uno - él

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-Enséñame los brazos.

-No.

-Enséñamelos.

-He dicho que no.

Se escucha un suspiro.

-Como quieras.

La señora de bata blanca da la señal. A los pocos segundos, dos manos con guantes de silicona grises me sujetan por la cintura y otras dos tiran de las mangas de mi camiseta negra hacia arriba, dejándome los brazos al descubierto.

-¿Ves? No hay nada. Ni uno- digo mientras me aparto con brusquedad, quedando libre de nuevo de toda presión a la que he estado sometido hace apenas unos segundos.

La doctora se acerca a mí para examinarme más detenidamente, buscando cualquier evidente signo de violencia o daño reciente  en cualquier parte de mi cuerpo, incluyendo brazos, manos, barriga y muslos.

Al final se detiene, dándose por satisfecha.
Entonces me mira con cara de satisfacción y me muestra su más falsa sonrisa.

-Eso está muy bien, muy, pero que muy bien, Dani.

-Daniel. -le corto.

-Daniel.. -se aclara la garganta- Dos semanas seguidas sin ningún corte. Lo sabía, sabía que podríamos salir de esto juntos.

-Juntos no, zorra. -murmuro entre dientes para que no pueda escucharme.

-¿Decías algo?

-No, nada.

-Bien.

Normalmente le habría soltado un par de indirectas sobre lo poco que me agrada compartir con ella el aire de esta habitación, o del mundo en general, pero eso por ahora no entra en mis planes, al menos si de verdad quiero salir de este manicomio en el que me tienen encerrado.

Si mi madre me estuviese escuchando ahora mismo, pondría cara de horror, se tocaría el pelo nerviosa y me diría algo así como "por Dios, Daniel, no digas eso, esto no es un manicomio, es un lugar en el que te ayudan a solucionar tus problemas".
Y lo sé porque lo lleva repitiendo cada vez que menciono las palabras "manicomio", "loquero", "sitio lleno de gente loca", "presos de la locura" o cualquier sinónimo que tenga algo que ver, para referirme al infierno en el que me encuentro desde hace casi un año.

Es curioso cómo fue todo al principio, cuando sólo iba una vez por semana (si es que me daba por aparecer) y por tan sólo una hora.
Pero conforme pasaban los días, las semanas, las quincenas y los meses, la frecuencia con la que asistía al centro fue aumentando considerablemente, hasta llegar un punto en el que consideraron (sin contar en ningún momento conmigo, por supuesto) que para la cantidad de horas que pasaba aquí dentro sería mejor trasladarme por completo.

Así que ahora vivo aquí, si es que a este lugar de mierda se le puede llamar casa.

¿Y qué pasa con mi familia?
Ah, sí.
Esa que un día se preocupó por mí, y ahora no tiene tiempo para otra cosa que no sea trabajar, viajar y venir de vez en cuando a ver como va todo eso del "papeleo".
Y si hay suerte ya vendrán a saludarme, o me mandarán una postal desde una lujosa terraza de París, como queriendo restregarme toda la mierda en la que estoy metido hasta el cuello.

Sí, esa familia con esa increíble madre que sólo viene de vez en cuando para repetirme las mismas palabras "dentro de poco vas a estar bien, no te preocupes", como quien le habla a un loco y le dice que no lo está.
Y eso por no hablar de ese increíble padre al que llevo más de dos meses sin ver, sobre todo si tenemos en cuenta que la última vez que nos encontramos fue porque entró por error en la habitación que no era.

Sí, esa, mi maravillosa familia.

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