Rocio, no folles conmigo. No resultes ser una puta. No quiero hacerte daño, ni lastimar a tus hijos. Todo dependerá de ti. Tenemos una oportunidad. Solo tienes que amarme. Vamos, ven.
Rocio temió perder el control de un momento a otro. Derrumbarse y ponerse a chillar y a gritar. No podía creer que antaño lo hubiera considerado un hombre tierno, sexy y atractivo. —Eres casi idéntica a ella.
—¿A quién?
—A Gimena. Tu madre. Era la mayor calientapollas que ha existido. A veces te miro y eres ella. Otras veces casi llamo a Lali por su nombre. Qué irónico, ¿verdad?
—Yo no soy mi madre. Él sonrió súbitamente.
—Pero te acercas mucho. Bueno, ¿qué estarías dispuesta a hacer para seguir viva? — inquirió con voz ronca.
— ¡Cualquier cosa! —susurré ella, sintiendo náuseas.
—Pues empieza ya —le aconsejó él—. Convénceme de que debo dejarte vivir.
Por la ventana de la cabaña, Lali vio cómo su hermana se quitaba la camiseta y se arrodillaba delante de Gas, sentado en una silla. La navaja descansaba en la repisa de piedra de la chimenea.
Si conseguía atraer a Gas al exterior durante unos minutos, podría apoderarse de la navaja y sacar de allí a Rocio y a los niños. Meterlos en la barca y llevarlos a la otra orilla.
¿Qué podía hacer para sacarlo de la cabaña?
Asomada a la ventana, Lali vio las lágrimas que resbalaban por las mejillas de su hermana mientras Gas acariciaba su torso desnudo. Se preguntó si su hermana sabría cuánta sangre había en aquellas manos.
Lali se agachó y agarró una enorme piedra. Luego se incorporé rápidamente, impulsivamente, y corrió hacia la parte frontal de la cabaña. Utilizando todas sus fuerzas, arrojó la piedra contra la puerta, antes de apresurarse de vuelta a la ventana.
Gas se había levantado. Rocio seguía arrodillada en el suelo, temblando. Lali esperó hasta que Gas caminó hasta la puerta, la abrió y salió, acercándose con grandes zancadas al borde del agua.
Entonces, Lali entré por la ventana. Lo primero que hizo fue buscar la navaja. No estaba. Al parecer, Gas la llevaba consigo.
— ¡ Rocio! — susurré Lali.
Rocio ni siquiera alzó la vista. Estaba encorvada, con los brazos cruzados sobre el pecho.
— ¡Rocio!
Su hermana la vio por fin. Abrió los ojos de par en par, sorprendida, y sus labios empezaron a temblar.
—Tienes que esconderte, Lali. Tienes que salir de aquí o te matará a ti también. Creo que él es el asesino. Creo que mato a mamá. Oh, Dios, Lali...
Lali la agarró y la puso en pie.
— ¡Póntela! —dijo entregándole la camiseta—. ¡Deprisa! ¿Dónde están los niños? ¿Dónde está Alegra?
—En el desván. Los matará, Lali. Pero Alegra no está aquí. Está con Darryl. Oh, Dios, mis hijos... Quizá sea mejor que haga lo que... quiere.
—Está enfermo y nos matará de todos modos —le aseguró Lali—. ¡Así que serénate
y ayúdame! Tenemos que llegar hasta los niños y salir por esa ventana... ¡Vamos!
Arrastró a Rocio hasta el desván. Justin no dormía. Estaba sentado, con los ojitos desorbitados y aterrorizados. Lali le indicó con un gesto que guardara silencio y él,
instintivamente, la comprendió.
— ¡ Vamos! — lo urgió Lali mientras tomaba a Shelley en brazos.
Rocio tomó a Anthony. Justo cuando llegaron al pie de las escaleras, oyeron a Gas en el porche.
— ¡Deprisa! —dijo Lali—. ¡A la ventana
Sostuvo a Shelley y a Anthony mientras Rocio salía trabajosamente por la ventana. Luego alargó los brazos para sacar a Justin, Shelley y, por último, Anthony. Justo cuando Lali estaba entregándole al pequeño, la puerta de la cabaña se abrió. Gas estaba allí, de pie. Podía ver a Lali, sin duda, pero, al estar oculta entre las sombras, quizá no supiera quién era.
Ya estaba oscureciendo.
— ¡Llévate a los niños de aquí! —susurró Lali.
— ¡Lali! ¡No puedo irme sin ti!
— Si yo salgo ahora, nos atrapará a todos. Escúchame con atención. Sube a los niños en una de las barcas y aléjate de aquí. ¡Busca ayuda!— ¡Lali, no! —las mejillas de Rocio se llenaron de lágrimas.
— ¡ Vete!
Rocio corrió con los niños.
Lali se separó de la ventana. Gas había vuelto.
Lali se quedó mirándolo un momento, luego se giró y empezó a subir las escaleras del desvan. Gas se situé debajo de ella, alzando los ojos.
— ¡Rocio!
— ¡ Solo quiero comprobar cómo están los niños! —respondió ella desde arriba.
En el desván, se detuvo un momento, respirando profundamente. ¿De cuánto tiempo disponía? De unos pocos segundos. Tenía que esperar, darle tiempo a Rocio. Cerré los ojos un momento, rezando. ¿Seguirían las llaves puestas en la furgoneta?
— ¡Date prisa, Rocio!
Tiempo, tiempo, necesitaba tiempo. No podía dejar que Gas supiera que había suplantado a su hermana, que Rocio y los pequeños trataban de huir desesperadamente...
«Peter, por favor, ¿dónde estás? ¿Sabes ya que hemos desaparecido? ¿Recuerdas a dónde debes ir? Peter, te quiero...»
Lali se despeinó el cabello, echándoselo sobre el rostro. Miró escaleras abajo. Gas se había acercado a la chimenea apagada, recostándose en ella. . .Gas.
Se sintió mareada, recordando la ternura con que Gas la había abrazado tras el ataque de Harry Nore. Gas. Gas, que había sonreído, jugado y bromeado con todos ellos, año tras año. No habían sabido verlo. Ninguno había visto el otro lado de aquel hombre.
Tenía que salir de la casa y correr en la dirección opuesta a la que había tomado Rocio, darles a su hermana y sus sobrinos una oportunidad.
— ¡Rocio!
Ella respiró hondo.
— ¡Gas! —respondió—. ¡Vamos a jugar! —dijo provocativamente, y bajó corriendo las escaleras. El se dio la vuelta, pero ella ya había pasado de largo. Salió precipitadamente por la puerta y corrió hacia los árboles.
—¿Dónde, dónde, dónde? —musité Peter entre maldiciones.
Nico, pálido como la cera, solté el teléfono móvil.
—VICO y la policía ya vienen detrás de nosotros. Lali y Rocio no aparecen por ninguna parte. Alegra está con su padre.
—Gracias a Dios —dijo Peter. Nico guardó silencio, y Peter se estremeció interiormente,
recordando que la esposa y los hijos de Nico corrían un grave peligro.