veintitrés - él

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Salgo del edificio notando cómo me miran la mitad de las personas que hay en él.

¿Qué cojones les pasa? ¿Que tengo una venda en la cabeza? Cómo si no fuese eso algo normal en un hospital, joder.

Traspaso la puerta que me deja libre, por fin, y espero fuera sentado en el bordillo de la acera, sopesando seriamente la idea de irme a casa por mi cuenta. O irme de casa, que también es una opción. Finalmente decido esperar a que salgan, básicamente porque tengo todo el derecho a ir montado en el coche y no andando. Que se jodan.
Pasan los minutos y no paran de entrar y salir personas y más personas en un vaivén constante, que me provoca náuseas y hace que me maree.

No.
No, por favor.
No me puedo creer que sea ella. Automáticamente trato de encogerme lo más posible para que no me vea, pero creo que ya es tarde.
La chica de tacones altos y pantalones negros ajustados ya ha clavado su afilada mirada en mí, y se acerca con aire persuasivo y andares provocativos. Los tatuajes de colores y formas distintas que cubren sus brazos se combinan y entrelazan formando un collage de dibujos inconexos. La gente se la queda mirando y no me extraña. Yo tampoco podía apartar la mirada de ella la primera vez que la vi.

La miro de reojo

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La miro de reojo. Joder, está exactamente igual.

-¿Camaro? -dice cuando ya a está a escasos metros de donde me encuentro, como si no fuese obvia la respuesta.- Cuánto tiempo.

No soy una persona que suele tener las cosas claras, pero en este momento sé que lo que menos necesito es que me venga una tía con la que ya no tengo nada que hablar para calentarme aún más la cabeza. Oh, no, no pienso aguantar eso de ninguna manera.

-Vete de aquí, Alba.

-¿Irme? Pero si acabo de llegar. -comenta ella una vez acomodada a mi lado mientras enciende un cigarrillo de marca cara. En su boca se forma una sonrisa de medio lado, y consigo distinguir su característico diente de oro.

-Pues qué pena, pero resulta que nadie te ha invitado a sentarte.

-Uy, uy, uy, qué agresivo te has vuelto, ¿no? -señala ella, juguetona, mientras recorre con sus largos dedos el poco espacio que nos separa. Sus uñas pintadas de rosa fucsia rozan mi oreja derecha y un escalofrío me recorre la conciencia.- Estás igual igual que la última vez que te vi.

-Y tú.

-Te he echado de menos todo este tiempo, ¿sabes?

Suspiro. Escucharla decir eso me ablanda un poco, pero no quiero que lo note.

-Cállate y vete a joder a otra parte, Alba, en serio.

-Vale, fiera, lo pillo. Ya te dejo. -dice a la vez que se incorpora lentamente, depositando un beso corto en mi mejilla. Aparto bruscamente la cara y desvío la mirada hacia otro lado en busca de algo con lo que distraerme. Me estoy empezando a poner nervioso.

La veo alejarse por donde ha venido y, de repente, para en seco, se gira, y vuelve a dirigirse a mí. Cuando me tiene a poca distancia, agacha su cabeza y acerca su boca a mi oído para luego susurrar:

-He estado hablando con Sergio. Me ha preguntado por lo de Sara.

Automáticamente siento mi cara tornarse de un tono blanco, mis sentidos se alteran, mi estómago se remueve y me entran ganas de potar y de matar a alguien a partes iguales.

Vuelvo a mirarla una vez más mientras se aleja, conteniendo toda la furia que me invade por dentro y, justo antes de desaparecer de mi campo de visión, se da la vuelta con una sonrisa en los labios y, automáticamente, mi tic nervioso de la pierna aparece.

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