21. Sola.

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Otro cabañesco día más, ya comenzaba a acostumbrarme

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Otro cabañesco día más, ya comenzaba a acostumbrarme.

Después de cepillar mis dientes y colocarme un grueso abrigo, bajé hasta la cocina para tomar jugo y, posteriormente, Anel deleitarme con un delicioso desayuno.

Fue ahí cuando noté que algo extraño sucedía.

El recorrido desde mi habitación hasta la cocina siempre había sido muy transitado por los perros de Jos, ahora no. En la cocina, Anel siempre se encontraba con el desayuno ya listo, y ahora no.

¿Dónde estaban todos?

Dejé sobre la isla de la cocina el cristal que sostenía poco menos de la mitad del jugo, y con cautela, merodeé por toda la cabaña. Diez minutos más tarde, podía estar segura de que me encontraba sola en ella.

A pasos decididos, me acerqué hacia la entrada... intenté abrir, pero fue en vano; la puerta principal estaba cerrada. Recorrí cada puerta, cada ventana, pero nada; todo se encontraba sellado.

─¡Jos! ─gruñí en la última ventana─ ¡Sólo quiero respirar aire puro!

Ahora, ¿qué haría una pobre y desamparada chica, en una gran y lujosa cabaña? Interesante.

Después de dormir una larga siesta de cuatro horas y hacerme una deleitable merienda, me decidí por ver televisión. Era una tarde tranquila y relajada, sin perros a los cuales soportar, y esa era una gran ventaja.

Coloqué mis brazos por detrás de mi cabeza y, con una grata sonrisa, estiré mis piernas sobre la pequeña mesa de centro. Pero mi ritual de relajación se vio interrumpido por un par de ruidos extraños que se escucharon a la lejanía.

Vamos, me encontraba sola en una cabaña a la mitad del bosque; esos ruidos me hicieron poner alerta.

Me levanté con cautela, comencé a seguirlos. Mi corazón se iba acelerando poco a poco, el miedo ya me sobrepasaba.

─¿Jos? ─cuestioné, no muy fuerte─. ¿Alonso? ¿Connan?, ¿Burt?... ¿Alguien?

Pero nadie respondió nada.

Tomé un gran suspiro, haciéndome a la idea de que todo estaba en mi cabeza, pues quizá sólo había sido el fuerte viento que azotaba en las afueras.

«Crush»

Mis ojos se abrieron de par en par, y lo único que mis pies pudieron hacer, fue correr sin conocer la palabra "detener". Llegué a mi habitación, coloqué seguro tras seguro y decidí esperar sana y salva, dentro del gran cesto de la ropa sucia.

El tiempo transcurrió y perdí totalmente la cuenta de cuánto fue, pero puedo asegurar que se trató de horas, hasta que la voz de Jos interrumpió la espera.

─¿Sky? ¿Estás aquí? ─preguntó desde el pasillo.

Salí sin dudar y, entre tropezones, llegué hasta la puerta.

─¡¿Dónde carajos te habías metido?! ─reclamé con furia, mi ceño fruncido y mis mejillas contraídas, golpeando levemente su pecho una y otra vez.

Él me miraba con gran seriedad, afrontando mis inmaduros arranques con madurez.

─¡Te necesitaba, idiota! ─exclamé, continuando mi no tan grato recibimiento─. ¿Cómo te atreviste a dejarme aquí, a mitad de la nada, sola? ¿Sabías que...?

Me detuvo.

Tomó mi cintura con firmeza y me atrajo hacia él, para presionar sus labios contra los míos.

Me besó.

Ese insulso se atrevió a besarme cuando juró jamás hacer nada sin mi consentimiento. ¿Qué había en su cabeza? ¿Un gran hueco? Intenté separarme de él, pero no me lo permitió y, al final, me dejé llevar por esos labios suaves que no me obsequiaban más que un cálido encuentro.

─Me desesperas cuando hablas tanto ─dijo como si él beso no hubiese significado nada.

Me alejé dos pasos, hasta encontrarme con la pared mientras mi rostro mostraba terror.

Sí, terror.

Entré a la habitación y cerré la puerta en su cara, recostándome sobre ella al otro lado mientras hiperventilaba.

El terror continuaba latente, y es que, ese beso de alguna manera... me cautivó.

Justamente eso, me causaba terror.

***

─Vamos, no puedes ponerte así por un simple beso ─soltó cuando por fin nos volvimos a encontrar, después de casi 24 horas.

Infantil, quizá; pero le estaba aplicando la ley del hielo. Pues no quería, no podía permitirme sentir algo, no por él.

─¿Sky? ... ¿En verdad seguirás actuando como si no existiera?

Tomé asiento en el sofá sin verle.

─Qué inmadura ─bufó.

Utilicé el control del televisor para buscar algo que llamara mi atención.

─Eres caprichosa, infantil y exagerada.

─No beso a monstruos.

─Y reitero: caprichosa, infantil y exagerada. Fue sólo un beso, no peques de ridícula.

─¡Me besaste!

─Eres mía, Sky.

─¡Deja de decir eso!─reclamé, levantándome bruscamente del sofá.

─No lo creo, querida.

─Comenzábamos a llevarnos bien, ¿por qué te empeñas en arruinarlo? ─protesté, sin importar tener su presencia a escasos centímetros de mí.

Él tomó asiento, su rostro en llamas anunciaba una cruda furia.

─¿Ahora tú eres el indignado? ─solté con ironía─. Vaya; besa a la chica, salte con la tuya y ...

─No seas patética, Sky ─completó, mirándome con desaire.

─Jos... ─Lo llamó Connan.

─¡Largo! ─exclamó él en gran tono, levantándose del sofá violentamente.

Observé cómo el pobre de Connan se retiraba, como los perros, con la cola entre las patas; incluso era graciosa la comparación si tomaba en cuenta mi apodo para ellos.

Al regresar mi vista hacia Jos, claramente desaprobaba su comportamiento.

─¿Siempre actuarás así?

Él me miró.

─Eres un impulsivo de mierda ─dije.

¿Su orgullo? ¿Su dignidad? No lo sé, lo único que puedo compartir, es que se retiró. No volví a verlo el resto del día.

CONTINUARÁ.

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