35. Infraganti

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Abro mis ojos, y aunque la habitación todavía está a oscuras, ya debe ser muy de mañana. Jeremy aún está dormido a mi lado. Busco a tientas mi cartera sobre la mesita para sacar mi teléfono y no logro llegar a ella. No tengo sabana, debió caerse al piso. Mis muslos duelen más que las veces anteriores, creo que me voy a desarmar. ¡Mierda! Los ejercicios sexuales de Phi. Sigo intentándolo y mi mano es atrapada por una más grande.

―¿Que buscas? ―Pregunta medio dormido, y su voz suena como un ronquido sexi.

―Quiero ver la hora.

―Para qué.

―Como que para qué. Debe ser tarde.

―Y que si lo es ―espeta halándome hacia él, me resisto y no cesa hasta que logra que me tumbe encima de él. Se mueve hacia arriba haciendo que abra mi boca y lance un gritico.

―¿Qué haces? ―Pregunto espantada.

―Ya lo sabes. Hace unas horas te dije que te cogería a primera hora de la mañana. ―Él suelta de su bocaza sucia y mi mandíbula riega su pecho.

No proceso, mi cerebro se confunde rememorando en que momento dijo eso y yo acepté. El aprovecha mi distracción y me lleva debajo de él metiéndose entre mis piernas.

―Vamos Em, estoy duro como una roca, no lo sientes. ―Su voz sigue siendo ronca y seductora, como resistirme. 

¡Es tan malo!

―Y cómo te ocurrió eso ―saco graciosa, lo primero que se me ocurre.

―¡Oye! Eso se llama erección matutina. Debes remediarlo o si no voy a morir.

¿Erección qué? ¿Morir? De qué habla. No soy hombre para saber lo que les pasa en las mañanas. Jeremy no me deja responder, sus manos ya me están quitando los boxes dejándome desnuda de la cintura para abajo. Me dejo vencer y a él solo le toma un segundo sacar su pene bajando la cinturilla del pantalón de su pijama. ¿Y qué hay de usar protección?

―¡Jeremy espera!

―Quédate quieta, Em ―ronronea en mi cuello.

―Ponte uno ―digo.

―¿En serio quieres? ―Ahora si pregunta abriendo grande sus ojos, y yo casi me desmayo.

―Morirás si no, y yo no quiero eso ―murmuro resignada con su astucia.

―Bromeaba, no moriré por eso.

―¡Eres tan malvado!

―Em, crees que voy a morir y a dejarte sola. Eso jamás va a pasar. Además voy a ser tu amante hasta la eternidad.

―¡No juegues con eso, vampiro! ―Espeto.

―Está bien, no moriré por no tener sexo. A lo mucho me dolerán las bolas.

―¡Oye!

―¡Qué! ―Rechista como un niño travieso.

Se retira un poco y toma un nuevo paquete lo rompe y saca el condón, seguido se lo pone ante la expectativa de mi rostro y mis piernas abiertas como ventanas de par en par. Vuelve a acomodarse entre ellas y empieza a penetrarme despacio. Siento su punta. Jadeo y gimo al mismo tiempo, y en ese mismo instante la puerta se abre también de par en par. Ambos nos volvemos como dos estatuas de piedra caliza en la misma posición, y seguramente enmarcadas para la eternidad como los amantes de Pompeya. Mi cara arde de vergüenza, y la de Jeremy, de furia. Atrapo una almohada y me escondo tras ella.

―Lo encontró señor Ross... ―Se corta la voz de la mujer de rizos pelirrojos que se estrella en la espalda del juez Jonathan Ross, que se ha quedado de pie como un tótem en la puerta, y seguramente al ver lo que estábamos a punto de consumar otra vez.  

Antes del fuego✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora