once - ella

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Abro los ojos.
¿Ya es de día?
Me incorporo ligeramente y observo la luz del exterior que entra por la ventana y me ciega.
Echo una mirada fugaz al despertador de encima de mi mesilla y compruebo que no son más de las siete.
Aún queda tiempo antes de tener que levantarme.

Decido dar una vuelta por la casa para así espabilarme y estar despierta del todo cuando llegue al colegio.
El colegio.
Me encanta ir al colegio todos los días, es genial tanto el lugar como el poder pasar tiempo con tus amigos y, no sé, me gusta tener que ir allí siempre y sentirme en casa, como si fuese mi segunda familia o algo así.

La falda del uniforme está colocada en la silla, estirada y planchada, y encima de la mesa, mi bolso negro de cuero lleno de todos los libros y agendas que puedo llegar a necesitar.
Me gusta tenerlo todo listo y preparado, aunque sólo de vez en cuando.

La media hora que queda antes de que la casa cobre vida transcurre rápido, y el despertador suena y vibra hasta que un manotazo por mi parte lo detiene.
Abro la puerta del armario y me miro al espejo.
"A ello".
Tardo exactamente siete minutos en vestirme: polo blanco, jersey grisáceo, falda negra, calcetines grises y zapatos negros.
Cepillo mi castaño pelo quitando todos los nudos y enredos que se me han ido acumulando y aplico un poco de brillo en mis labios.
Perfecto.

Perfecto

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______

-Sandra, ¿qué se supone que haces?

-Nada -digo tranquila, dejando el tetrabrick de leche que hace instantes se encontraba posado en mi boca.

-Ya verás como te vea tu madre bebiéndote así la leche -mi padre frunce el ceño ligeramente, pero sonríe.

-¿Ver qué? -cómo no, tenía que aparecer la princesa de la casa (porque la reina soy yo, por supuesto), con su pijama de flores rosas y blancas y el pelo recogido en su típico moño mañanero.

-Nada -respondo yo de inmediato, y ella me mira con cara de "¿Estás segura?".

Oigo un carraspeo y me giro hacia mi padre, que se señala la parte de arriba de la boca, entre la nariz y el labio superior, como insinuándome algo, y yo me río y me quito con la manga del jersey el surco de líquido blanco.

-Anda, no seas cochina Sandra, por favor, que ya tienes quince años. -se cruza de brazos- Es que eso no lo hacen ya ni tus hermanos.

Abro la boca y estoy a punto de quejarme y de explicarle a mi madre que, el motivo por el que ellos no beben directamente del tetrabrick es porque no beben leche sino que se toman los batidos de chocolate de dos en dos, cuando un personaje de ocho años con el pelo muy revuelto aparece por la puerta.

-¿Qué no hacemos nosotros?

-María, no andes descalza por la casa, ya te lo he dicho un millón de veces.

-Es que Juan me está pegando. Me ha dado un pellizco tan fuerte que me ha hecho un moratón. Mira.

-Seguro que tampoco es para tanto, exagerada

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-Seguro que tampoco es para tanto, exagerada. -dice mi madre con un tono divertido tomando su pequeño brazo, y ella no puede hacer nada más que sonreír.

-De verdad, siento infinitamente interrumpir esta preciosa, increíble y, sobre todo, particular reunión familiar -intervengo con sarcasmo- pero me tengo que ir al colegio.

-Sí, por Dios, vete ya. -la voz de mi otro hermano pequeño invade la cocina, y me dan ganas de soltarle un par de cosas, pero decido callarme.

-Joe, Juan, buenos días a ti también, eh.

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