Todo a mi alrededor causaba temor, tal era el grado, que ni siquiera tenía el valor de salir de mi habitación.
Todos en la cabaña, incluyendo a Jos, se encontraban en un estado de alerta terrorífico. Sentía que cada vez eran más y más de sus perros y por ello sabía que no estábamos desprotegidos, pero seguía sin ser una garantía. Yo seguía aterrada.
El tiempo pasó, y a pesar del enorme miedo que me poseía, sentía que las cosas se tranquilizaban. Jos me ayudaba a hacerlo, con las clases de defensa y esas charlas e historias en sus cuadros.
Nos volvimos más cercanos.
Mi estómago gruñía, deseando ese aperitivo de media noche al que estaba tan acostumbrada. Después de aquel día, era la primera vez que me atrevía ir a buscarlo. Atravesaba los fríos pasillos, envuelta en un largo y grueso suéter, cuando unas voces atrajeron mi atención como imanes.
Jos y Alonso, inconfundibles.
Con el ceño fruncido, caminé lentamente hacia la habitación de la que emergían sus voces, y me recargué en la puerta para escuchar mejor. Comúnmente, no hubiese hecho algo así, detestaba invadir la privacidad de otros, pero este caso era diferente. Jos significaba un gran enigma para mí, y lo único que necesitaba, era conocerlo más a fondo, aunado al hecho de que mi nombre fue pronunciado por ambos labios, así que se había vuelto algo personal.
─¿Crees que sea lo correcto? ─cuestionó Alonso.
─Dime, ¿de qué otra forma podríamos actuar?─respondió Jos, y puedo jurar, dio un sorbo a su bebida.
─¿Por qué no le pides opinión?
─No puedo hacer eso, Alonso. Ella no tiene conocimiento sobre nada, sería como... ─Guardó silencio y un terrible suspiro inundó la habitación─. Sólo me la llevaré a Montana, y es lo último que diré.
¡¿MONTANA?!
Por impulso, abrí la puerta de golpe y me acerqué a él ferozmente.
─ ¿Qué demonios acabas de decir?
Ambos se sorprendieron, sus rostros perplejos y desorientados se encontraban visualizando el mío.
─¿Qué haces aquí? ─preguntó él con tranquilidad.
─¡No quiero ir a Montana! Si quieres alejarme de aquí, hazlo. Pero llévame a Nueva York. ¡No me quites mi vida así!
─Sky, tranquilízate ─pidió con gran seriedad, levantándose de su lugar y acercándose a mí con pasos sumamente lentos.
─No, mi madre me necesita, no puedo simplemente desaparecer. ¿Lo comprendes?
Dicho esto, les regalé a ambos un fúrica mirada y me tomé la libertad de desaparecer, justo como ellos lo hacían.
Le agradecía que cuidara de mí, pero ¿Montana? ¿Acaso era una jodida broma? Mi vida se había convertido en una película de suspenso; una muy mala, por cierto.
Unos silenciosos toquidos me hicieron salir de aquellos pensamientos. Abrí la puerta lentamente y me topé con unos ojos verdes.
─Si Jos te mandó para...
─Jos no me mandó, Sky. Vine por mi cuenta. ¿Puedo pasar? ─cuestionó el pelirrojo.
Asentí y abrí paso. Tomé asiento sobre la cama y él en el cómodo sillón que se encontraba frente a ésta; intercambiamos miradas impregnadas de seriedad por varios minutos hasta que él dio el primer paso en la charla:
─Jos intenta hacer lo mejor para ti.
─¿Lo mejor para mí?─solté con dificultad─. Alonso, irme hasta Montana ni en un mundo alterno pudiese ser lo mejor.
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Eres Mía
Teen FictionLa vida que Sky tenía no está más, pues aquel que la había reclamado como suya desde que la conoció, no había quitado el dedo del renglón.