Siempre he creído que en esta vida el amor no existe, al menos, no el que un hombre o una mujer puede jurarle a su pareja. Supongo que se remonta a mi historia familiar, y a cómo la relación entre mis padres cayó en un abismo brutal sin fondo.
En aquel momento, el auto de mi padre se encontraba entrando a la ciudad de Barrow, una pequeña ciudad de Alaska. Después de tres largos años, volvía a sentir ese clima denso, con la lluvia cayendo a cantaros y el frío en su máximo esplendor.
Lo extrañé más de lo que podría admitir.
Solía ser nuestro hogar cuando aún éramos una familia. Tras el divorcio de mis padres, algunos años atrás, papá contrajo matrimonio en Nueva York y mudarme con él fue la mejor opción. Pero, ahora mamá comenzaba a preocuparme. Envuelta en una gran depresión y consumida por las drogas. Decidí volver sólo por ella, intentar reanimarla, limar perezas. A fin de cuentas, era mi madre. Yo se lo debía. Necesitaba ayudarla a entender que la vida no terminaba por un hombre.
—Pa, ¿prenderías la calefacción? ─cuestioné a punto de helarme como una deliciosa paleta de hielo.
Él sonrió y de un segundo a otro, el clima del auto comenzó a cambiar.
—¿Por qué lo pides cuando estamos por llegar?—se burló.
Un profundo suspiro se escuchó cuando aquella casa que acogía tantas memorias y bellos recuerdos de mi infancia, apareció frente a mí. La observaba a detalle mientras pequeños fragmentos de mi época feliz se reproducían como una película de antaño en mi mente. Las tejas grises que yo elegí, los árboles que plantamos juntos por un costado de las escaleras de ladrillo que nos conducían al pequeño porche en el que más enredaderas se encontraban.
─¿Estás segura de querer quedarte? Porque puedo entender perfectamente que no lo hagas y yo me sentiré encantado de llevarte de vuelta a casa conmigo ─dijo mi padre al ver la melancolía en mis ojos, además de la aprehensión que sentía conmigo.
─Sí. ─Sonreí─. Ella me necesita, y creo que regresar aquí es bueno.
Papá sonrió un poco y salió del auto, acompañado de su paraguas y su enorme abrigo. Tomó todas mis valijas del maletero y las dejó sobre el porche. Bajé cuando todas mis cosas se encontraban listas y me detuve frente al alto porte del señor de ojos claros y cansados.
─Te extrañaré ─dijo.
─Yo más. ─Lo abracé y solté un nuevo gran suspiro─. Llama cuando llegues a casa y... me mandas muchas postales de Tuti.
─Debiste traerla contigo.
─Esa sería una muy mala idea. ─Sonreí─. Esa perra ya se encuentra muy acostumbrada a la vida newyorkina, el frío infernal de este pueblo la mataría.
Después de una nostálgica despedida, él se marchó. Me mantuve pensativa frente a la puerta de madera, hasta que por fin me atreví a tocar. Toqué y toqué, pero nadie atendió. Insistí tanto como me fue posible, obteniendo el mismo resultado.
─¿Mamá? ─cuestioné, mientras merodeaba por las ventanas─ ¿Mamá?
Y justo en ese momento, la puerta se abrió. Mi madre salió al pórtico sin zapato alguno, mientras el frío quemaba hasta los huesos.
─¡Mujer! ─exclamé e intenté empujarla hacia el interior─. Te hará daño salir así, anda, adentro.
─¡Mi pequeña! ─dijo con gran felicidad y me abrazó, haciendo más difícil el hecho de introducirla a casa.
─Hola, mamá. Por favor, entra a casa. ─Sonreí, empujándola ligeramente─. ¿Cómo estás? ─cuestioné cuando todo marchó como se suponía, ya metiendo una por una mis maletas.
─Increíble, bueno... un poco triste, pero increíble. ─Sonrió─. Me alegra que vinieras.
─Me alegra también estar de regreso ─solté y le regalé una reconfortante sonrisa.
─Y... ─Comenzó a mirar hacia mi alrededor─ ¿No viene nadie más?
La miré y solté un pequeño suspiro.
─ Él ya se fue. No lo esperes.
Mamá no dijo nada, y segundos después me llevó a mi habitación. La casa era un completo desastre, así que en cuanto me instalé, decidí limpiar cada centímetro de ella. Comencé a las cinco de la tarde y no me detuve hasta las nueve de la noche, cuando dejé reluciente la casa.
─Listo ─solté con una gran sonrisa llena de satisfacción.
─No debiste, cariño ─dijo mi madre mientras observaba la casa.
─Iré a tomar un baño. Regreso y hacemos la cena, ¿te parece?
Deposité un beso sobre su frente y subí a mi habitación. Tomé una ducha caliente, me coloqué la pijama más gruesa de todas, compuesta por dos de ellas y bajé decidida a sacar las bolsas de basura que había dejado listas para el cesto.
─Se me antojan unos panqueques. ¿Tú qué dices? ─preguntó mamá; ella realmente parecía una niña pequeña, con aquel tono que utilizaba y las acciones que mostraba.
─Me parece excelente. Saca los ingredientes mientras llevo la basura al cesto.
Le regalé una pequeña sonrisa y salí con dos bolsas negras. Caminé hasta el cesto y las deposité, pero justo en ese momento, sentí la presencia de alguien. Los latidos de mi corazón se aceleraron, y me giré con inquietud. Sin embargo, no vi nada fuera de lo común.
Caminé a paso rápido hasta el interior de la casa y cerré la puerta con doble seguro. Respiré ahí mismo, con las manos sobre el frío metal de la perilla. Me tranquilicé, diciéndome a mí misma que probablemente era mi absurda imaginación.
Me dirigí a la cocina, dispuesta a comenzar la cena con mamá, cuando el timbre de la puerta se escuchó. Mi corazón comenzó a acelerarse nuevamente; sinceramente, el pánico me invadió, ¡yo había sentido algo! pero aún así, decidí atender. Enfrentar a lo que fuese del otro lado.
Abrí la puerta con decisión, mostrando confianza y seguridad en el rostro...
No había nadie.
Fruncí el ceño, después mi rostro se relajó. ¿Habría sido mi imaginación? Quizá mi ridícula paranoia lo creó, pero justo antes de girarme, vi un arreglo floral encima del tapiz de la entrada. Eché un nuevo vistazo a mi alrededor en busca de un responsable, pero fue inútil; nadie estaba ahí. Dudé un poco, pero tomé el pesado arreglo y entré a casa para colocarlo sobre la mesa del recibidor, tomándome la libertad de leer la tarjeta.
¿Eres mía?
CONTINUARÁ.
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Eres Mía
Teen FictionLa vida que Sky tenía no está más, pues aquel que la había reclamado como suya desde que la conoció, no había quitado el dedo del renglón.