18. Paranoia.

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Regresé a casa con la paranoia acechante

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Regresé a casa con la paranoia acechante. Cualquier ruido singular hacía que mi corazón comenzara a palpitar incesante, estando tan alerta como jamás en mi vida lo estuve antes.

─Madre, ¿podrías por favor no hablar ni abrirle la puerta a nadie? ─cuestioné cuando mis nervios llegaron a tope y sentía que me volvería loca.

─Sky, ¿qué es lo que sucede? ─preguntó con curiosidad, acercándose a mí.

─Sólo hazme caso, te lo pido de favor ─insistí.

—Claro, cariño. ─Me miró con seriedad y yo sostuve la mirada en ella también. Varios segundos más tarde, ella miró al suelo, se levantó y se dirigió a uno de los sofás, levantando un cojín y sacando un pequeño frasco de ahí mismo─. Hija...

─¿Qué es eso? ─pregunté alerta.

Ella se acercó a mí y colocó el frasco en mis manos, juntando nuestros puños cerrados.

─ Tengo un mes sin tomar una sola, y quiero que lo guardes por mí ─Dicho esto, soltó una pequeña sonrisa atestada de orgullo.

La miré consternada por un momento, hasta que mi vista se fijó en el frasco. Eran esos medicamentos que utilizaba en exceso por la ansiedad.

─¿Así que ese es tu escondite? ─Sonreí.

Ella bajó una apenada sonrisa.

─ No sabes buscar.

─Gracias, mamá. Sé que es un gran esfuerzo de tu parte.

─Sólo quiero demostrarte que en verdad me arrepiento de todo lo que ha sucedido con nuestra familia.

─Tranquila ─terminé.

***

El tiempo avanzó y la paranoia comenzó a desaparecer poco a poco, pues gracias a los perros de Jos, me sentía protegida. Ellos se encontraba día y noche rodeándome y no se molestaban en ocultarlo.

─Oye, ¿es mi imaginación o últimamente hay más secuaces? —preguntó Jetsam en susurro mientras caminábamos por los pasillos de la escuela.

Mis hombros se encogieron.

─ No lo sé.

─Sí lo es, también me he dado cuenta ─diji Fel, metiendo su cuchara donde no la habían llamado.

Salí de la escuela y me dispuse a caminar hacia mi hogar, sin embargo, aquella tranquilidad que poseía se vio afectada en cuanto mi vista se topó con aquel hombre que me acechó aquella tarde. Mis pies perdieron movilidad, mi pulso comenzó a acelerarse; estaba asustada. Él solamente me miraba con gran seriedad, sin hacer movimiento alguno, pero eso bastaba para matarme de miedo.

Lentamente, busqué con la mirada a alguno de los secuaces de Jos, como diría Jet; Alonso, si mal no recuerdo, se encontraba cerca. Al verme, se acercó a mí, como si fuese cualquier amigo mío.

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