Capítulo 10

6.6K 545 14
                                    

ANDREW

— ¿Cómo dices?— alzo la voz, quedando en el olvido todos mis intentos de mantener la calma.

— Lo que oyes, no puedo hacerlo. No quiero ponernos a ambos en peligro— dice Dan y yo me se pongo en pie.

— ¿No puedes o no quieres? No finjas que lo haces por mí, esto sólo es por ti. No quieres que la gente sepa lo que realmente eres. Te da miedo que te acepten. ¡Eres un cobarde!

— ¡No lo soy!— dice poniéndose él también en pie para encararme.— ¿Tan difícil es entender que nuestras vidas correrían peligro si alguien supiese de nuestra relación?

— ¿Y qué tiene que ver ocultar nuestro secreto con que tú salgas con otra persona? ¿No comprendes lo mal que me hace sentir eso?— le digo con dolor.

— ¡Pero es necesario!— me grita frustrado por no poderse explicar como seguramente él quiera hacerlo.

— Fuera— digo serio.

Ya he tenido suficiente por un día.

— ¿Qué?— pregunta confuso.

— Que te vayas de mi casa— le digo intentado ser cruel; o al menos tan cruel cómo él lo ha sido conmigo

— No me pienso ir a ninguna parte— me dice furioso.

— Mira, Dan,— digo suspirando,— nos es muy fácil discutir. Tenemos caracteres muy parecidos y chocamos mucho. Lo mejor será que te marches para que ninguno de los dos diga nada de lo que luego se pueda arrepentir.

— Yo no me quiero ir— me dice apretando su mandíbula.

— En estos momentos lo que menos me importa es lo que tú piensen, Dan— murmuro dolido.

Él me mira, asiente con tristeza en su mirada y se marcha.

Por supuesto, he mentido. No hay nada que me importe más que lo que él piense pero no se me ocurría otra manera de alejarle de mí. Aunque también es verdad que ahora me da rabia haberle dicho que se fuese porque tenía la noche libre.

Me dejo caer en el sofá y suelto un suspiro largo de cansancio.

DAN

Han pasado ya tres días desde la discusión que tuvimos Andrew y yo y ninguno se ha dignado en llamar al otro. Sé que debería hacerlo, y puede que él piense que si no lo hago es sólo cuestión de orgullo, pero la realidad es muy diferente. No me veo preparado de enfrentarle cara a cara. He estado saliendo con una persona a la que no era fiel durante mucho tiempo y ahora no sé cómo actuar en una relación real. No quiero dañarle; tampoco quiero salir yo dañado.

Como ya se ha hecho costumbre, llego tarde al trabajo. Mi padre nunca me regaña por mi impuntualidad; como se suele decir: la confianza da asco.

Llego y me dirijo directamente a la oficina de mi padre pero algo anda mal. Dentro hay tres hombres que parecen armarios más que personas. No consigo entender de lo que hablan pero por la cara de mi padre, no es nada bueno. Intento entreabrir un poco la puerta para, aunque sea, poder escuchar algo.

— Vólkov, la paciencia no es nuestra mayor virtud— sisea con un acento que no reconozco uno de los hombres.

— Tendréis el dinero, ¡lo juro! Sólo necesito un poco más de tiempo— dice mi padre nervioso y yo me tenso.

— ¡Basta!— el mismo hombre que hubo hablado antes, da un golpe al escritorio del despacho provocando que algunos papeles caigan al suelo y que mi padre dé un brinco en su propio sitio por la impresión.— Dos semanas, Vólkov. En dos semanas queremos la mitad del dinero que nos debes y en las dos semanas siguientes el resto más los intereses, claro está— le dice amenazante.

— Es muy precipitado,— dice mi padre titubeando,— no sé si me dará tiempo a juntarlo todo.

— Si el dinero no está en los plazos estipulados, despídete de tu familia— a mi padre le desaparece el color de su cara quedando pálido.

— ¡No! ¡A mi familia dejadla en paz!— grita desesperado.

