Lali estaba al final del pasillo, en su cuarto. Una tenue luz amarillenta salía de su habitación, bañándola a ella. También llevaba puesta una toalla. Tenía el cabello seco, de un rubio ardiente en aquella luz extraña, que caía como un manto sobre sus hombros desnudos mientras él caminaba por el pasillo. Mantenía el mentón alzado, los ojos rutilantes, los labios preparados para hablar. Iba a mandarlo al diablo, pero no importaba. Lo que decía no importaba. Ella estaba esperando, porque ambos sabían que debían dar rienda suelta a lo que sentían.
Su entrepierna se tenso.
La miro a los ojos. Sintió la furia eléctrica que ardía en ellos, porque lo deseaba y él lo sabía. No quería desearlo, y definitivamente no quería que él supiera que lo deseaba...
Él sencillamente sonrió. Y se acercó más.
Fue entonces cuando sucedió...
Cuando la oscuridad se espesó repentinamente. De pronto, ella pareció hallarse muy lejos. El propio aire cambió. Y él sintió...
Una presencia.
Alguien entre ellos.
Alguien que acechaba en las sombras, cada vez más y más profundas. Alguien maligno que amenazaba a Lali...
En la oscuridad vio de repente el brillo plateado de un cuchillo. Un cuchillo grande, largo, de trinchar carne, muy afilado. Pendía en el aire, como suspendido en la oscuridad del castillo encantado de un parque de atracciones, los hilos ocultos por la fantasmagórica ausencia de luz.
El reflejo plateado rasgó el aire.
Las sombras se desplazaron y se movieron.
Lali gritó...
Peter se despertó en medio de un charco de sudor.
Durante largos segundos permaneció sentado, comprendiendo que había sido un sueño, que estaba en la cama de su habitación de hotel, que la luz del amanecer apenas empezaba a filtrarse en el cuarto.
Las seis y media.
El despertador empezó a sonar.
« ¡ Serénate! », se advirtió a sí mismo en silencio. Salió de la cama y se metió en la ducha, dando un respingo cuando el agua lo golpeó, helada al principio.
El agua fue caldeándose y Peter alzó la cabeza. Quizá había hecho mal al aceptar aquella misión. Había criminales en todos los puntos del país. No debía haber regresado a casa.
El teléfono ya estaba sonando cuando salió de la ducha. Su ayudante, Ricky Haines, lo llamaba desde Virginia. De momento, no habían encontrado nada parecido a los tatuajes de las rosas, pero seguirían buscando.
Peter le dio las gracias y miró el reloj. Casi las ocho. Llamó a VICO, que solía iniciar la jornada a las siete y media, si no antes.
VICO tenía información. Por fin habían identificado al cadáver del depósito. Era, efectivamente, Julie Sabor.
—Creemos conocer también el nombre de la víctima del fin de semana — añadió VICO—. Holly Tyler, de veintiocho años, trabajaba como recepcionista en un laboratorio médico. Hija única, simpática y muy apreciada en su trabajo. Se mostró
increíblemente excitada el viernes por la tarde. Por lo visto, se disponía a pasar un «fin de semana salvaje».., y les dijo a sus compañeras que no les hablaría de ello hasta que volviera el lunes por la mañana.
-¿Y no volvió?