Felizmente Cecilia es joven, con Teresa e Inés hemos leído todo lo que había a mano sobre embarazos y partos. Con Indio y Teresa hemos viajado nuevamente a Florianópolis, dejando a Cecilia al cuidado de Inés y hemos “asaltado” la sala de cirugía y la de medicamentos del hospital, no es que pensemos que algo saldrá mal pero prefiero prevenir. También “saqueamos” el hipermercado, ropa para bebé, pañales descartables, leche en polvo.
Felizmente, la guía telefónica de Florianópolis que obtuve de un teléfono público en mi primer viaje y un mapa de la ciudad, nos permite ser eficientes en localizar los negocios que puedan tener los elementos que necesitamos. La ciudad está invadida por la vegetación… en pocos años será impenetrable.
Inés y yo estamos bastantes nerviosos, en cambio Teresa y Cecilia nadan en un mar de tranquilidad.
El médico y líder de la “comunidad europea”, Gianluca, ha prometido asistirnos en todo momento, hemos instalado la camilla de parto al lado de la radio, Teresa e Inés se han mudado por este mes a la casa, tenemos todos los elementos esterilizados. Sólo queda esperar.
Esta mañana Cecilia me despierta con mucha suavidad y me dice que ha llegado la hora, una enorme mancha de líquido en la sábana anuncia que ha roto la bolsa.
Me levanto corriendo de la cama en calzoncillos y golpeo con mi rodilla la esquina del vestidor. Rengueando llego a la habitación de Teresa y grito en la puerta.
- ¡Teresa!, ¡Inés! ¡Cecilia rompió bolsa!
Teresa me observa de arriba abajo sonriendo, y me dice:
- Diego, si te calmas todo irá bien.
Cuando llegamos a la pieza, Cecilia se encuentra de pie, y sonriendo dice:
-Cada tres minutos.
Teresa e Inés asienten, yo en cambio no entiendo nada, tengo la mente en blanco. Acompaño a mi mujer para llevarla a la camilla de parto, ella me besa y trata de tranquilizarme. Yo estoy a punto de desmayarme.
Teresa la cubre con una manta y le quita la ropa interior, levanta la manta, observa, se pone unos guantes de látex, toca con sus manos y declara:
- Tres centímetros de dilatación.
Inés vuelve con toallas, vendas y los instrumentos quirúrgicos.
Teresa me mira y dice:
- Diego hay que esperar a que la frecuencia de las contracciones llegue a una por minuto, entonces, procederemos al parto, ¿quieres que te cure?
La miro extrañado hasta que me doy cuenta de que tengo un feo tajo sobre la rodilla izquierda. Inés me cura la rodilla mientras miro con preocupación a mi esposa.
El tiempo pasa lentamente, la respiración de Cecilia se va acelerando, las contracciones son cada vez mas frecuentes, la dilatación aumenta. Tomo de la mano a mi mujer y trato de sonreírle. Ella transpira, claramente está sufriendo pero es tan fuerte y valiente que me dan ganas de llorar.
Teresa levanta la manta y con los guantes palpa de vuelta, luego de un rato me mira con seriedad, se dirige a la radio y hablando con Gianluca en Italia le dice.
- El bebé está dado vuelta, acabo de tocar sus nalgas, ¿que hacemos?.
Siento que voy a desmayarme. Indio ladra insistentemente desde hace unos minutos. Creo que voy a enloquecer.
Totalmente alterado le digo a Inés.
- ¡Inés, por favor calla a ese perro!
Inés sale a la galería y pega un grito de terror.
- ¡Y ahora que mierda pasa!
Al salir a la galería veo a Inés pálida y paralizada como una estatua, al girar la vista hacia la entrada veo a un hombre en harapos rodeado de un grupo de unos quince indígenas desnudos.
- ¿Diego? ¡Soy Joao!
