Siento deseos de matar, por primera vez en la vida la mente se me nubla, salto sobre el cuello de Arthur, que resignado apenas se resiste, soy mas joven y fuerte que el, Arthur es un anciano igual que su hermano, el genocida de toda la humanidad. Aprieto el cuello con odio, siento que se le va la vida, el hombre cierra los ojos, de pronto el cabo de la lanza de Kaborí se cruza entre mis brazos. Como en la profundidad de un sueño escucho la voz del tukano que me dice.
- ¡Déjalo hermano!, ¡Déjalo!.
Aflojo mis manos y caigo sentado sobre la cama gritando como un loco, cubro mis ojos, pero las imágenes desfilan por mi mente: mis amigos Juan y Julio, los padres de Cecilia abandonados en un sótano, la mujer que murió en mis brazos, los asaltantes del hipermercado, el matrimonio dueño de la Grand Cherokee que murieron en su habitación, el cameraman de CNN, todos los muertos que vi en televisión, en mi barrio, en mi ciudad en mi país, en el planeta. No lo puedo creer, el virus, tal como lo supuso Teresa, era obra del hombre, de un hombre, del hermano del hombre que está adelante mío.
Arthur tose y respira con dificultad. Kaborí se interpone entre Arthur y yo.
- Hermano, me asustas.
Quizás para la cosmovisión de Kaborí, la casi extinción de la raza humana no tenga el impacto que tiene para mí, su sociedad salió indemne de esta hecatombe, la mía en cambio quedó prácticamente extinguida.
Trato de serenarme, las imágenes me asaltan a cada rato, Arthur se repone tomando un vaso de agua, al rato retoma la historia mirándome con temor.
- Efectivamente Roger había planeado todo. Una bomba de tiempo dejada en una terraza de un edificio en Nueva Delhi detonó la ampolla con el virus a la misma hora en que quince años antes moría mi sobrino. Los bioquímicos de Roger no alcanzaron a denunciar lo que sabían, fueron los primeros en morir por causa del virus que ellos mismos habían creado, la ampolla había estallado en la terraza del edificio del laboratorio. Sus bioquímicos le habían asegurado que el virus era 100% efectivo en el ser humano, pero que, una vez que todos los hombres del planeta hubiesen muerto, el virus desaparecería en menos de treinta días al no contar con huéspedes donde alojarse.
El plan era perfecto, bastaba esperar en el bunker especialmente preparado a prueba de contagio unos prudenciales sesenta días y al salir, la comunidad sería la única sobreviviente del planeta. El propósito era, al salir, instalar un nuevo orden, con una sociedad más justa, sin competencias, ni luchas, ni violencia, ni pobreza, ni opresión, ni necesidades, en definitiva una sociedad perfecta. Siempre compartí los argumentos de Roger, el mundo estaba desquiciado e iba hacia un destino incierto; lo que nunca imaginé era el medio que utilizaría para rectificar ese rumbo.
Había enviudado unos años antes de iniciarse el proyecto y, fuera de mi hermano no tenía a nadie de confianza. La verdad de lo ocurrido no podía revelarse a nadie de la sociedad, al fin y al cabo en este “nuevo mundo” todos necesitábamos de todos. Decidí callar lo que sabía. Un día, el operador de comunicaciones nos informó que había otros sobrevivientes. Si bien, para los creadores del virus no existía tal posibilidad, ustedes eran la prueba viviente de su error. Triangulamos sus posiciones por las emisiones de sus radios y así, con el pasar de los años vimos extinguirse algunas y fortalecerse otras, a la fecha las dos comunidades mas florecientes son la de ustedes y la europea. Pero también, con el pasar del tiempo, nuestra comunidad “perfecta” empezó a experimentar algunos signos de neurosis, tuvimos casos de divorcios, agresiones y suicidios. Al igual que en la novela de Aldous Huxley en nuestro “mundo feliz” no existe la felicidad. Hablé con mi hermano y bajo la amenaza de revelar lo que sabía, le exigí que me dejara partir con una unidad de supervivencia. Hace cinco años un equipo designado por Roger trasladó las unidades por barco y desde el barco las trasladé por avión hasta este claro; aprovechando las noches de poca visibilidad, mis provisiones también me llegan mensualmente por avión nocturno. Mi idea fue siempre unirme a vuestro grupo, pero al mismo tiempo temía la reacción de ustedes. Tu hija, Diego, precipitó este momento.
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El Ultimo
AdventureEl olor nauseabundo me descompone, las imágenes son horripilantes, los perros vagabundos y las aves de rapiña son los nuevos amos de las ciudades.