2. Ian

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Bien supongo que esto se convirtió en mi pan de cada día o madrugada, desde hace dos semanas. Suspiro de cansancio. Desde que mamá le dio mi número a ese individuo sin mi autorización no deja de molestarme. Ian, es Ian Mcmaster y es un idiota, sí, resultó ser él. En el pasado no hacía más que molestarme y de sólo recordarlo mi sangre ya hierve. Y para colmo mamá solo me dice que es muy bueno que nos estemos hablando. No nos hablamos. Lo insulto que es diferente.

Mi nombre es Emily Marie Barnes, tengo 17 años. Voy en mi último año de secundaria, y si logro salir ilesa este último curso, próximamente seré toda una universitaria y con los años suficientes para darme la gran vida. Ah, bien exagero un poco. A veces las grandes desilusiones te hacen desvariar como a mí. Dejémoslo solo en qué me liberaré de mis padres. Y obvio me mudaré a un dormitorio como lo hizo Jacob, mi hermano mayor que ya va en su segundo año de ingeniería en la universidad. Con auto y muchas novias a bordo.

¡Qué mujeriego suertudo!

Papá, es jefe de bomberos y mamá enfermera en el hospital de la ciudad, y hoy parece que van a estar muy ocupados; hay una nueva emergencia por incendio forestal en la montaña. Papá debe atenderla, y por ende mamá también por su turno. Hoy está en el área de urgencias y va a estar de guardia toda la noche. Mucho trabajo para ellos. Y lo mejor es que hoy es viernes, y mis amigas y yo tendremos pijamada en mi casa. Sí, aún somos de esas.

Algo suena y no es mi teléfono afortunadamente es mi despertador, y es que con las llamadas de ese tonto casi ni puedo dormir. Son las seis de la mañana, tengo malgenio, y el silencio reinante me dice que ya no hay nadie en casa. ¡Y tengo escuela! ¡Y no, no estoy en mis días!

¡Que quede claro!

Tomo un baño súper rápido, porque hoy no lavaré ni peinaré mi cabello, necesita arreglo por manos expertas; así que lo dejo para cuando vaya a la peluquería de Helena, la mamá de Phoebe. Ella sabe cómo tratármelo. Recojo toda mi maraña castaña clara en una cola de caballo alta, un poco de rubor y brillo rosa en mis labios. Voy al closet y me decido por un pantalón azul claro ajustado, una camisa a cuadros que me queda holgada, y botas. No llevaré chaqueta. Es verano y últimamente hace mucho calor. Bajo al comedor de la cocina y como es natural los días lunes, no hay desayuno para mí, solo una nota de recordatorio.

"Cariño, buen día. Ya salimos; pero eso no significa que te iras sin desayunar. Prepárate algo. Besos. Mamá"

Que linda, pero no voy a preparar nada, eso me llevará mucho tiempo y estoy literalmente cansada, agotada y lista para recoger con palitas. Compraré algo en la cafetería de la escuela apenas llegue. Saco de la nevera una cajita de leche con sabor a fresa que es lo que más abunda allí, y me la empiezo a tomar. Sí, ella dice que eso es para que tenga huesos y dientes fuertes. Mamá aún cree que soy una niña de ocho años descalcificada. Recojo mi mochila y salgo. Mi teléfono vibra; es papá, en su turno de llamarme. Se sincronizan para hacerlo, y así estar pendientes de mí. Les adoro por preocuparse por mí; y no porque me asfixien.

―¿Todo en orden cariño? ―Pregunta apurado―. Seguro trae la manguera en la mano mientras me llama.

―¡Sip! Ya salgo para clases.

―¡Un momento! Ya desayunaste.

Una pequeña mentira para no retrasarme.

―Sí, obvio.

―Ok. ¿Y en que te irás?

―Tomaré el autobús.

―Bien, no sé cuánto durará esto. Trataré de llegar esta noche.

―No te preocupes, estaré bien. Mis amigas vendrán.

―Aun así. Lo intentaré. Y no destrocen nada.

―Ok. Pa. Apaga el incendio pronto.

―¡Gracias cielo! Buen día. Besos ―se despide todo apurado

―Besos para ti también. Adiós papá. Cuelgo.

Qué lindo mi padre, y solo espero que el incendio no se propague. En este mes ha habido varios por la sequía. Mi teléfono vuelve a vibrar y reconozco el número en el acto. Le puse por nombre, "pesadilla a la mad" porque no cupo todo el nombre. Cierro la casa con llave y salgo hacia la parada del autobús, y en el camino sin más remedio contesto o no parará de insistir.

¿Qué quieres? ―Farfullo contra el teléfono.

―Auch, que agresiva. Eso me gusta de ti.

―Ian, te voy a colgar ―amenazo.

―No, no lo harás. ―Él se burla todo coqueto, y es el colmo.

―Oye, ya déjame en paz. Tengo clases ―grito al teléfono y cualquiera que me vea pensará que estoy loca por gritarle al aparato.

―¡Ah sí! ¿Dónde?

―¡En no te importa! Adiosito―. Le cuelgo.

El autobús se detiene en la parada, y en cuanto abre la puerta subo. Busco puesto junto a la ventana y veo que el lugar en que suelo siempre sentarme ya está ocupado. Es el chico tipo sueños imposibles, está justo allí, usando un buzo gris con capota con la cual se cubre la cabeza y vaqueros oscuros ajustadamente perfectos a sus largas y trabajadas piernas de jugador. Es raro verle en el autobús, ya que él conduce un fabuloso y siempre sucio Camaro rojo. Intento apresurarme y pasar con cuidado para no molestarle. Pero como tonta me detengo justo donde está él. Debe ser el efecto imán natural de chicas, y yo soy una. Le observo porque parece profundamente dormido. Escuché que tuvieron fiesta ayer en casa de Jay; y él, a pesar de ser un estudiante modelo, jamás falta a una.

―Toma asiento y deja de payasear Barnes ―chasquea entredientes y sin mirarme Jeremy Ross.

Por lo que veo tiene muy buenos sensores auditivos. Aun no deja de llamarme Barnes; obvio me conoce. Él y yo vemos la clase de literatura inglesa. Hablamos solo para discutir en medio de la clase, y es mucho más elocuente que yo. Se acomoda en la silla y levanta su mirada, lleva barba, por lo menos de tres días. Sus cejas se alzan, su labio inferior se mueve en una mueca torcida y mis ojos se conectan con los suyos inquisitivos. No, eso no pasó. Sí, confirma mi subconsciente. Zumbo como una flecha al último lugar.

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Antes del fuego✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora