treinta y cinco - él

47 6 4
                                    

Me paso aproximadamente una hora sentado en una de las sillas de la parte de la entrada, esperando a que mi madre termine de firmar papeles y me diga por fin qué tengo que hacer. La verdad es que me estoy poniendo de los nervios, las piernas no paran de temblarme y, para colmo, el uniforme me aprieta los huevos.
Cuando finalmente se acerca parece contenta.

-La gente aquí es muy simpática, ya verás lo bien que te acogen. Por cierto, me han dado una lista con el material que vas a necesitar. Ah, y ésta es tu clase, 4ºB. La señora que está en secretaría ha sido muy amable, me ha dicho que tu tutora te está esperando arriba. ¿Vamos, o quieres esperar un poco?

Gruño. No tengo ganas de hablar. ¿De verdad soy tan jodidamente estúpido como para estar nervioso?

-Ya veo. -dice sentándose en una silla a mi lado.- Bueno, ¿y tienes ganas de empezar? Me han recomendado unas clases de apoyo extra dada tu situación y sobre todo por si estás muy perdido al principio. Te vendrán bien.

-Ya veremos.- contesto sin levantar la vista del suelo, y después me levanto y le miro.- Me voy. No me acompañes.

-Está bien, vete. Es el tercer piso. -la voz le tiembla un poco, y por un momento descubro que está casi tan asustada como yo. Y no sé si eso me alivia o me pone aún más nervioso.

-¡Adiós, hijo, y mucha suerte! -dice justo antes de que desaparezca de su vista. Varios chicos que suben las escaleras a mi paso se giran a mirarla y luego me miran a mí con cara de cachondeo, pero la mirada furtiva que les echo les borra la sonrisa.

Recorro todo el pasillo mirando los carteles de las puertas, hasta que llego a una en la que pone 4ºB. Una tía más o menos joven, de unos treinta y cinco años, está esperando de brazos cruzados y mira a su alrededor con curiosidad.
Antes de que pueda entrar en su campo de visión, me meto uno de los calmantes del bolsillo en la boca. Puede que me adormezca un poco, pero prefiero eso a tener un ataque de ansiedad en mi primer día de clase.

-¿Daniel?

-Sí.

-Hola, encantada. Voy a ser tu tutora durante todo este curso. Me llamo Cristina.

Le miro brevemente y asiento. Ella me responde con una sonrisa.
No parece tan desagradable como esperaba, pero tiene pinta de ser la típica tía que no tiene ni idea de la vida, acostumbrada a dar clase a niños pijos de un barrio rico de Washington.

-Si quieres preguntarme lo que sea, puedes hacerlo, al igual que si tienes dudas sobre cualquier cosa. ¿Quieres comentarme algo, o entramos?

-No, no tengo preguntas. -digo frotándome las manos con nerviosismo. Ahora mismo lo único que quiero es que el momento de ser el centro de atención pase lo más rápido posible.

-Perfecto. Pues venga, adelante.- dice, empujándome ligeramente mientras abre la puerta de la clase.

-Chicos, quiero presentaros a alguien. -dice cuando entramos.- Daniel, esta es tu clase.

Cuando miro a mi alrededor me encuentro con la mirada de aproximadamente unos treinta chavales clavada en mí, recorriéndome de arriba a abajo con la mirada. Joder, no puedo aguantar que me miren. La profesora dice algo, pero oigo su voz distorsionada, no consigo entender lo dice. La gente no para de mirarme, y me empiezan a temblar las manos. Me fijo en cómo algunos ya susurran, seguramente comentando lo raro que soy, lo gilipollas que parezco y lo desagradable que debe ser estar conmigo.
Casi los puedo escuchar.
"Qué rarito"
"Menudo imbécil, tiene cara de yonki."
"¿Cuántas veces habrá repetido? ¿Cuatro?"
"¿Por qué se cambia de colegio con el curso empezado? Seguro que le han echado del otro donde estaba."
"No le puede quedar peor el uniforme."
"Tiene pinta de no tener amigos."
"¿Habéis visto esas ojeras? Parece que no ha dormido en semanas."

-Daniel.. -dice de repente Cristina tocándome el brazo, y automáticamente me saca de todos los pensamientos que me estaban torturando instantes antes.- Daniel, ¿te encuentras bien?

-Sí, perdón. -digo serio, casi en un susurro.- ¿Puedo sentarme ya?

-Emmm.. sí, claro. Ahí al fondo hay un sitio libre. Jaime, Sofía, hacedle un hueco a vuestro lado.

Me acerco con rapidez hasta donde se encuentran, atrayendo todas las miradas conforme paso entre las mesas.

-Y, bueno, ahora que ya estás sentado, ¿te gustaría contarnos algo sobre ti?

La verdad es que no sé si este tipo de preguntas son parte del protocolo o es que la tal Cristina no maneja las neuronas suficientes como para introducir a un nuevo estudiante de manera pedagógica y no mediante una humillación, pero da igual.
Dudo. Es ahora o nunca. Carraspeo.

-Me llamo Camaro, tengo diecisiete años y he estado ingresado durante un año en un centro para menores con problemas mentales. -digo de un tirón, mirando a un punto fijo de la pared mientras siento cómo me tiemblan los brazos.- Yo no quería venir aquí, pero mis padres me han obligado. Y eso, que ya está.

Sólo entonces agacho la cabeza, notando un silencio sepulcral a mi alrededor y todas y cada una de las miradas de la clase fijas en mí.
Y, por un instante, me arrepiento de lo que acabo de decir.

Pero bueno, supongo que tarde o temprano iban a enterarse.

HuellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora