18. El ruiseñor y la rosa

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Cuando empujo la puerta lentamente, lo encuentro sentado sobre la alfombra y muchos de los libros de los estantes que había visto antes, ahora están apilonados a su lado, como clasificándolos; evado mi vista del sofá y me fijo en lo que está haciendo. Los coloca con sumo cuidado dentro de una de las cajas vacías.

―¿Van a mudarse? ―Pregunto acercándome con sigilo.

―No. Solo quiero prevenir.

―¿Por qué? Son acaso muy valiosos.

―Mmm uh.

―¿Que les podría pasar?

―La casa no es segura.

―¿Es por los incendios?

―Demasiadas preguntas, Barnes ―resopla y yo le hago otro enorme puchero, y le saco la lengua.

Amaga una sonrisa, rueda sus ojos y finalmente asiente, mientras sostiene en su mano un ejemplar de "el ruiseñor y la rosa" de Oscar Wilde; lo abre con mucha emoción y busca una página en especial. La lee en voz alta. Me tumbo a su lado, entrecierro los ojos tratando de recordar la historia, y que en su tatuaje no hay un pájaro; sino un ruiseñor.

―[...]Entonces lanzó un último trino musical. La pálida luna al oírlo, olvidándose de la aurora, estuvo vagando por los cielos. La rosa roja al escucharlo se estremeció en éxtasis, desplegando sus pétalos al aire fresco del amanecer. El eco lo fue llevando hasta la caverna oscura de las colinas, y despertó de sus sueños a los pastores.

Veo que me mira por encima del libro, sonríe y continúa leyendo.

Fue flotando entre los cañaverales del río, y ellos hicieron llegar su mensaje al mar. "¡Mira, mira!", gritó el rosal. "Ya está terminada la rosa." Pero el ruiseñor ya no podía contestar. Estaba muerto sobre la crecida hierba, con una espina clavada en el corazón.[...] 

Hace silencio cuando termina con la porción del libro.

―Es una linda y triste historia. No sabía que te gustara Oscar Wilde ―alabo su buena narrativa.

―Es mi favorito ―expresa cerrando el libro de sopetón soltando algo de polvo, lo acomoda en la caja encima de otro que conozco muy bien, "el príncipe feliz". Por un segundo acaricia con sus dedos la pasta gastada con el dibujo de los dos personajes, un pájaro una, una rosa y un corazón rojo como la sangre. La ilustración es preciosa. Ahora le hallo el parecido... con su tatuaje.

―Que te gusta de él, oí que era muy posiblemente gay ―digo adrede y parece que no le hace gracia mi hilarante apreciación de su gusto literario.

Durante las clases de literatura inglesa hemos debatido sobre varios autores; me pregunto por qué nunca ha propuesto a los textos de Oscar Wilde.

―¡Y que! Que sea gay no lo hace un mal escritor ―defiende gusto literario.

―No me refiero a eso ―me excuso.

―Mi abuela, la temible Marian Maxwell, me regaló la colección completa cuando cumplí seis años, me dijo que los encontró de casualidad en una tienda de antigüedades, y el dueño se quería deshacer de ellos; no creía que fueran originales. Cuando se dio cuenta que si lo eran, trató de recuperarlos; y mi abuela me llevo con él, y ella le dijo que si quería recuperarlos tenía que quitármelos de las manos. No fue posible, yo me aferré ellos hasta llorar mucho. Finalmente el hombre solo me dio una recomendación. Debía atesorarlos, o si no me las vería con él, y eso he hecho hasta ahora.

¡Mierda! Se me ha escapado una lágrima, que procedo a limpiar rápidamente. Pestañeo varias veces. Él me observa un poco inclinado hacia mí, no dice nada y rueda su vista nuevamente hacia el ejemplar.

Antes del fuego✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora