veintiocho - ella

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Mi padre entra sonriente y mirando hacia el frente. Varias cabezas se giran en mi dirección con extrañeza, y yo sólo me limito a intentar esconderme. Cuando mi padre clava su mirada sobre la mía no puedo evitar deshacer el ceño fruncido que segundos antes cubría mi rostro.

-Enana. -dice susurrando, y luego me guiña el ojo con disimulo. Qué adorable es.

-Hola, chavales -dice cuando llega a la parte de delante de la clase, frotándose las manos- ¿alguien sabe por qué estoy aquí?

La mayoría de ellos ni se inmuta, pero mi padre no es un hombre que se de por vencido con facilidad. Sonríe y continúa:

-Resulta que soy psicólogo, y he decidido venir un rato a explicaros un par de cosillas. Así vosotros perdéis clase y yo me salto un par de horas de trabajo. Mola, ¿no? Salimos ganando todos.

Algunos chicos levantan la cabeza. Parecen más animados y empiezan a prestar atención. Mi padre sabe cómo hacer que la gente le escuche; se le dan muy bien las personas, y creo que yo lo he heredado de él.

Dos horas después mi padre sale por la puerta acompañado de los aplausos de mis compañeros, que parecen emocionados por la charla.
Yo me siento feliz, porque sé que a él le encanta tratar con niños, sobretodo adolescentes. Dedica mucho tiempo a intentar entender cómo se sienten, tanto que incluso a veces tengo que recordarle que sus hijos también son niños. Además es sincero y optimista, y siempre tiene una respuesta para todo.

~

Madre mía, todavía me acuerdo.

Cuando éramos pequeños y mi hermana todavía no había nacido, mi hermano y yo solíamos preguntarle a mi padre dónde había aprendido tantas cosas, y él se reía y nos respondía:

"Cuando era pequeño era un poco tímido, y los demás niños no querían jugar conmigo porque pensaban que era raro. Y bueno, en cierto sentido era verdad. A mí realmente eso no me importaba, yo era muy feliz, pero mi madre que es vuestra abuela, siempre insistía en que tenía que salir fuera a hacer amigos. Así que eso hice, salí fuera y me pasé años enteros observando a los niños analizando cada uno de sus gestos, expresiones y reacciones."

Y en este momento mi hermano siempre solía preguntar que significaba "reacciones", y mi padre siempre sonreía con ternura y le respondía como si fuese la primera vez que preguntaba. Yo sin embargo fruncía el ceño enfadada, porque no entendía cómo mi padre podía caerle mal a alguien. Debían de estar locos o algo parecido. Así que me cruzaba de brazos y le pedía que siguiese. Y entonces él seguía:

"Poco a poco aprendí cómo funcionaba su mente, cómo pensaba cada uno de ellos, y que era lo que más les afectaba. Aprendí a interpretar sus palabras y a identificar cuándo estaban mintiendo, exagerando, o siendo sinceros. Y llegó un punto en el que sabía exactamente cómo iba actuar cada uno de ellos en cada momento. Conseguí entender cómo funcionaban."

Y a mí en este punto me brillaban los ojos de admiración. Lo tenía muy claro, quería ser cómo él. Por eso empecé a imitarle.
Me convertí en una persona muy observadora, tratando de fijarme en cada detalle de cada persona que tenía a mi alrededor. Poco a poco empecé a fundirme con el ambiente que me envolvía y a respirar cada nueva sensación. Y cuando cumplí los trece años me apunté a una clase de prácticas de psicología.


Y decir que me encanta se queda corto.

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