Capitulo 33

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-Es demasiado pronto. Quiero que me tomes en serio.
Él acaricié con los dedos un mechón suelto de su cabello.
—Vayamos a otro sitio —sugirió besándola otra vez.
Ella apenas consiguió despegarse de sus labios.
—No puedo.
—Es preciso —musité él contra su boca.
—No puedo —repitió Cande.
— Debemos estar juntos.
Ella interrumpió el beso con un suspiro.
—No puedo irme de aquí esta noche. Y lo sabes. Tendría que dar un montón de explicaciones
— Eres médica... Invéntate un caso de urgencia.
—Soy patóloga. Con los muertos no se dan casos de urgencia.
—Ah, vamos... —él tomó su mano y se acercó al pecho, luego fue descendiendo y la oprimió sobre el bulto que se destacaba bajo cremallera de sus pantalones vaqueros—. ¿Ve lo que te estás perdiendo?
— Sí, vaya desperdicio — asintió ella lamentándose.
Él sonrió y le besó la mejilla.
—Bien. Te echo de menos. Te quiero. Las horas que faltan para el lunes se me harán eternas.
— El lunes — convino ella suavemente.
Intercambiaron otro tórrido y húmedo beso, y él desapareció en la oscuridad. Cande observó cómo saludaba a alguien en el porche. Se sentía bien, genial. ¡Dios, estar enamorada era algo maravilloso!
Sufría una agonía, una agonía tremenda.
Todo estaba oscuro. Era tarde. Muy tarde. Su habitación estaba a oscuras y extrañamente nebulosa. Se sentía muerto de cansancio, pero no podía dormir. A causa de ella.
Todo aquello era ridículo. ¿Cómo podía uno ver a una persona después de muchos años, y desearla tan intensamente que era como una necesidad física, como un dolor que no podía controlarse?
Y luego estaba la forma en que ella lo había mirado.
Furiosamente. Como si deseara matarlo.
Y después...
De otra forma. Con un extraño brillo verdes en las profundidades de sus impresionantes ojos.
Se levantó y se paseó inquieto por la habitación, como un tigre al acecho. Solo tenía que atravesar el pasillo. Ella estaba allí. Solo tenía que despertarla, sacarla de la cama y plantearle los hechos. «Mira, ambos lo deseamos, hagámoslo, saquémonos la espina y sigamos adelante con nuestras vidas...»
Abrió silenciosamente la puerta y salió al pasillo. Solo llevaba puesta una bata blanca de felpa, nada más. No importaba.
Abrió la puerta de su habitación.
Una suave lamparilla proyectaba su luminiscencia anaranjada sobre ella. Estaba recostada sobre los almohadones, con una combinación negra de seda, su cabello semejante a una cascada de fuego. Lo vio y no dijo nada. Simplemente salió con elegancia de la cama, sin dejar de mirarlo, y se situé delante de él. Se despojó de la
combinación, mostrándose en toda su gloriosa desnudez, sus senos generosos y firmes, triángulo púbico del mismo color rubio que cabello.
Extendió los brazos. Él dejó que su bata cayera al suelo. Los dedos de ella se arrastraron por su pecho. Bajando, acercándose...
El susurro de ella se estrelló contra los labio de él. La suave cascada de su cabello martirizaba su piel.
—Mira, ambos lo deseamos. Hagámoslo, saquémonos la espina y sigamos adelante con nuestras vidas...
— Sí...
Él la alzó por la cintura, la llevó a la cama, le separé las piernas y la arrastró de nuevo hacia sí. No había tiempo para juegos. Oh, Dios. Se...
Se despertó.
Estremeciéndose y sudando a chorros, Peter emergió del sueño. Por un momento le costó convencerse de que lo había imaginado todo.
Estaba sentado en el cuarto de huéspedes. Empapado.
Gimió en voz alta, apreté los dientes y se pasó los dedos por el cabello, presionándose levemente las sienes. Maldición.
Aquello no iba bien.
Peter durmió hasta tarde.
Fue a misa de diez, tras enterarse de que Lali y las chicas habían ido a la de ocho. No habían regresado.
Tomó café en un bar y recorrió las calles de Cayo Hueso, mezclándose con los turistas. Finalmente, alrededor del mediodía, volvió a la casa.
Lali ya había salido para Miami con Alegra. Cande y Rocio se habían ido con ella. Peter pasé la tarde pescando con Nicolas, Gas y Pablo. Fue muy agradable. Capturaron numerosas piezas y dieron buena cuenta de varias latas de cerveza. Una vez en la casa, frieron el pescado y luego Peter durmió durante varias horas.
Después también él salió para Miami.
Llegó la mañana del lunes.
Y con ella...
Restos humanos.

—No sé si podré servir de mucha ayuda —le dijo Lali a VICO D ALESSANDRO. Había ido a recogerla el lunes por la mañana, como acordaron. Sin embargo, ella no sabía que tendría que acompañarlo al depósito de cadáveres; siempre solía llevarla al lugar de los hechos, nunca al depósito.
VICO miró de reojo a Lali, y ella le devolvió la mirada. Él acababa de celebrar su treinta y siete cumpleaños, pero seguía pareciendo un crío, con su cabello pelirrojo siempre revuelto, sus pecas y sus cálidos ojos castaños. Aquel aspecto, sin embargo, era engañoso. VICO podía ser implacable y duro cuando se trataba de capturar a un asesino.
VICO empujó una puerta y ambos entraron en una espaciosa sala. Una sala de autopsias, se dijo Lali. En el rincón más alejado, un grupo de cuatro personas
lado, una pareja trajeada, ¿serían policías de paisano?, observaban la escena y escuchaban mientras una voz masculina desglosaba en un micrófono los detalles del fallecimiento.

Enséñame a Amar! Laliter❤️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora