diez - él

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Cuando voy a cerrar la puerta de mi habitación, es cuando caigo en que han quitado el pestillo.
Mierda.
Joder, mi puto pestillo.
Se pensarán que me voy a suicidar o algo, o mejor, que ellos podrán evitarlo.

Puedo escuchar los sollozos ahogados de mi madre en el piso de abajo, y las tranquilizadoras palabras de mi padre en plan de "es el primer día, hay que darle tiempo".

Me pierdo entre mis paranoias y las piernas empiezan a temblarme sin motivo aparente, como si quisiesen llamar mi atención.
Sin dudarlo un instante, me dirijo hasta el cajón y elijo despacio uno de mis cientos objetos afilados.
Al final me acabo decidiendo por una cuchilla pequeña y sucia, irregular por los bordes.
Creo que es de sacapuntas.

Y sólo entonces retiro la manga de mi camiseta negra y dejo al descubierto un brazo lleno de marcas, cicatrices hinchadas y blancas y piel arrugada.
Ya no puedo contenerme ni un minuto más.
"Todo tenía que llegar" pienso, y empiezo la tarea que tanto tiempo llevaba sin hacer.

Volver a sentir el roce de la cuchilla sobre la superficie de mi piel me hace sentirme vivo de nuevo, y, aunque no puedo evitar soltar algún que otro suspiro de dolor, ver la sangre emanar de los cortes y correr por mis muñecas, me lleva a pensar en el por qué de todo, en el por qué de esto y en el por qué de mí.
Mis ojos se vuelven vidriosos y las espesas lágrimas caen por mis mejillas como si se tratasen de un río de recuerdos y pensamientos de los que me quiero deshacer.
Grito y chillo en silencio hasta desgarrarme la garganta y sentirme un poco más libre.
"Soy una mierda."
"Soy una jodida mierda."
"¿Qué hago aquí?"
"Me tendría que morir ya."
"Doy asco, joder."
"¿Cómo voy a pretender que alguien me quiera si soy yo el primero que no lo hace?"
"Esto ha sido tu culpa, Daniel, todo por tu culpa".
"TODO."
"No vas a llegar a ser NADIE".
"A ver si te mueres de una vez y dejas a todos en paz."
"No das más que problemas".
"Das asco."
"Asco."
"ASCO."
"asco.."

La cuchilla no deja de pasar por mis brazos, y yo ya no estoy mirándolos, se ha convertido en un compás, en el compás de mis temores, uno, otro, otro, corte tras corte, gota tras gota hasta que caigo en mi infierno de sonrisas rotas, cicatrices mal curadas y miedos muy bien guardados.
Estoy temblando, y no puedo parar.
Joder, soy inútil incluso para eso.
No puedo.
Siento un calor intenso, y no sé de dónde procede, pero quiero que pare.

-¡Quiero que pare! -grito siendo consciente de que alguien subirá a ver que ocurre. Pero ya me da igual, no puedo más.

Tardo exactamente tres segundos en escuchar el sonido de los tacones de mi madre agitados, golpeando contra la madera del suelo en un "clac, clac" constante, y a duras penas me bajo las mangas de la camiseta y mando de un empujón toda mi colección de armas debajo de la cama.
Luego me levanto y me tomo un par de calmantes fuertes (para supuestas emergencias) e instantáneamente me invade un peso adicional que me hace no poder andar con normalidad.
Mis movimientos se vuelven torpes y lentos, pero al menos el tembleque se detiene.
Un poco distraído, limpio con el pie izquierdo las manchas de sangre que han quedado en la madera del suelo, y me siento en la cama para retirarme el rastro de agua que cubre mis mejillas, justo cuando ella entra.
Tiene cara de susto y los ojos hinchados de llorar, y me pregunto si yo tendré la misma pinta que tiene ella ahora mismo.

-Q..¿qué ha pasado, cariño? -dice nerviosa, y el sobre que lleva en la mano se tambalea ligeramente al ritmo de sus demás extremidades.

-¿Qué ha pasado de qué?

-Yo.. yo he oído gritos. ¿Estás bien?

-¿Gritos? ¿Gritos de qué?

-N..no lo sé, la verdad.. simplemente gritos, como si te estuviese pasando algo.

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