20. Museo personal.

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Los días transcurrían y lo que dijo Alonso alguna vez, cobró sentido

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Los días transcurrían y lo que dijo Alonso alguna vez, cobró sentido. 

Bueno, no. No es verdad. Cada vez se tornaba más aburrida mi estancia dentro de esa gran cabaña.

─¿Puedo salir? ─pregunté.

─No ─respondió el pelirrojo.

─¿Puedo beber? 

Él negó moviendo su cabeza de un lado a otro.

─¿Puedo tomar un poco de aire?

─Para nada.

─¿Puedo ir a visitar a mi familia?

Alonso se levantó del sofá y me regaló una pequeña sonrisa.

─Ve a dormir, Sky.

─Son las siete de la tarde, estás loco si crees que iré a dormir ahora ─aclaré, cruzándome de brazos.

─Entonces juega a algo, ve el televisor o toma una ducha ─opinó.

─Comienzas a comportarte como Jos. No lo hagas, por favor ─rogué.

─Creí que tú y él ya eran amigos. ─Sonrió burlesco.

─Simplemente he dejado de odiarlo, pero eso no significa que seamos amigos ─aclaré rápidamente.

Alonso salió de mi vista, dejándome nuevamente en la vacía sala de estar. Pegué un gran suspiro y decidí merodear como por séptima vez la cabaña. Creí que sería un recorrido común, sin embargo, esta vez descubrí algo diferente; algo maravilloso.

─¡Ya quiero salir de aquí! ─vociferé en medio de un suspiro, recargándome sobre una de las paredes del despecho. Jamás conté con el hecho de que esta fuese tan frágil.

Caí al instante, golpeando fuertemente mi trasero. Mientras me quejaba, descubrí que no era una pared. Había encontrado una puerta secreta.

Asombrada, me levanté lentamente y decidí que entrar sería la mejor opción. Cerré con cautela y, de la misma manera, me adentré un poco. Era un oscuro y frío pasillo que te conducía hasta una puerta. Sujeté la perilla y la giré con delicadeza. El cuarto se encontraba completamente oscuro, por lo que comencé a buscar el interruptor en las paredes cercanas a la puerta.

Bingo.

Al encender la luz, mi mandíbula casi cae al piso. 

Era un cuarto lleno de pinturas, hermosos lienzos en los que estaban plasmadas maravillosas obras de arte.

─¿Son robadas? 

Fue lo primero que sorprendidamente emití en susurro, pues parecían realmente costosas. Eran finas, eran preciosas.

Merodeé, perdiéndome en cada una de esas magníficas obras, tan reales que parecían fotografías. Era como estar en un museo. 

«¿Alguien dijo Louvre?»

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