El handie suena insistentemente.
- ¿Diego, como estas?
- Bien Joao, o al menos así creo.
- ¿Como?
- Tranquilo Joao, estamos bien. Hemos encontrado a otra persona. Nos reuniremos apenas lleguemos.
Cuando salen del habitáculo ya ha amanecido. Arthur los acompaña hasta la playa, Diego y Kaborí montan en silencio la canoa, a modo de despedida Arthur se dirige a Diego diciéndole.
- Diego, entiendo tu odio, espero que puedas distinguir entre mi hermano y yo. De ninguna manera apruebo lo que el ha hecho.
Diego contesta malhumorado
- Merece mil veces la muerte.
- Probablemente, pero no seré yo quien la dispense.
Sin más, Arthur da media vuelta y vuelve al sendero.
Kaborí y Diego reman en silencio cada uno sumido en sus pensamientos. Al llegar a puerto, hacen la señal y en pocos minutos los niños salen corriendo de la escuela. Ha sido una larga noche. Teresa, Joao, Cecilia y los hermanos de Kaborí salen al encuentro. En seguida Diego relata la historia de Arthur. Las miradas de sorpresa, indignación tristeza y odio se suceden. La historia impacta fuertemente a todos. Solo los Tukanos absorben la noticia con cierta naturalidad. Diego debe detener su relato en varias oportunidades para permitir que el grupo digiera los hechos. Finalmente, por la tarde, Diego plantea a la comunidad la intención de Arthur de unirse a ellos. El silencio se apodera nuevamente del consejo. Kaborí habitualmente silencioso es el primero en hablar.
- Si no entendí mal, el hombre no es responsable por las acciones de su hermano.
Joao aclara:
- Kaborí, el hermano de Arthur casi extinguió la raza humana, si el virus no hubiera fallado con nosotros nadie estaría aquí, todos los tukanos hubieran muerto.
- Si entiendo, quiso matarnos, y quizás lo intente nuevamente, pero Arthur sólo es su hermano, no debería cargar con la culpa sólo por poseer lazos de sangre.
Teresa se ha mantenido en silencio de pronto pide la palabra.
- Diego, Joao, entiendo vuestra indignación, yo también perdí gente querida. No estamos hablando de perdonar a Roger. Estamos hablando de aceptar en nuestra comunidad a un ser humano, un sobreviviente, que solo carga con la cruz de tener un hermano genocida. Yo puedo aceptarlo.
Cecilia agrega
- Yo también.
Los tukanos miran a Diego y a Joao. Y lentamente afirman con la cabeza.
Diego se levanta y anuncia.
- Mañana le comunicare que puede unírsenos.
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El Ultimo
PertualanganEl olor nauseabundo me descompone, las imágenes son horripilantes, los perros vagabundos y las aves de rapiña son los nuevos amos de las ciudades.