Paso la noche aterrorizado, estaba tan acostumbrado a los ruidos de mi ciudad, que no puedo conciliar el sueño. Qué haré mañana?. Trato de ordenar mis prioridades, comida, abrigo, salud, y fundamentalmente compañía.
No se por qué no he muerto ya, no creo tener nada extraordinario, seguramente encontraré sobrevivientes en alguna parte, no puedo hacerme a la idea de ser el único.
Los rayos del sol, con la habitualidad de siempre, entran por mi ventana burlándose de la enorme tragedia. A pesar de todo, el mundo sigue girando. Pruebo llamar a algunos teléfonos conocidos pero nadie contesta, algunos pocos dan ocupado, imagino tras varios intentos que simplemente el tubo quedó descolgado cuando su usuario intentó comunicarse con alguien por última vez. Algunas veces una voz impersonal me contesta “Por favor deje su mensaje después de la señal”, parece mentira escuchar una voz humana, la nostalgia trae unas lágrimas a mis ojos. Me visto, cierro la puerta con llave y salgo a la calle preparado para lo peor. El espectáculo es dantesco, trato de sobreponerme pensando qué hacer o por dónde empezar.
Un auto está estacionado en doble fila a media cuadra, las llaves están puestas. Tomo coraje y subo, lo arranco y esquivando otros autos salgo a revisar la ciudad.
Recorro las calles lentamente, toco bocina en cada esquina deseando fervientemente que alguien aparezca; por acto reflejo paro en los semáforos hasta darme cuenta de lo inútil de mi acción. La vida humana ha desaparecido de mi ciudad. Llevo ya dos horas dando vueltas, lo único visible con vida son gatos, perros, palomas… y yo. Me detengo un momento y observo los carteles de publicidad y afiches políticos de elecciones, reflexiono sobre el intento ahora vano de convencer a la humanidad de comprar tal o cual shampoo, o elegir a tal o cual gobernante. Los avisos de ropa para jóvenes, o electrodomésticos al mejor precio, al lado de la invitación de tal o cual gremio a sumarse a un paro, ahora parecen mensajes surrealistas. Detengo mi vehículo en un hipermercado que ha sido parcialmente robado en los últimos días. En su interior, un par de saqueadores han muerto en pleno acto delictivo. Saco de las góndolas algunas bebidas y alimentos enlatados, una extraña sensación me genera el salir de las cajas sin pagar.
Cuando me apresto a volver al auto escucho un gemido, busco su origen, me acerco a la tienda de mascotas y en una jaula, un cachorro de Border Collie de unos cuatro meses me mira con temor. Calculo que lleva unos dos días encerrado, lo suelto y me salta encima, lo acaricio un poco, está aterrado como yo, decido retirarme del lugar, camino hacia la salida y veo que el cachorro me sigue moviendo su cola. Sin pensarlo más lo levanto, vuelvo a la tienda, busco una bolsa de alimentos y juntos subimos al auto.
Indio, es un perrito muy despierto, estoy seguro de que a su corta edad entiende que algo gravísimo ocurre, de vuelta en el departamento no se despega de mí, su olfato le indica que está rodeado de muerte.
Paso la tarde tratando de ordenar mis ideas, al anochecer ya he decidido abandonar la ciudad. La noche transcurre ordenando mi ropa y vituallas, no puedo llevar todo, finalmente privilegio los efectos de valor sentimental, algunas mudas de ropa, algo de abrigo, alimentos en conserva y mi caja de herramientas.
Por la mañana, cuando salgo a la calle el olor nauseabundo me golpea, subo al auto que “robé” ayer y vuelvo al hipermercado, Indio reconoce el lugar y me mira con tristeza.
- No tonto, no voy a abandonarte!.
Moviendo la cola me acompaña y entramos, busco: manguera, bidones de combustible, herramientas, bebidas, alimentos y una correa para Indio, finalmente cargo todo en un carrito; los cadáveres de los saqueadores están en franca descomposición, Indio los mira con temor. Deposito las cosas en el automóvil y me dirijo al norte de mi ciudad, en ese barrio conseguiré el vehículo que necesito. Doy algunas vueltas y, aparcado en el jardín de una hermosa casa, una Grand Cherokee me llama la atención. Estaciono dejando a Indio encerrado, intento abrir las puertas del auto, está cerrado. Me dirijo a la casa correspondiente estudiando sus aberturas, pruebo las puertas y están con llave, la ventana de la cocina está trabada.
Sintiéndome un villano rompo el vidrio y enseguida suena una alarma, la culpa me embarga, espero unos minutos pero nada ocurre, entro a la casa por la ventana, sólo busco las llaves del vehículo. Las encuentro sobre la mesa del comedor. El olor me indica dónde yacen los que una vez fueran los habitantes de esta elegante casa, no tolero más imágenes de muerte, me retiro saltando por la ventana, transfiero los elementos obtenidos en el hipermercado a mi nuevo vehículo; Indio sube de un salto, pongo en marcha el auto y parto al departamento. Allí cargo rápidamente todos mis bienes, no veo la hora de salir de este cementerio profanado. Antes de irme de la ciudad busco una pared lo suficientemente grande. Con cierto remordimiento elijo la del Arzobispado y pinto “He sobrevivido la peste, me dirijo a Brasil en las proximidades de Florianópolis”. Ojalá alguien, alguna vez lo lea. A la salida de la ciudad paro en una estación de servicio, no tiene combustible, algunos vehículos están estacionados en la cercanía, metódicamente abro las tapas de sus tanques de combustible y, con las mangueras lleno cinco bidones de veinte litros y completo el tanque de mi auto. Al lado de la estación veo un pequeño cyber, una computadora está encendida, el reloj marca sesenta horas de uso, sonrío irónicamente para mis adentros, todos huyeron, menos mal que no tengo que pagar por este uso, los sitios de noticias o están fuera de servicio o tienen en sus portadas noticias atrasadas en más de tres días de antigüedad. Leo ávidamente todos los portales posibles, no aportan nada nuevo, chequeo mecánicamente mi correo, no hay mensajes nuevos, sólo el habitual spam que abruptamente se interrumpe el martes pasado, mentalmente calculo, hoy es Sábado han pasado cuatro días, el silencio en Internet me sorprende aún más, ¿Estaré realmente solo en todo el mundo?
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El Ultimo
AventuraEl olor nauseabundo me descompone, las imágenes son horripilantes, los perros vagabundos y las aves de rapiña son los nuevos amos de las ciudades.