Desperté aquel día sintiéndome extrañamente fresca. Como si algo nuevo y limpio se hubiera instalado en mi mente.
Pero todo buen sentimiento se evaporó en cuanto comencé mi rutina diaria, al ver la mala cara de mi padre al servirle el desyuno.
Como siempre, intenté salir de casa lo más temprano posible.
Corrí hacia el callejón donde solía encontrarme con Kit todos los días. En cuanto llegué el lugar estaba vacío. Esperé, pero Kit nunca llegó. Quise esperarlo más tiempo, sin embargo tenía que llegar temprano a mi "nuevo trabajo".
No quería formarme falsas esperanzas, en caso de que todo aquello no fuera cierto. ¿Y si decidían no contratarme? Después de todo el hombre que me pagaría ni siquiera me volteó a ver cuando su amigo me "contrató".Sin detenerme a pensarlo más, crucé el límite entre el barrio pobre y la zona rica, una simple reja de aluminio con alambre retorcido adornando la parte superior, pero fácil de cruzar.
Ruthertown, era un pequeño pueblo a las afueras de Estados Unidos y México. Casi en la frontera. Sin embargo eramos completamente independientes a aquellos dos países.
El lugar era pequeño, y sí, se dividia entre la zona pobre y la zona rica. Pero no era una gran división, yo la cruzaba a diario para ir a trabajar. Estaba ahí, más bien para dividir el terreno, no para prohibir el paso a las personas.En fin. Tardé en llegar a la dirección escrita en la servilleta que me habían dado. Me perdí en un par de calles, pero logré llegar sin muchos percances.
La dirección tenía como destino final una enorme mansion de techos dorados y paredes tan blancas que cegaban. Una fuente de piedra adornaba el centro de la gigante explanada.
Boquiabierta, caminé un poco hasta encontrarme frente a los tres escalones de mármol que dirigian a la puerta de entrada.
Me dispuse a subir los escalones, pero justo en en ese instante la puerta se abrió de golpe.En el umbral vi a un hombre de edad madura. Su cabello era negro claro, casi gris, y estaba salpicado de canas. Parecía tener dos zafiros por ojos, tan azules que asemejaban el color de aquellas piedras preciosas.
—Tú eres la nueva—afirmó con voz grave y rasposa—Debes de sentirte extremadamente afortunada de haberte encontrado en el lugar y momento correctos ayer. Y también de que soy un hombre de palabra y cumplo mis apuestas.—me miró de arriba a abajo despectivamente—De lo contrario no tendrías por qué estar aquí.
Sinceramente, no creí que vendrías. ¿Cómo te llamas?—Mi nombre es Ary Brown señor, mucho gusto.—intenté sonar cortés, pero me costó trabajo al no poder ocultar el temblor de mi voz.
—Bueno, ya sabes por qué estás aquí. Perdí una apuesta contra un imbécil y ahora te contrataré. Menos mal que que ese imbécil eligió a una niña masomenos bien parecida.—entró nuevamente a la casa sin decir más.
Me quedé ahí, sin saber que hacer, cuando salió una chica que parecía ser mayor que yo. Tal vez veinte o ventiún años.
Llevaba el cabello castaño recogido en un chongo y un uniforme azul claro.—Hola, soy Samantha—bajó los escalones—Estoy a cargo de la limpieza del sótano y la lavanderia, lo que me hace algo así como tu jefa. Ven conmigo.
—Soy Ary—contesté nerviosa.
—Bien. Ahora sígueme.
La casa me engulló en cuanto entramos. El aire dentro era más frío que el de afuera.
Todo en la casa parecía estar hecho de cristal. Los tonos dorados, plateados, blancos y transparentes poblaban la estancia en su totalidad.
De pronto me sentí muy pequeña en aquel gigantesco lugar. Quise explorarlo todo. De arriba a abajo. Cada rincón. Sin embargo, Samantha me tomó de la mano cuando me quedé parada sin poder moverme.
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•Desire• (TERMINADA)
Romance"Nunca creí enamorarme de él y él nunca creyó enamorarse de mí" Tres reglas, la tercera de ellas, la más importante: Regla #3: Nunca, bajo ninguna circunstancia, te acerques a él. Pero, ¿que no las reglas están para romperse?