Merodear por los pasillos y las habitaciones de la cabaña fue algo que se volvió monótono día con día. El perro mayor y sus perros, no siempre se encontraban disponibles, a veces la cabaña era tan solitaria, aburrida y, simplemente fastidiosa.
Bajé las escaleras con el propósito de no pisar las líneas que en ellas se encontraban dibujadas, mientras tarareaba una vieja y desgastada canción que mi padre y yo solíamos cantar desde que tenía uso de razón.
─¡Sky! ─exclamó Jos con aquella gruesa voz.
Su presencia no era algo que esperara, y es por ello que gracias a que mi vista se mantenía baja por el absurdo juego con el que me divertía, pude sostenerme de los oportunos barandales a mi costado tres escalones más abajo, salvándome de una muerte segura, o por lo menos, un hueso fracturado.
─¿Te encuentras bien? ─cuestionó con preocupación, llegando a mi auxilio.
─No vuelvas a hacer eso ─pedí entre dientes.
─Lo lamento, creí que me habías visto ya ─se excusó, examinando mi cuerpo de pies a cabeza, asegurándose de que estuviera en perfecto estado.
─No me pasó nada ─aclaré, mirándole con seriedad─. ¿Hoy no tienen trabajo?
─Ya regresamos ─soltó sin mostrar mucha importancia mientras colocaba su chaqueta sobre el inmenso y cómodo sofá en la sala de estar.
─Son las siete de la mañana, ¿a qué hora se fueron? ─cuestioné horrorizada.
Se le escapó pequeña sonrisa burlona que esfumó al instante.
─ Ven acá, te invito a ver un poco de televisión mientras el desayuno está listo.
Tomé asiento a su lado y nos perdimos con ese bello programa en el que te muestran cómo cocinar el desayuno perfecto.
En realidad, ni siquiera prestamos atención.
─¿Cómo es que nadie se da cuenta de que no estoy?─pregunté de repente, haciendo que Jos me mirase por un momento.
─Probablemente ya lo hicieron, pero estaban tan hartos de ti, que deciden ignorarlo ─respondió, encogiéndose sus hombros.
Muy en el fondo, su comentario me causó gracia.
Sonreí y golpeé su hombro.
─Imbécil.
Él rió por lo bajo y me observó unos instantes antes de articular palabra:
─Sabes que en Barrow piensan que regresaste a vivir con tu padre, y que en Nueva York continúan con la idea de tu simple vida en Barrow. Desde que llegaste aquí te he dicho que no debes preocuparte por nada, siempre lo tengo todo bajo control.
Sonreí y negué repetidas veces.
─Eres increíble —ironicé.
─ Y encantador ─respondió con un toque de su peculiar egocentrismo.
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Eres Mía
Teen FictionLa vida que Sky tenía no está más, pues aquel que la había reclamado como suya desde que la conoció, no había quitado el dedo del renglón.