Capitulo 54

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Peter permaneció levantado hasta tarde. Conectó el ordenador y el módem y, a pesar de la hora, contactó con Ricky Haines, en Virginia. A Ricky no le importó. Su mujer era una científica del FBI y ambos estaban muy dedicados a su trabajo.
Ricky parecía algo somnoliento, pero aseguró a Peter que había pasado el día entero delante del ordenador, revisando información y tratando de establecer algún vínculo entre las cuatro mujeres asesinadas.
—Todavía no hay nada, pero no te preocupes, estamos en ello. ¿Qué cuentas tú? —También estoy en ello. Ahora mismo estoy en Cayo Hueso...
—¿Cayo Hueso?
—Mi hermanastra es la vidente, ¿no te acuerdas? La seguí hasta aquí siguiendo una corazonada.
— Sí, claro. Conoces tu oficio, Peter.
—Hay un detalle, Ricky.
—¿De qué se trata, Peter?
—Todas eran rubias.
—¿En serio? Una de las víctimas...
—Lo sé, en la foto no se distinguía bien. Simplemente parecía morena. Pero créeme, todas las víctimas eran rubias — Peter se acordó de su madrastra—. Trabaja en ese dato, ¿quieres?
—Claro.
Peter pidió a Ricky que le enviase por Internet la información más reciente sobre la vida de las cuatro víctimas, y después se despidió. Permaneció sentado un rato, examinando los historiales de las mujeres asesinadas. Debra Miller, Julie Sabor y Holly Tyler estaban solteras, nunca llegaron a casarse. María García era divorciada. Había dejado atrás dos niños pequeños.
Lo único que las cuatro tenían en común era el color de pelo. Aparte del hecho de que eran jóvenes, atractivas y vivaces. Quizá eso era todo, y quizá era suficiente.
Peter se frotó la frente. ¿Dónde acecharía el asesino a sus víctimas? ¿Qué lo impulsaba a matar? De momento, no tenía respuestas. Apagó el ordenador, se levantó y fue a darse una ducha. Luego se acostó y cerró los ojos, pero no podía dormir. Los abrió y miró al techo. Podía levantarse e ir hasta el cuarto de Lali.
Sin falsos pretextos. Simplemente para preguntarle si quería dormir con él.
Demasiado obvio. Sí, definitivamente, demasiado obvio.
De repente, oyó pisadas. Suaves, furtivas, apresuradas, al otro lado de su puerta.
Peter se tensó, sentándose en la cama y alargando la mano hacia su revólver, situado en la mesilla.
La puerta se abrió lentamente...
Lali permaneció inmóvil un segundo, momentáneamente cegada por la luz del baño, que Peter había dejado encendida.
Llevaba puesta una bata de seda que se ceñía a su cuerpo, y el cabello suelto sobre los hombros.
Había acudido a él.

—Dilo otra vez, dilo otra vez —pidió VICO, besando el tobillo de Cande. Ella titubeó un momento, riéndose.
— Morfométrico.
—Mmm... más —imploré él, subiendo por la pantorrilla.
— Periostio.
— ¡ Me vuelvo loco oyéndote decir términos médicos!
Ella prorrumpió en carcajadas y, apartándolo, se bajó de la cama — ¡ Eh!
—Tengo sed.
—Oh, genial. ¡Te estoy haciendo el amor apasionadamente y te largas por una Pepsi!
—No me estás haciendo el amor, te estás cachondeando, y ya me duelen las costillas de tanto reír. ¿Quieres algo?
VICO dio una palmadita en la cama.
—A ti —hizo una pausa y se encogió de hombros—. Bueno, y quizá una Michelob.
—Marchando una Michelob.
Cande fue a la cocina y regresó en un santiamén, desnuda, con la cerveza, una Pepsi y una bolsa de patatas fritas.
— ¡Qué mujer! —exclamó VICO, poniendo los ojos en blanco exageradamente—. Organos corporales, cerveza y patatas... en la cama. ¿Cómo he podido vivir tanto tiempo sin ti?
—No lo sé, francamente —respondió Cande, recostándose en la almohada mientras abría la bolsa de patatas fritas—. ¿Una patata?
— Me encantaría.
VICO se sentó a su lado, mordisqueando la patata y agarrando el mando del televisor. Estaban repitiendo el telediario de las once. VICO observó los sucesos de la mañana y meneó la cabeza.
—Tenemos que atrapar a ese tipo —miró a Cande con aflicción—. ¿Sabes? Siempre he apreciado la ayuda de tu hermana, pero esta vez Peter ha hecho que me asuste de verdad.
—¿Por qué?
— Principalmente por su insistencia en que todas las víctimas eran rubias.
— Según tengo entendido, siempre hay algo que impulsa a esa clase de asesinos. En California hubo un loco que solo atacaba a las castañas. A ese tipo deben de
gustarle las rubias. Pero... Oh, ya entiendo —Cande permaneció callada un momento—. Pero no comprendo por qué Peter ha de preocuparse especialmente por Lali. Rocio también es rubia.

Enséñame a Amar! Laliter❤️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora