Intentó gritar. Sabía que era una pesadilla, pero necesitaba gritar. Despertarse.
Vio el cuchillo de nuevo, suspendido sobre la bruma plateada. Algo goteaba de su filo.
Sangre.
Plaf, plaf, plaf...
Un charco de sangre yacía en el suelo, debajo del cuchillo. La voz de Gimena había enmudecido para siempre.
Lali conocía bien la pesadilla; la había vivido. Pugnó por despertarse, pero estaba hundiéndose más y más en ella. El cuchillo no podía flotar en el aire por sí solo. Alguien lo sostenía. Alguien lo había usado para matar, y seguía usándolo.
Volvería a matar una y otra vez... Una mano sostenía el cuchillo.
Una mano enguantada...
Con una muñeca, un brazo...
Engullido por la oscuridad. Pero si ella seguía mirando, y esperaba a que la bruma remitiera, vería al asesino. Tenía que verlo, impedir que siguiera matando, pero la niebla era muy espesa.
Entonces empezó a disiparse.
Si miraba con ahínco, con verdadero ahínco...
El cuchillo volvía a elevarse. Lali no podía verlos, pero sintió los ojos del asesino sobre ella. Mirándola. Viéndola. ¡ Asesino te ve! ¡ Asesino te ve!
El cuchillo se dirigía hacia ella. La alcanzaría en cualquier momento, porque el asesino podía verla, aunque ella no lo viese a él. La hoja estaba tan afilada, aún goteaba sangre de su madre...
Se acercaba más, y más, y más...
Lali se giró para correr, oyó cómo la hoja surcaba el aire. Y por fin...
Empezó a gritar. A gritar, a gritar y a gritar... Unos brazos la rodearon, sujetándola, zarandeándola.
¡ Lali!
Se despertó aterrada, luchando frenéticamente contra el hombre que la sujetaba.
— ¡Lali!
Abrió los ojos, pero tardé varios segundos en darse cuenta de que era Peter quien intentaba sujetarla, a pesar de su violento forcejeo.
Martique estaba de pie junto a la puerta, con su pijama de franela.
— ¡Dios santo, Lali! —murmuró preocupada. Se hizo la señal de la cruz.
Lali miró a Peter, que la observaba con grave preocupación. —¿Te encuentras bien? Estabas soñando, ¿verdad?
Ella asintió.
— Le traeré algo de beber — dijo Martique —. ¿Qué le apetece?
—Algo fuerte —dijo Peter. Miró de soslayo a Martique—. Un Jack Black doble.
—No puedo beber bourbon —protesté Lali.
— ¡Es para mí! —bromeé Peter—. Me has dado un susto de muerte.
Ella se sonrojó, mirándolo, dándose cuenta de que tenía puesta una combinación corta de color negro que había elegido aposta para parecer provocativa, por si él regresaba.
—Prepararé algo bueno para los dos —dijo Martíque—. Y nada de protestas, jovencita.
Cuando Martique se hubo retirado, Peter le pasé los nudillos por las acaloradas mejillas.
— Cuéntamelo.