Capitulo 31

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— ¡Yo no lo miro! De hecho, nos peleamos hace algunos años.
—Mmm. En ese caso, no te importara si...
—¿Si qué?
—Si le tiro los tejos.
—Pues... claro que no —se apresuró a responder Lali.
—No pareces muy convencida —observó Sheila sonriente. Lali suspiró. Sheila no era ninguna cabeza loca. Llevaban juntas en la banda desde hacía bastante tiempo y se habían hecho buenas amigas.
—No seas absurda, Sheila. Tírale los tejos a quien quieras. ¿Acaso tengo aspecto de querer liarme con mi propio... mi propio...?
— ¿Hermanastro? — sugirió Sheila.
—Mmm...
Sheila la observó durante largos segundos, y su sonrisa se profundizó. —Tienes razón, cielo. No tienes aspecto de querer harte con Peter.
— Exacto.
— Solo tienes aspecto de querer tirártelo. Pero no pasa nada. Tomaré lo que me has dicho al pie de la letra. No obstante, si cambias de idea, no tienes más que
decirlo.
Sonriendo dulcemente, se dirigió hacia el grupo en el que se encontraba Peter.
Lali sintió ganas de abofetearla.
De una manera madura y digna.
La fiesta empezaba ya a declinar, y Nico seguía sin aparecer.
Era abogado, sí. Pero eso no significaba que tuviera que trabajar todos los sábados. Estaba siempre fuera. Y ella estaba siempre en casa. Nico siempre estaba vestido con traje y corbata. Y ella siempre con pantalones vaqueros y camisetas manchadas de papilla o de vómito de bebé. Amaba a sus hijos. Que Dios la perdonase, los amaba de verdad.
Pero se sentía tan...
Inquieta.
Dolida, preocupada.
Tenía veinticinco años, y casi siempre le parecía que su vida se había acabado. Que nunca volvería a ser joven. Para Nico era distinto. El salía, trabajaba. Ocupaba Un puesto importante. Y se suponía que ella debía comprenderlo. No obstante, aquella noche...
Él estaba allí.
Y se acercó a ella por fin, con aire indolente pero amable.
— ¿Estás bien?
Ella sintió una extraña excitación al percibir la calidez ronca de sus palabras.
—Sí, bien.
Él se agaché al lado de donde ella estaba sentada, con los pies descalzos suspendidos sobre el agua de la piscina. Junto a ella estaban las sandalias y una piña colada.
— Estás preciosa.
— Gracias — ella lo miró—. Tú tampoco estás nada mal.
Él le sonrió.
—Dios, Rocio... Nico tiene todo lo que yo deseo. Todo lo que se puede desear, y ni siquiera es consciente de ello. Unos hijos estupendos.
Una mujer hermosa. Si fueras mía, no te dejaría sola ni un momento.
—Eso es muy dulce por tu parte.
—Deberías darme una oportunidad.t

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