Capítulo 24 Los otros

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- ¡Tuerto!, tierra a la vista.

- ¡Chato estúpido, baja de allí de una vez, y ayuda con las velas!.

El velero se mueve lentamente recorriendo los cayos de la Florida, cuatro extraños personajes se mueven sobre cubierta. Se autodenominan “la banda del Tuerto”.

Su líder, un inglés de Barbados, fue el único sobreviviente de su isla. Acostumbrado al mar no vio otro medio que tomar el barco más apto y recorrer las islas y costas del Caribe. Lleva más de un año navegando y en su permanente recorrido fue encontrando su extraña tripulación, el primero un granjero en las costas de Panamá frente a la ciudad de Colón, el siguiente un obrero en las afueras de Cancún, México, y al último, un herrero en la Habana, Cuba. Todos accedieron gustosos a embarcarse, la soledad y la mutua ayuda fueron un factor determinante en la decisión.

Un fuego interior empuja al Tuerto, en realidad no le importa nada el desastre mundial, ni siquiera le preocupa la vida de sus compañeros, en realidad disfruta de este giro macabro que ha tenido la humanidad. Hoy es su propio rey. Carga abundantes provisiones en los distintos puertos que toca, así como joyas y objetos de valor. Sólo le falta algo, una mujer, quizás varias, y convertirlas en sus esclavas. Sus compañeros ya por temor, ya contagiados de su veneno o simplemente arrastrados por el deseo lo acompañan en la búsqueda.

El Tuerto se desempeñaba como empleado portuario en Bridgetown, pálido, flaco, propenso a la bebida. Luego de cada agotadora jornada se sentaba en el bar. A pesar de que dominaba el idioma español, su origen europeo y sus malos modales, provocaban el rechazo de los nativos que frecuentaban el lugar. Razón de más para odiarlos. Muchas noches terminó en la cárcel local luego de provocar tumultos, hasta la “noche de la perra”.

Juanita era una bella nativa que frecuentaba el bar, conocía los modales de Edward y por tal motivo lo evitaba. Edward sentía el desprecio de Juanita pero al mismo tiempo la deseaba. La obsesión por poseerla se convirtió en su único objetivo. Esa noche se retiró temprano del bar y esperó pacientemente en una oscura esquina a que su victima se presentara. Finalmente a las tres de la mañana ella apareció, la siguió en la oscuridad, y frente al oscuro callejón la asaltó.  Bastó una trompada en el estómago para que la resistencia cediera. Apresuradamente desgarró su falda, quitó su ropa interior y se preparó para poseerla. Juanita semiinconsciente sintió el fuerte aliento en su cara y las gotas de saliva que caían de la boca abierta de Edward en su rostro, tanteó a su alrededor y providencialmente su mano tropezó con una botella; sin pensarlo la tomó de la base y la estrello por el pico contra la cara de su violador. El golpe dio en el ojo estallando el globo ocular derecho. Edward profirió un grito seguido de una maldición. Juanita logró liberarse y huyó en la oscuridad. La policía detuvo a Edward, pero Juanita no hizo denuncias. Desde entonces, desde la “noche de la perra”, Edward se llama “el Tuerto”.

Cinco meses después sobrevenía la debacle. Temeroso y sollozando el Tuerto se refugió en su pocilga esperando la muerte que nunca llegó. Al amanecer la euforia de sobrevivir y el odio acumulado eran su único motor. Buscó durante un día entero hasta que al caer la noche dio con “la perra”, yacía muerta en su cama al lado de una pequeña criatura muerta en una cuna. La desnudo con dificultad, y extrayendo sus puñales clavo uno en el ojo derecho del cadáver y otro en el bajo vientre:

- ¡Así aprenderás perra!.

-Tuerto, hay una luz en aquella casa sobre la costa.

- Ocultemos el barco de la vista, los visitaremos esta noche.

Jimmy estaba preparado y ansiaba recibir visitas pero no de esta naturaleza.

En pocas horas era asaltado y maniatado, torturado, mutilado y asesinado. El hombre, lobo del hombre, cometía el primer asesinato luego de la gran peste. Antes de morir Jimmy, había revelado la información que necesitaba el Tuerto. Ahora sabe de Diego, su ubicación y lo más importante, donde hay tres mujeres.

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