- ¡Joao! Llegas en mal momento amigo, mi esposa está dando a luz, encima mi hijo viene de nalgas. Y sin pensarlo más doy media vuelta y vuelvo a mi mujer. Teresa me dice que el médico ha dicho que procedamos a la cesárea, si no el bebé quedará encajado en las caderas y pueden morir ambos.
Trato de pensar qué hacer, la mente me gira en remolinos mientras oculto mis lágrimas a Cecilia. Una operación de ese calibre hecha en una casa por unas monjas y un estudiante de ingeniería es más de lo que puedo soportar.
Estoy decidido a salvar a mi mujer no importa lo que deba hacer. El médico espera en la radio. Cecilia trata de tranquilizarme y Teresa abre la caja donde esta el bisturí. En ese momento una mano se apoya en mi hombro, giro y veo a un indígena que me mira sereno a los ojos:
- Soy Kaborí y puedo ayudarte, mi mujer salvará a la tuya y a tu hijo.
Joao me mira y me dice:
- Le explique lo que sucede y me dijo que ellos saben qué hacer… la decisión es tuya.
Inés los mira temerosa y niega con la cabeza, Teresa me mira y con seriedad me dice
- Ten fe, lo que decidas estará bien.
Tomando la mano de mi mujer y con incontroladas lágrimas le digo:
- Mi amor, tengo en mí, la decisión más difícil de mi vida, ¿me puedes ayudar?
- Sí mi amor, te amo, confío en ti.
Giro sobre mis talones y mirando fijo a Kaborí le digo:
- La vida de mi mujer, mi hijo y la mía están en tus manos.
Kaborí asiente, llama a su mujer que llega corriendo con unas bolsitas de cuero con ungüentos y hojas.
Se posiciona frente a las piernas de Cecilia, corre la manta, y mientras repite monótonamente un cántico, saca una melaza de unas hojas dobladas, el aroma del ungüento es dulce; la mujer se unta las manos con el mismo, haciendo un bollo masticado con unas hojas, lo quita de su boca y se lo da a Cecilia haciendo señas de que lo mastique. Siento la sensación de que me elevo, la imagen es totalmente surrealista, la mujer, totalmente desnuda, introduce la mano en el interior de Cecilia mientras se ayuda con la otra empujando su barriga. En un momento hace una fuerza, Cecilia grita. Salto a detenerla pero Kaborí me sujeta fuertemente.
- Tranquilo Diego. Todo irá bien.
Unos minutos después, Teresa que observó todo atentamente me dice,
- Diego, el bebé ha girado, ya está de cabeza, ahora todo irá bien.
Caigo sentado en el piso, totalmente extenuado, unos instantes después el cántico Tukano se acelera, y de pronto el llanto de un bebé se escucha en la habitación. Acaba de nacer la primera criatura desde la tragedia. En ese momento pierdo el conocimiento.
- ¡Diego!, ¡Diego!, ¡vamos hombre! ¡Ven a conocer a tu hija!.
Miro a Teresa que me sacude
- ¿Eh?, ¿Hija?
Me incorporo y corro a los brazos de Cecilia, está feliz. No se si es conciente de los peligros por los que ha pasado pero en este momento llora de felicidad. Una rosada criatura se mueve bajo las mantas sacando su cabecita afuera.
- Mi hija.
- Catalina, - dice Cecilia
- Catalina, - repito como un tonto llorando.
Quiero agradecer a todos abrazo a Teresa, a Inés, a Joao y cuando busco a los Tukanos se han retirado fuera de la casa.
Salgo corriendo al patio, están todos sentados en la tierra. Abrazo uno a uno diciendo ¡gracias!, ¡gracias!, ¡gracias!... Kaborí se incorpora, acepta mi abrazo y me sonríe.
- Según las costumbres de mi tribu ahora somos hermanos.
Llorando lo abrazo con fuerza y le digo
- ¡Más hermanos que nunca!
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El Ultimo
AventuraEl olor nauseabundo me descompone, las imágenes son horripilantes, los perros vagabundos y las aves de rapiña son los nuevos amos de las ciudades.