Treinta y dos.
Ese el número de intentos de huída que formula en mi expediente.
32.
Es un bonito número, sencillo y par, como a mí me gusta.
32.Las primeras veces que lo intenté fueron básicamente por probar, por tratar de salir de este sitio apestoso y respirar aire de libertad.
Cuando vi que no era tan fácil, me pasé semanas ideando complejos planes para escapar, que incluían vías de escape tales como ventanas, puertas de emergencia y conductos de ventilación.
A pesar de mi dedicación y esfuerzo, éstos tampoco dieron resultado y sólo conseguí una puerta blindada en mi habitación.
Eso, y las cámaras en el pasillo.
Si un día me diese por hacer una autobiografía y contar mi vida en ella, podría afirmar casi al 100% que es imposible escapar del "Centro Educativo para Adolescentes Problemáticos (C.E.A.P)".Bueno, eso hasta el momento en el que descubrí cómo podría salir de aquí sin levantar sospechas.
Y aquí es donde entra mi plan.A lo largo de todo el tiempo que llevo yendo de un lado para otro, de habitación en habitación, hablando con psicólogos, uniéndome a terapias de grupo y contactando con gente "en mi misma situación", me he dado cuenta de cuáles son los puntos fundamentales que uno ha de saber si quiere conseguir algo en un sitio como este:
"¹) Si quieres calmantes, sólo finge ponerte muy nervioso, te darán dos o tres rápidamente.
²) Si no quieres comer la racion diaria (que, además de estar minuciosamente medida y pesada por expertos, sabe peor que el pastel de carne que solía hacer mi madre) sólo métete en el baño por horas, poniendo como excusa lo mal que te encuentras.
³) Si no quieres dar tu paseo diario, provoca a los médicos y doctores tirando y rompiendo todo lo que encuentres a tu paso.
⁴) Si quieres dormir más de la cuenta, finge un ataque de ansiedad, te darán tranquilizantes y podrás dormir al menos dos horas más."Estos, y otros cincuenta trucos, son los que hacen mi día a día un poco más "llevadero".
El caso es que después de todos estos meses, he caído en la cuenta de que lo mejor para conseguir que llegue el ansiado día en el que los médicos firmen el jodido papel y por fin me pueda marchar de aquí, es aparentando mejoras.
Sí, mejoras.
Mejoras en todos los sentidos.Cuando puse mi plan en marcha, hice una lista con pequeños detalles que los doctores y enfermeras pudiesen notar y les indicasen que todas esas charlas sin sentido estaban causando un efecto positivo en mí, y luego las comencé a poner en práctica.
Al principio fueron las comidas, luego los ataques de ansiedad, que se producían cada vez con menos frecuencia, después los modales ante los miembros del centro, que seguían alucinando cada vez que de mi boca salía un "gracias" o un "por favor".
Y ahora los cortes.
Dos semanas enteras sin un solo corte en las muñecas, sin marcas rojas e hinchadas de mis mandíbulas clavadas en mi pálida piel, y sin nudillos machacados llenos de pellejos y sangre entremezclada, habían supuesto dos semanas muy duras.
Me pasaba las noches llorando debajo de las sábanas, pellizcando con fuerza la carne de mis muslos, cadera y brazos y mordiendo la almohada con fuerza para calmar mis gritos.
Me despertaba temblando, empapado de sudor en mitad de la noche y no conseguía volver a dormirme hasta la mañana siguiente.
Y es que aquellas dos semanas habían supuesto un gran esfuerzo para mí, y seguía sin saber cómo cojones lo había logrado.Pero el caso era que, finalmente había conseguido mi oportunidad de irme de aquí y, aquella panda de necios que tan poco parecían saber de mí y de lo que rondaba por mi cabeza, no iba a quitármela de las manos.
ESTÁS LEYENDO
Huellas
Teen FictionÉl. 17 años. Seattle. Padece desorden afectivo. Cabizbajo y enfadado con el mundo (y con todas las personas que habitan en él). Tendencia a ser violento y grosero. Adora.. en fin, supongamos que adora algo. Odia que le lleven la contraria, que le pr...