— El primero a por el que iremos será el que está escuchando toda nuestra charla detrás de la puerta— dice el hombre del acento raro y yo abro los ojos con sorpresa.

Otro de los hombres, en este caso parece cubano o puertorriqueño, abre la puerta con brusquedad y sin yo poder defenderme, me sujeta del cuello y me alza por los aires.

— ¡Suelta a mi hijo!— oigo gritar a mi padre.

Yo en lo único que puedo pensar es en buscar una forma para encontrar aire. No puedo respirar e incluso empiezo a ver borroso.

El hombre del acento le ordena al que me tiene sujeto por los aires que me baje y lo hace: me deja caer al suelo y yo estampo mi espalda contra el duro mármol.

— Dos semanas,— dice el hombre del acento,— y da gracias por haber sido tan generoso— dice y los tres se marchan.

— ¡Daniel!— dice mi padre y se acerca a mi con rapidez.

Mis padres siempre me llamaban por mi nombre completo cuando era pequeño, pero ahora sólo lo hacen cuando me meto en algún lío o cuando están preocupados por mí.

— ¿Estas bien, hijo?— pregunta preocupado ayudándome a incorporarme.

— Sí, sí, lo estoy— digo colocandome bien la camiseta.— ¿Qué ha sido todo eso? ¿Quién eran esos tipos, papá?— le pregunto y él se pone nervioso.

— Nadie, hijo, es mejor que te mantengas al margen de todo esto— dice saliendo de su oficina.

— ¿Crees que después de haber visto lo que he visto te voy a dejar solo a merced de esos gorilas? ¡No te lo crees ni tú!— digo indignado.

— Dan, esos hombres son muy peligrosos— me dice mi padre serio.

— No hace falta que lo jures— murmuro con ironía.

— Estaba desesperado, necesitaba un préstamo y ellos me lo dieron.

— Pero papá,— digo frotando mi cara caminando de un lado a otro inquieto,— ¿cómo se te ocurre hacer un trato con ese tipo de gente?

— ¡Porque la desesperación era más grande que el miedo!— espeta y yo me detengo en el sitio.

Ambos nos miramos sin decir nada.

— ¿Por qué no le pediste el dinero a mamá?— le digo intentando que mi voz suene más calmada.

— Ya era demasiado humillante tener que pedir un préstamo para dar de comer a mi hijo, como para avergonzarme más de la cuenta— dice agachando su cabeza y a mí me da una punzada de dolor el solo hecho de pensar en cómo debía de sentirse cuando recurrió a esos matones.

— ¿Cuánto dinero les debes?— me atrevo a preguntar.

Él no me contesta. No me mira. De repente lleva su mano derecha a su pecho y con la izquierda se apoya en un coche.

— ¡Papá!— corro hacia el con miedo.— ¡Papá! ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien?

Mi padre no responde de inmediato.

— Voy a llamar a una ambulancia— digo pero él me detiene.

— ¡No! Déjalo, no merece la pena, ya estoy mejor— dice respirando con dificultad, pero en su cara puedo ver que dice la verdad.

Poco a poco va recuperando el color.

— No te preocupes, de vez en cuando me pasa esto— me dice mi padre con toda la tranquilidad del mundo.

— Papá, esto no puede ser bueno— le digo.

— Tu padre cada día está más viejo, hijo, estas cosas pasan— se encoge de hombros y vuelve a caminar hacia su oficina.

— Si te vuelve a pasar iremos los dos al hospital— le digo serio.

El no me dice nada, ni siquiera se gira para mirarme; él se limita a alzar su brazo dándome a entender que me ha escuchado.

Por primera vez en mi vida, me doy cuenta de que mi padre no es el súper héroe de Marvel que yo creí siempre que era, sino un hombre normal y corriente que a veces no puede con todo y al que tengo que ayudar como él me ha ayudado siempre.









Sí, Soy Lobo Y Gay, ¿Algún Problema? [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora