catorce - él

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-No, no pienso ir. De ninguna manera.

-Claro que vas a ir, Daniel, y me da igual lo que digas esta vez. No me valen las excusas, ni tus intentos de distraerme para perder tiempo y hacerme cambiar de opinión.- mi madre suspira mientras se acerca a mí con pasos torpes y apoya una mano en el hombro de mi padre.
Suspira de nuevo.

-Daniel, cielo, tienes que ir. Entiende que después de todo lo que has y hemos pasado, es necesario que empieces una nueva vida. Y lo primero es eso, ir al colegio y hacer cosas de chicos normales- se pasa la mano por el pelo y me mira con ojos cansados. Ja, como si aún alguien pensase que soy normal.

-He dicho que no y es no. No pienso ir a ese sitio de mierda con esa gente de mierda. Así que olvidaos de esto. De esto y de mí.

Miro una vez más a los dos adultos que tengo en frente y que una vez fueron mis padres, sin sentir absolutamente nada, y salgo por la puerta trasera dando un portazo.

Oigo como mi madre estalla y llora, como cada noche, y yo sé que no puedo hacer nada y realmente me da igual.
Es increíble que lleven ya más de una semana tratando de convencerme para que vaya al colegio y todavía no hayan pillado que no pienso ir.

Recorro las frías calles de los alrededores sin levantar la cabeza del suelo.
Los coches se paran cuando cruzo el semáforo, y yo no me digno a mirar al conductor.

Llego a una puerta blindada y con barrotes metálicos que me hace acordarme de la del centro, y un cartel grande encima de él con letras granates y gruesas que me advierten de que ésto es un colegio.
Quizás sea el destino el que ha querido que llegue aquí como una especie de señal o algo así (aunque, claramente, no creo en esas mierdas).
Aún así, miro a lo lejos tratando de divisar algo raro o que me llame la atención.

Hay un grupo de niñas pequeñas cerca de la puerta, y me fijo en sus carcajadas cuando una de ellas se equivoca en el juego de palmas o se tropieza saltando a la comba. Hay dos que se están abrazando entre risas.
Parecen felices.
De hecho, casi podría jurar que lo son.

El edificio es de ladrillo, y me lo había imaginado peor pero, en realidad, no parece ni tan oscuro ni tan viejo como había creído que sería.
Tiene una puerta grande blanca, y me parece que tres pisos con grandes ventanas.
Y una chica que me mira por una de ellas y me sonríe.
No es excesivamente guapa y, de hecho, no se parece en absoluto a ninguna de las chicas con las que me solía juntar, pero tiene una sonrisa muy dulce que me descoloca y me hace sentir incómodo. Supongo que no estoy acostumbrado a que me sonrían así.

Vuelvo a mirarla, sin querer, y me fijo en que me sigue observando sin dejar de sonreír.
Es rara y creo que incluso podría decir, y a lo mejor me estoy volviendo más loco de lo que estaba, que brilla un poco. Sí, como que algo resplandece dentro de ella.
Joder, realmente me estoy volviendo majara.

Me doy la vuelta un par de veces, y echo una mirada hacia atrás para comprobar que de verdad soy yo a quien sonríe, pero no hay nadie excepto yo en la calle. Así que sí, debe de estar sonriéndome a mí.

Frunzo el ceño.
¿Por qué lo hará?
No sé por qué, pero quiero que pare.
¿O tal vez no?
Me enfado conmigo por dudar solo un segundo acerca de mi respuesta y acabo dándome la vuelta con los puños apretados, sin dejar de sentir un solo instante los ojos de la chica de pelo castaño clavados en mi nuca.

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