Primer paso, hecho.

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Ya habían pasado tres días desde que me decidí a dejar de darle falsas esperanzas a Walker, quien había salido ya del hospital. Le dieron el alta por la mañana y desde entonces no había hablado con él. Estos tres días fueron bastante relajantes, solo me dediqué a dormir, comer y más dormir, pues parecía como si el de las notas se hubiera tomado las vacaciones de navidad por adelantado.

Faltaba un día para las fiestas navideñas, otra fiesta que odiaba. La odiaba, no por lo que se celebraba, sino porque siempre estaba sola por aquellas fechas. Me venían recuerdos de mi familia sin parar, cuando miraba la foto del camafeo y cuando no. La navidad había sido la fiesta favorita de mi madre, siempre le había gustado decorar toda la casa y parte del jardín lleno de luces y decoraciones navideñas. Cuando entrabas por la puerta de casa no faltaba nunca el olor a postres. La cocina era una locura, llena de cup cakes, tartas de manzana, galletas de jengibre, bombones, de todo. La alegría de mi madre era contagiosa, si ella sonreía el resto también. Pero sin ella, ahora todo era diferente.

Pasé a la cocina y no había magia, no estaba esa chispa que le daba mi madre. Cogí aire y sostuve las lágrimas en los ojos. Estaba claro que este año iba a ser peor que el anterior. Las navidades pasadas fueron bastante horribles; éramos, una caja de galletas, la tele y yo. Fue triste visto desde fuera, pero aún peor vivido desde dentro. Lo pasé en Dublín, cuando huía de lo desconocido y este año en Nueva York, conociendo lo "conocido".

-¿Vas a traer ya el chocolate o tengo que ir yo? –Gritó Caroline desde el sofá.

Me irritaba que no hubiera pared entre la cocina y el salón, aparte de que cuando cocinabas olía todo a eso, porque en estos casos, cuando tienes a una impaciente como Caroline, te observa todo lo que haces.

Me di la vuelta y la miré secándome algunas lágrimas.

-Abigail... No llores, no soporto que la gente esté triste. No sé consolar.

-No lloro. –Dije forzando una sonrisa-. Ya no. Te lo prometo.

Se levantó del sofá y se sentó en el taburete de la isleta. Apoyó la cabeza en las manos, poniendo los codos sobre la mesa, y se quedó mirándome.

-¡Y si hacemos una casita de jengibre! Podríamos salir a comprar los ingredientes y así te da un poco el aire.

Hice un momio y puso los ojos en blanco.

-¡Oh, venga! Te vendrá bien un poco de azúcar, te estás quedando en los huesos. –Se levantó de golpe y me cogió de la muñeca.

-No, Caroline. No me apetece salir...

Me mandó callar.

-No me pongas la escusa del frío.

-Es que hace frío. ¡Está nevando!

Me fulminó con la mirada y cogió los abrigos. Me lo lanzó y cogió dos pares de guantes, que también me los tiró al pecho. Frustrada, me los puse y cogí las llaves de casa.

-Espera. –Chilló poniéndome un gorro de lana-. Ahora sí.

Solté una carcajada y tiré de ella para que saliera ya. Si me había sacado de casa, que fuera pronto cuando me trajese.

La calle estaba resbaladiza por el hielo, los tejados estaban cubiertos de nieve y ya habían encendido las luces. Era bonito, pero lo era más ver a Caroline sonreír de oreja a oreja al ver a un niño que pasaba por la calle. Decían que la navidad era un momento mágico y yo lo estaba empezando a sospechar también.

-Había una tienda por aquí cerca, ¿no? –Preguntó.

Afirmé con la cabeza y bajamos la calle. Todas las tiendas estaban iluminadas con luces navideñas y los escaparates estaban decorados excesivamente.

En el enigma [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora