8. Obsequios.

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Llegué a casa tan feliz como hacía ya mucho tiempo no me sentía, dejándome caer sobre la puerta de mi habitación en compañía de un enamoradizo suspiro

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Llegué a casa tan feliz como hacía ya mucho tiempo no me sentía, dejándome caer sobre la puerta de mi habitación en compañía de un enamoradizo suspiro.

─Cariño, llegó este obsequio esta mañana para mí ─dijo mi madre apuntando hacia una caja de regalo cuando bajé para comer algo.

Observé con detalle, me acerqué a ella. Era una taza personalizada, con galletas de jengibre adentro y lindos adornos.

─¿Crees que tu padre...? ─Comenzó a cuestionar esperanzada.

La miré de golpe y negué.

─No, mamá. Papá no lo envió.

Su sonrisa se apagó y pude notar tristeza. Ella seguía aferrada a mi padre, pero él ya la había olvidado y debía comprenderlo.

Tomé la caja entre mis manos y, al ver la tarjeta, pude darme cuenta de que era un obsequio de Jos. Lo supe porque era la misma fuente de letra que venía en la tarjeta de las flores que llegaron en mi primer día.

─¿Te gustó tu regalo? ─cuestioné.

─Me encantó ─respondió mamá, fingiendo una triste sonrisa.

El día pasó, y decidí estar con ella toda esa fría tarde de sábado, fusilándonos una larga lista de series en la televisión. Quizá el enojo que sentí por ella me venció algunos años, pero estaba aquí porque era hora de perdonarla y cuidar de ella. La pobre mujer lo necesitaba y yo había decidido querer hacerlo. No obstante, de mi mente jamás salió la duda sobre el motivo por el cual, Jos le había mandado ese obsequio.

─¿Una ducha relajante en la bañera o... una ducha exprés? ─me pregunté a mí misma en voz alta mientras tomaba mi pijama del cajón.

─¿Qué te parece una ducha relajante conmigo? ─escuché su voz, haciéndome saltar del susto.

─¡¿Qué haces aquí?! ─exclamé en secreto, dejando caer mi pijama al suelo─. ¡Rayos, Jos! ¿Por qué haces eso? ¿Sabes que es allanamiento de morada? ¡Podría demandarte!

Él tan sólo rio cínicamente, burlándose de mi reacción.

─Sabes que eso no funciona, vida mía.

─Sal de mi habitación, ahora ─gruñí.

─Sólo vine a platicar un poco. ─dijo el chico de cabello oscuro y ojos azules, tomando asiento cómodamente sobre mi cama─. ¿Le gustó el regalo a tu madre?

Suspiré y lo miré con desdén.

─No comprendo cómo es que me desprecias tanto ─continuó, fingiendo confusión─. Lo único que hago, es cuidar de ti, darte mi amor incondicional y obsequios. ¿No es acaso lo que toda mujer desea?

─Claro ─ ironicé.

─De hecho, vine a hablar contigo sobre eso.

Mi cuerpo se tensó instantáneamente, mi corazón se detuvo y me sentí fría.

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