Gene los condujo por el área de recepción, mostrándoles enormes murales de delfines y advirtiéndoles acerca de sus visitas al acuario.
—No dejo que los huéspedes naden con los machos, porque a veces se ponen agresivos. Aunque, por lo general, son criaturas maravillosas, inteligentes y juguetonas. El preparador os dirá más cosas mañana. Ahora.., tengo entendido que este viaje relámpago se ha debido a un día problemático. ¿Tenéis hambre?
—Hace horas que no pruebo bocado —respondió Peter.
— Hay bufé libre en la terraza, con música y baile. Cuando hayáis terminado de comer, encontraréis lista vuestra habitación.
Peter le dio las gracias y acompañé a Lali a la terraza. Era preciosa, una enorme estructura blanca de madera con enormes porches, mesas, sillas y farolillos encendidos por doquier. Una banda tocaba suaves melodías isleñas, y las camareras, ataviadas con los típicos sarongs, se movían perezosamente por entre los huéspedes.
Peter llamó a una camarera y pidió las bebidas. Le habló en francés, lo que hizo que Lali comprendiese que el francés era el idioma oficial de la isla. Luego se acercaron al bufé. De repente, Lali se dio cuenta de que tenía un hambre canina. Llenó su bandeja con costillas, piña, algo llamado «delicia de jardín» y pan de maiz.
—~,Así que Gene es un ex agente de la CIA?
— preguntó Lali al regresar a la mesa.
— Sí. Trabajé para el Gobierno durante veinticinco años, y luego decidió que ya había tenido bastante. Adoraba el mar, así que abrió este complejo. Ahora disfruta de la brisa tropical e intenta disfrutar de la vida.
— ¿Intenta?
—En este trabajo, uno nunca olvida algunas de las cosas que ha visto. Lali asintió.
Peter alargó la mano para cubrir la de ella.
—Pero se soporta. Uno aprende que la vida es muy valiosa, que hay que luchar por ella hasta el último aliento.
—Lo sé.
Él se recliné en la silla y sorbió su bebida.
—Yo no lo sabía —dijo—. Tardé mucho en descubrirlo, después de la muerte de Euguenia.
—Es duro —dijo Lali suavemente, apurando su segunda copa. Una tercera apareció como por ensalmo—. Sabes que mi resistencia al alcohol es mínima.
—Sí, lo sé.
—Podría desmayarme encima de ti.
—Correré el riesgo.
—No tendrás que emborracharme para que me acueste contigo, ¿sabes?
Peter sonrio.
—Eso también lo sé.
Lali se palmo la mejilla. Aquellas bebidas eran realmente engañosas. Ya no se sentía la cara.
—Acaba la copa y luego daremos un paseo. Al final de ese sendero hay una pequeña iglesia, muy bonita, que construyeron los piratas hace tres siglos.
—No estoy segura de poder caminar.
—Yo te ayudaré.
El mundo daba vueltas. Pero todo era hermoso. Los farolillos parecían arder por todas par tes. Los colores de la isla eran vibrantes. La brisa era como un bálsamo.
Lali comprendió que estaba achispada. Lo cual era bueno. No tenía una sola
preocupación en el mundo. Aquella noche dormiría sin pesadillas.
No, no estaba achispada. Estaba absolutamente ebria.
Como una cuba.
Trató de disimularlo.
—Este sitio es precioso —le dijo a Peter.
—Me alegra que te guste. Ahí está la iglesia.
En la iglesia había otra gente. Un sacerdote, un par de camareras con sarongs. Había velas encendidas y flores en el altar; sobre antiquísimas tumbas se arqueaban ventanas con vidrie-ras de colores.
—Es maravilloso. Este sitio es maravilloso.
—Celebro que te guste. Porque vamos a casarnos aqui.
—¡No, ni hablar!
—Es lo correcto.
—¿Lo correcto? Estoy un poco borracha, pero la gente no se casa porque sea lo correcto.
— Está bien, te lo pediré de rodillas — Peter hincó una rodilla en el suelo y dijo—: Cásate conmigo, Lali.
—¿Porque soy estupenda en la cama e intentas salvarme la vida? ¡No! —Hay razones peores.
— Sí
—Peter, ¿todo esto es de verdad?
— Sí.
—No puede serlo.
—Lo es.
—¿Cuándo lo organizaste?
— Mientras te hacían las radiografías.
—No te creo.
—Mira, Lali, estoy de rodillas. Di que si.
—¿Sí a qué?
—Amí.
— No.
—Piensa en Alegra.
— Siempre pienso en ella. Siempre.
—Tú deseas casarte conmigo.
—No.
—Lo deseas. Ven, acompáñame.
Peter la condujo por el pasillo de la iglesia. Todos la miraban. El sacerdote sonrió antes de abrir un libro y empezar a hablar.
Lali se rio.
— ¡Oh, Dios, Peter! ¿Qué clase de montaje es este?
— Tú responde al sacerdote.
Ella volvió a palparse la mejilla. Seguía sin sentirse la cara. Iba a derrumbarse en cualquier momento. Malditas fueran aquellas bebidas. Maldito fuera Peter.
El sacerdote estaba hablando en francés. Lali no tenía ni idea de lo que decía. Peter le dio un suave codazo.
—Di que sí.
Lali se quedó mirándolo. Él la rodeó con el brazo e hizo un gesto de asentimiento. —Di que sí.
— Sí.
El sacerdote sonrió benevolente. Tenía dos cabezas. No, tres. Empezó a hablar de nuevo, y Peter murmuré algo en respuesta. Luego tomó la mano de Lali. Ella sintió algo frío.
—Voy a desmayarme —dijo.