Capítulo 11 Una historia singular

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Luego de curar a Indio nos sentamos y le propongo que cuente su historia.

Cecilia vivía con sus padres, en un departamento en Montevideo. Se graduó de un colegio católico de la ciudad el año pasado con excelentes notas,  y se encontraba cursando el primer año de Ingeniería en Informática en la Universidad Católica de Uruguay. Se acababa de poner de novia con un compañero de la facultad, cuando se dio a conocer la pandemia. Sus padres se refugiaron con ella en el departamento, pasaron los días y las noches frente al televisor hasta que la enfermedad llego a Montevideo. En este punto Cecilia rompe en llanto y trato de consolarla. Me cuenta cómo arrastró los cuerpos de sus padres hasta el sótano del edificio y cómo los cubrió para evitar que las ratas u otras alimañas los alcanzaran. Cómo pasó las siguientes horas esperando la muerte que no llegaba, cómo, posteriormente, logró abrir las puertas de los departamentos vecinos para proveerse de alimentos. Inteligentemente reservó todas las conservas en lata para su uso posterior consumiendo alimento fresco todo el tiempo posible. Pasaba las noches en soledad conectada a la computadora tratando de encontrar a alguien. Me relata particularmente el miedo que le dio cuando la energía eléctrica se cortó para siempre, la oscuridad, el hedor, las moscas, los ruidos de roedores, la desesperación. Cecilia rompe nuevamente en llanto. Al igual que en Tijucas, los teléfonos siguieron funcionando largo tiempo más, desarrolló un sistema muy elemental que tomaba una dirección de la base de correos y lo enviaba con un texto predeterminado, ya casi había perdido la esperanza cuando contesté yo, me confiesa que ya había decidido abandonarse.

La dejo descansar y le cuento mi historia. Cae la noche. Rendidos emocionalmente nos acostamos en las literas de la cabina del barco. Yo también tengo lágrimas en los ojos, cuando escucho por primera vez en mucho tiempo “Buenas noches”.

Amanece nuevamente en el puerto. Cecilia ya está en pie y busca en la cocina como hacerme un desayuno. Me levanto y la ayudo, charlamos animadamente y entonces le digo:

- Con toda sinceridad, estamos mejor equipados en Tijucas, tengo la intención de llevarte a vivir con nosotros.

Pícaramente me sonríe y me dice:

- No sabía cuándo te ibas a decidir a invitarme… por supuesto que acepto, pero tendremos que volver a mi departamento a buscar mis pertenencias.

Indio nos mueve la cola dispuesto a acompañaros, aún renguea un poco, pero trata de disimularlo.

-Vamos Indio, no te voy a dejar solo.

Partimos los tres a pie. He encontrado en un velero próximo una pistola de bengala y un remo corto, no voy a correr el riesgo de otro ataque Anoto mentalmente que deberé, en el futuro, procurarme un arma.

Las cuadras pasan, ya el olor agrio no se siente como antes, el calor, los insectos, las ratas, los pájaros y los perros han hecho su limpieza ecológica.

Habremos caminado unas treinta cuadras cuando llegamos al departamento. Subimos las escaleras hasta el séptimo piso y entramos. Indio olfatea todo, Cecilia dice:

-Ya tengo todo listo.      

Miro el impresionante baúl en el piso y creo que voy a desmayarme, ya había olvidado lo que era lidiar con mujeres.

-¡Cecilia, No podemos cargar este baúl hasta el puerto!

Proporcionándome su mejor sonrisa me dice:

- Ya lo pensé, abajo en la obra de la esquina hay una carretilla.

Sonrío meneando mi cabeza… Indio me mira intrigado cuando empiezo a arrastrar el baúl por la puerta y hacia las escaleras.

Ya en la calle, miro para ambos lados buscando una solución, una camioneta está parada en la esquina, es lo suficientemente vieja como para que no posea alarma, siendo su motor propulsado a diesel supongo que dicho combustible tiene menos posibilidades de haberse desvirtuado debido a su baja volatilidad. Rompo el vidrio con un ladrillo, abro la puerta y con mi navaja suiza intento hacer un puente para arrancarla, su batería esta prácticamente agotada. Felizmente la calle de Cecilia tiene una pendiente, quito el freno, desde la puerta empujo con esfuerzo el vehículo ante la mirada atenta de Indio y Cecilia. Salto al asiento y me lanzo cuesta abajo, coloco el cambio, suelto el embrague, luego de varios sacudones surgen unas explosiones con humo azul y finalmente el vehículo cobra vida. Vuelvo marcha atrás entre aplausos de Cecilia y ladridos de Indio. Cargar el baúl resultó todavía más difícil. Con tablas de la obra en construcción improviso una rampa, la camioneta está en marcha y regula con dificultad. Cecilia tironea desde la caja y yo empujo, creo que me voy a desgarrar todos los músculos del cuerpo, pero mi instinto de hombre me lleva a impresionar a Cecilia y no aflojar. Finalmente totalmente acalambrado logro ubicar el baúl en la caja. Estoy agotado, Cecilia se sacude las manos, me da un beso en la mejilla y me dice: - ¡Muy bien!, ¿Vamos?

Ya en el puerto arrimo el barco al muelle y arrastro el baúl hasta la cabina del Arca. Me duelen todos los músculos, no quiero ni preguntar qué trae en el baúl pero debe pesar unos cien kilogramos.

Duermo corrido hasta la tarde. Cuando me despierto me asomo y veo a Cecilia jugando con Indio en el muelle. Hacen buenas migas, sonrío con felicidad, ellos son ahora mi familia.

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