi irreconocible por el llanto—. No quiero, hermano. —Lloro como un niño. —La amo con mi vida —susurro acariciando el cristal que protege su rostro. Limpio mis lágrimas, pero es imposible, muchas más descienden por el dolor más grande que he podido experimentar en mi vida. Tomo la rosa blanca que permanece en mi mano y dejo un húmedo beso en ella. En ella va una mínima parte del amor tan inmenso que siento hacia ella. Trago saliva con dificultad para luego colocarla sobre el cristal—. Bájenla —digo con decisión. Me alejo sintiendo el frío helado del abandono. Un frío que permanecerá conmigo por siempre. —Te extrañaré toda mi vida —digo por último viendo como su cuerpo desciende...


Una pequeña lágrima resbala por mi mejilla al recordar el dolor con el cual enterré aquel día a mi nena. Fue un dolor que aún puedo sentir fluir por mi pecho, esa sensación de ahogarte con sentimientos tan fuertes e intolerantes, una agonía intensa que quebró por completo mi alma...

—Me alegra que estés despierto. —Soy interrumpido por la voz de Taylor.

—Dime que no me estoy volviendo loco —susurro con tristeza limpiando una pequeña lagrima que desciende por mi mejilla en dirección a la curvatura de mi cuello.

Mi mirada está clavada en el techo blanco y pulcro del cuarto de hospital, intentando creer que aún estoy bien, que mi mente está centrada en el presente y simplemente las alucinaciones son un juego de mi consciencia.

—No lo estás, amigo. —Vuelvo mi mirada hacia aquel hombre que durante mi adolescencia me impulso a salir de aquel pozo de mierda en el cual me encontraba:

La Sombra de mi Ángel #1 (Saga Sombras, Grey)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora