Capítulo 26 El gran viaje

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Hasta la desembocadura del río Amazonas, todo fue normal.

Llevo más de seis meses viviendo con estos aborígenes a los que he aprendido a querer y respetar, la gran conclusión es de que ellos no conviven con la naturaleza, forman parte de ella.

Kaborí es un remero incansable, su canoa siempre va al frente de la formación. En todo el viaje no hemos visto señales de vida de nadie. El Amazonas es un río imponente, todos los días se suma un afluente de mayor o menor importancia, desde hace varios días hemos cruzado a la margen sur del gran río, llevados por la corriente y los fuertes brazos Tukanos, no queremos tener que cruzarlo mas adelante ni enfrentarnos a cruzarlo en la desembocadura, el choque entre el río y el mar sería muy peligroso. Todas las noches acampamos en la ribera, la naturaleza nos provee de todo: agua, frutos y plantas,  peces y abrigo. Todos mis amigos viven desnudos, no sufren ni frío ni calor o al menos no lo demuestran, las mujeres miran mis harapos y se ríen cuando me desnudo para bañarme en el río. Por la noche los adultos montan guardia provistos de sus lanzas y cerbatanas, al amanecer nos ponemos nuevamente en marcha.

Las frecuentes lluvias tropicales no les molestan, todo lo contrario, abren la boca mirando al cielo para beber, sonriendo, Kaborí me dice, “mira Joao, la Madre nos da agua fresca para saciar la sed”.

Hace cuatro meses que mis amigos vieron por primera vez el mar. Desconfiados avanzan permanentemente detrás de las rompientes y con la vista fija en el océano. El color, el olor y el sabor les apasiona, la vista en cambio les genera temor. Sólo un líder como Kaborí puede hacer que continúen con este viaje. Hemos enfrentado varias tempestades, siempre ganando la costa cercana, nuestras canoas no son muy adecuadas para navegar en el mar aunque jamás una ola consiguió volcarlas, la habilidad de mis amigos es impresionante.

Ya hemos superado Belem, Fortaleza, Natal, Recife, y todo el estado de Bahía. Hace dos días comenzamos a ver una gran ciudad, enseguida la identifiqué como Río de Janeiro. Ayer una tempestad nos obligó a refugiarnos en la costa, los aborígenes se negaron a adentrarse en la Metrópolis, “los espíritus de la ciudad” dijo Kaborí por toda explicación y dormimos cubiertos por las canoas en la playa.  

Hoy avanzamos lentamente hacia el sur la mayor parte del camino esta realizada, Kaborí aprendió a leer mis mapas, he marcado nuestro destino con una “X”; al anochecer me sonríe y me dice “llegaremos en menos de una luna”.

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