trece - ella

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La Srta. Susanne se muestra poco receptiva cuando entramos en su despacho para pedirle el papel.
Se limita a asentir, y a mover nerviosamente los dedos con uñas pintadas de azul eléctrico, encima de la mesa al compás de un "tiqui tiqui" que me pone de los nervios. Y gruñe cuando se ve obligada a levantarse a por un bolígrafo para escribir el parte.

Teclea un par de cosas en su "supermoderno" ordenador y después levanta la vista y nos mira a través de sus diminutas gafas de bibliotecaria, con cara de pocos amigos.

-El castigo es de seis a ocho, todas las tardes durante dos semanas. Sala de castigados, tercera planta al fondo del pasillo. Espero que seais puntuales por una vez, que por algo os han castigado. Y ahora, fuera. Tengo cosas más importantes que hacer que atender a un par de niñatas estúpidas que no hacen más que saltarse las normas.

Andrea me mira de reojo, y a mí se me escapa una risilla nerviosa, así que la agarro del brazo para dirigirla fuera de la habitación antes de que estalle.
En cuanto cierro la puerta suelto una carcajada y contagio a mi amiga, que se sujeta la barriga con las manos.

-¿Has visto la cara que ha puesto? "Espero que seais puntuales por una vez" - repite con voz de sabionda, y no puedo evitar reírme de nuevo ante su mala imitación.

-Madre mía, de verdad que no entiendo todavía cómo alguien puede aguantarla. ¿Crees que estará casada? -digo mientras me lo imagino.

-No, no lo creo -Andrea sonríe enseñándome sus perfectos y blancos dientes, y luego se dirige a una de las aulas contiguas al despacho.

La sigo con curiosidad, porque no tengo ni idea de por qué ha entrado ni de qué es lo que quiere hacer allí dentro, pero ella se limita a coger una tiza blanca, y empieza a pintar en la pizarra con ella.

La sigo con curiosidad, porque no tengo ni idea de por qué ha entrado ni de qué es lo que quiere hacer allí dentro, pero ella se limita a coger una tiza blanca, y empieza a pintar en la pizarra con ella

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Como no sé qué hacer, me acerco a la ventana y miro a través de ella.
Veo a niñas sonrientes, sentadas en círculo y riendo de algo que es ajeno a mí, y me enternece la imagen de dos de ellas que se abrazan.

Alzo la mirada un poco más, a través de los barrotes que separan el colegio de la calle, y observo los edificios, altos y bajos, que se anteponen unos a otros, como queriendo demostrar cuál de ellos es mejor.
Los árboles, con las ramas entrecelazadas y alguna que otra hoja que el viento y la lluvia todavía no han conseguido arrancar, se mecen con suavidad.
Son muy bonitos, y si les cubriese una capa de nieve, estoy segura de que podrían incluso formar parte de una postal navideña de esas que venden en los quioscos.

Y luego.. luego está él.
El chico de sudadera negra al otro lado de la verja. Tiene los brazos cruzados y el ceño fruncido, como si estuviese enfadado por algo.
Le observo y sin saber muy bien por qué, sonrío.
Le sonrío a él.
Y de repente, él levanta la cabeza y me mira.
Le sostengo la mirada fijamente sin dejar de sonreír, y de pronto, algo se enciende en mí.
No sé muy bien como explicarlo, pero siento una luz muy potente que me ilumina todo el pecho.
Él no sonríe, pero sus ojos claros parecen brillar un poco.

¿Quién es ese chico tan extraño y por qué siento tanta curiosidad por saberlo?

Después de unos instantes, le veo darse la vuelta y alejarse entre las callejuelas, y en cuanto sus ojos se despegan de los míos, la luz se apaga, y me envuelve un frío infernal, que me deja la piel de gallina y la mirada perdida entre edificios e imágenes de chicos de sudadera negra y ojos azules con el ceño fruncido.

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