Toda la comunidad espera en el puerto, Diego ha avisado a todos y se han reunido en la costa. Los chicos aproximan el barco al muelle. Diego, Joao y Kaborí los ayudan con las maniobras de atraque mientras todos miran a los niños esperando noticias. Finalmente, con el barco asegurado cruzan el muelle hasta la costa. Son las seis de la tarde y Catalina hace su relato. Al finalizar Diego mira a Kaborí, él asiente, en seguida se alejan a conversar.
Para los chicos, aun los más grandes, la historia del Tuerto es casi una leyenda. Sólo las tumbas permanentemente mantenidas por Teresa, les recuerda la triste realidad de la historia. Para los mayores, en cambio, es algo que simplemente no puede volver a ocurrir.
Joao y los hermanos de Kaborí trasladan a toda la comunidad a la escuela. Todas las armas y municiones, tanto las propias como las que poseía la banda del Tuerto, son entregadas a Teresa, Cecilia y Joao. Los niños se concentran en el medio del salón, las ventanas son cubiertas por los mayores. Diego y Kaborí, suben a una canoa y navegan por la costa en silencio. La noche está cerrada, mediante monosílabos y en voz baja reportan por handie su posición a Joao. Al cabo de dos horas la canoa roza la arena de la playa. Kaborí parece ver en la oscuridad, guía a Diego con miradas y gestos de sus manos. En menos de diez minutos encuentran el sendero y comienzan el ascenso, Diego sigue a Kaborí que avanza agazapado, cada tanto se detiene, escucha, mira, toca, huele y continúa lentamente. De pronto llegan a un claro, esperan agazapados con los sentidos aguzados.
Finalmente, cuando se deciden a avanzar tres potentes reflectores se encienden encandilándonos. Una voz en un duro español resuena por un altoparlante.
- Aproxímense, no estoy armado.
Cubierto con redes de camuflaje Diego observa cuatro containers, y unos enormes tanques cilíndricos, mientras se acercan cautelosamente ven una antena parabólica montada sobre uno de ellos. Una puerta se abre y un hombre mayor con una barba gris y vestido con un raro uniforme sale a recibirlos.
- Pasen, estoy solo, no represento peligro para Uds.
Kaborí se niega a entrar, Diego lo mira y le dice al hombre.
- ¿Como sabemos que no nos emboscarás?
- Porque sé que tu eres Diego y seguramente quien te acompaña es tu amigo Kaborí, y porque no les pido que tiren sus armas, pueden dispararme cuando quieran, mi vida esta a su merced. Por favor, síganme, resultará mas fácil explicarles todo adentro, hace quince años que se de Uds. Y cinco años que los observo desde aquí, este encuentro era inevitable tarde o temprano.
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El Ultimo
MaceraEl olor nauseabundo me descompone, las imágenes son horripilantes, los perros vagabundos y las aves de rapiña son los nuevos amos de las ciudades.