Diana.
Su pelo castaño cayendo por su pecho, sus pechos, su cuerpo, su aroma, toda ella...
Tenía erecciones por su culpa todas las noches. Soñaba con sus ojos, su cuerpo y sus sonrisas de perversión mientras se movía encima de mí. La necesidad de recorrer con mis manos su perfecto cuerpo me consumía por dentro.
Me levantaba dos o tres veces por la noche para darme una ducha helada. Las erecciones eran insoportables. Ni en los entrenos me podía concentrar.
Cuando Nina se daba cuenta me las calmaba, pero mientras ella estaba encima de mi yo solo me imaginaba que era Diana haciendo un esfuerzo enorme por no pronunciar su nombre delante de Nina.
No era normal todo esto que me estaba pasando.
Estábamos en mi casa, encima del gran sofá de piel, y ella se movía de arriba abajo sobre mi miembro, yo la contemplaba embelesado. Sonrió de forma inocente y se inclinó para abrazarse a mi cuello.
-La niña ya no es tan niña, ¿No?-Dijo con una voz extremadamente provocadora.
Gemí.
Me desperté asustado. Otra noche más. Miré a mi derecha y Nina no estaba, se había ido a Dortmund a ver a Cathy y a algunas amigas más.
Retiré la sábana y ahí estaba de nuevo, el bulto en mis boxers. Suspiré y cerré los ojos. Sin pensarlo dos veces cogí el teléfono y la llamé.
-¿Si...?
-Pequeña Diana...-Intenté no sonar demasiado desesperado.
-¿Manu? ¿Qué quieres? ¿Has visto la hora que es?
-¿Y tú has visto cómo tienes?
-¿Cómo?
-Empalmado, ¿Quieres verlo? Me paso día y noche así, y me duele. Te necesita...
-Dile a tu mujer que te baje el calentón, a mi qué me cuentas.
-Yo no quiero con ella, odio que me toque. Quiero contigo...
-Pues me parece que te vas a tener que apañar con tus manos. No pienso ser tu juguete sexual.
-Sólo una vez más Diana, y te dejo en paz. Te lo prometo. Sé que me has ignorado todos estos días por eso.
Se quedó en silencio.
-¿Dónde y qué hora?
-Ya, en mi casa.
Nos despedimos y le pasé la dirección. Saber que iba a venir e iba a sentirla de nuevo hizo que me endureciese más.
Madre mía, pobre de mí.
Al cabo de un rato oí el timbre y bajé corriendo. Ahí estaba. Venía con el pelo suelto, unas leggis y un jersey ancho. Me miró con su cara inocente pero luego sonrió de forma perversa.
Entre besos acabamos en la gran alfombra del salón. Cuando la desvestí pude darme cuenta de que no llevaba nada debajo. La miré sonriendo mientras agarraba su trasero.
-Esa cara de no romper un plato es una pega, ¿No?
Me comió los morros y pude sentir su lengua rozando la mía.
-Déjame ver ese empalme del que tanto te quejas-Sonrió.
Su voz me provocaba cada vez más.
Se apartó de mí y miró mi miembro mientras se mordía sus labios rosados. Lo agarró y lo acarició con cariño, di un pequeño gemido.