Todo tiene un precio

175 17 37
                                    


      La oscuridad no tardó mucho en desaparecer. O eso me pareció a mí. Ya había perdido la noción del tiempo y tan solo sentía una parte de mi cuerpo. Me escocía la nuca, donde me habían pinchado con a saber qué. El resto de mi cuerpo estaba paralizado. O eso me pareció. No tenía nada claro en ese momento. Todo se estaba desmoronando a mi alrededor y yo lo único que quería era volver a ver los ojos de Walker. No podía estar muerto, ni de broma.

Cuando pude, entreabrí los ojos con lentitud. No sabía dónde me encontraba, pero al menos ya sabía que no estaba sola. Cuando me acostumbré a la luz de la habitación paseé mi vista perezosamente por la sala para saber hasta dónde demonios me habían arrastrado.

—Al fin te despiertas... Pensaba... Pensaba que lo que te habrían inyectado sería... —dijo (o intentó decir) Mason.

A mi alrededor solo se veían cuatro paredes blancas sin nada que me indicara o me diera alguna pista de dónde estaba. Había una sola estantería de hierro, también blanca, en la que se posaban cientos de botes de cristal de distintos colores. También había mesas de laboratorio y una percha con tres batas blancas. Tan solo había dos claraboyas en el techo, de donde no entraba luz porque, al parecer, seguía siendo de noche.

Miré a Mason y después a mí. Nos habían atado las muñecas y los tobillos a unas sillas metálicas y di gracias a que, al menos, nos habían sentado. Sabía que si me tenía que poner ahora en pie, sería en vano.

—¿Qué está pasando, Mason? —conseguí preguntar.

—¿De qué te acuerdas?

—Recuerdo que Rebecca apareció en Westminster Abbey y que, cuando quise arrancarle los pelos de la cabeza, alguien me lo impidió.

—No me refiero a eso. Ya sé que recuerdas lo que ha pasado esta noche. Te pregunto que qué es lo que recuerdas de tu pasado. No tenías ni idea de quién era Rebecca, eso lo sé. Pero ¿hay algo más? Tiene que haberlo.

No aparté mis ojos de los suyos grises. Me estaba mirando con una expresión preocupada, casi temiéndose algo.

—Bueno, no me acuerdo de muchas cosas... Te podría decir de lo que sí que me acuerdo y acabamos antes —bromeé. Aunque sabía que no era el momento perfecto. En absoluto. Pero le conseguí sacar una ligera y casi imperceptible sonrisa.

Sabía que, si quería no despedazarme y romper otra vez a llorar, tenía que hacer cualquier otra cosa que no fuera pensar en Walker o mi familia.

—No recuerdo nada de la universidad. Y eso también incluye a mis compañeros y profesores. Es como si hubiera un agujero negro en mi etapa de los veinte años.

—No... ¿No te acuerdas de mí tampoco? —dijo en un susurro de voz, como si fuera a rompérsele si la alzaba más.

—Lo siento... Aunque sí que, a veces, tenía pequeños recuerdos, como escenas de mi vida, en los que aparecías tú.

Alzó la mirada algo más esperanzado.

—Y sabes que éramos novios, ¿no?

—Algo intuí —contesté de la forma más suave posible.

—¡¿No te acordabas?! —preguntó agitado—. Maldita sea... No debimos hacerlo, Aby. Te lo dije... ¡Te lo dije, maldita sea, D'Uberville!

—¿Qué fue lo que me dijiste?

Volvió a clavar sus ojos con los míos. La esperanza que había visto hacía unos segundos había desaparecido. Parecía abatido.

—Tal vez lo mejor sea contártelo desde un principio. —Esperó a que afirmara con la cabeza para continuar—. Tú, Abigail, junto con Rebecca y conmigo éramos estudiantes de química de nivel avanzado. Somos, como nos llama la gente, "superdotados". Y por eso nos juntaron aquí en Londres, en Oxford para ser exactos, a los tres con otros alumnos de nuestro nivel. Nos hicimos amigos y, una de nuestras conversaciones se alargó y llegamos a pensar que podríamos inventar algún brebaje para que nos dieran el premio Nobel de química.

En el enigma [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora