31. Pinceladas.

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Fue uno de aquellos solitarios días hasta que dieron las ocho de la noche, cuando Jos apareció a mi lado.

─¿Te puedo pintar? ─cuestionó sin más.

─¿Disculpa? ─respondí, dejando de lado el libro de orgullo y prejuicio que leía mientras una de mis cejas se levantaba para hacer contraste con mi respuesta.

─¿Ahora también eres sorda? ─ironizó.

Le miré, deseando estrangularlo con la mente. Lástima que no contaba con ese super poder, pues podría llegar a ser muy útil.

─Entonces, ¿qué dices? ¿Puedo plasmar tu bello rostro en uno de mis lienzos? ─insistió.

─Por supuesto ─Sonreí vagamente─ ... que no.

La pizca de ilusión en su mirada se desvaneció, terminando por encogerse de hombros.

─Como quieras, iré a ducharme.

─No hacen falta las explicaciones ─avisé.

─Lo lamento, sólo pensé que te gustaría saber lo que hago.

─¿Por qué me importaría? ─cuestioné con incertidumbre.

─Porque si tú eres mía, yo soy tuyo, entonces ... ¿Qué mejor que saber lo que "lo tuyo" está haciendo? Yo mataría por saberlo ─respondió torpemente, y me pude dar cuenta de que el pobre hombre atravesaba un rato de aburrimiento fatal.

─Eres un estúpido.

─Y tú eres hermosa.

Dijo antes de partir, haciéndome sonreír.

* * *

Me encontraba despertando gracias a los rayos del sol que se adherían a mi rostro porque las cortinas que solían cubrirlos cada mañana, se encontraban corridas.

Me quejé ferozmente y cubrí mi rostro con las gruesas colchas que me salvaban del frío por las madrugadas.

─Malditas cortinas —gruñí.

─¿Estás lista para que te pinte? ─dijo su emocionada voz.

Mi pobre cuerpo, inocente y asustado, cayó por la borda de mi cama, directamente hacia el suelo.

─ ¿Pero qué demonios te sucede?

Él alzó la mirada y pensó por un momento.

─ Creo que la falta de sexo me mantiene en este estado de ansiedad.

Gruñí y le aventé una de mis almohadas, pero ésta no le golpeó. Sus buenos reflejos la sostuvieron sin problema.

─Hay millones de mujeres en el planeta para que satisfagas tus necesidades.

—Pero sólo existe una Sky.

—Fue tu regalo de cumpleaños, ya supéralo.

La verdad es que, las cosas no habían cambiado mucho. Tuve un momento de debilidad y caí directamente entre sus brazos. No me arrepentía de nada, pues la experiencia lo había valido todo y un poco más, pero tampoco deseaba que se repitiera. Quería... ¡necesitaba! bloquear cualquier clase de sentimiento que naciera de mí hacia él a sabiendas de que, aunque me doliera, no era el hombre para mí.

Me miró jocoso, mostrando una ladina sonrisa.

—Ha sido la mejor noche de mi existencia, vida mía. No me pidas lo imposible, porque no te lo podré conceder.

Suspiré.

—No me vas a pintar.

—¿Qué problema hay con eso?

Eres MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora