PRÓLOGO

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El día que me mudé a Gernia, pensé que mi vida cambiaría poco al llegar allí y todo fue así, hasta que un día dio un giro de trescientos sesenta grados, algo imposible y a la vez alucinante que me hizo pensar, creando miles de dudas en mi mente. De repente no sabía quién era, todo se volvió anormal y nada de lo que era mi vida parecía real o solo era una pequeña parte de lo que en realidad se escondía. Nunca había sido la que yo creía, sentía que mi vida había cambiado totalmente hasta el punto de no conocerme a mí misma. Hasta ese momento, pensaba que era igual que los demás: un cuerpo, extremidades, cabeza, y poco más. Alguien corriente, pero me equivocaba...

Antes de empezar mi historia me gustaría presentarme. Mi nombre es Ayla, acabo de cumplir dieciocho años, durante este año he sufrido miles de experiencias que un principio pueden parecer maravillosas pero conforme entras en este mundo, más se complica.

No le desearía a nadie lo que he tenido que pasar, ni si quiera a mi peor enemigo. Por mí, podría volver atrás, antes de que nada empezara. A tener una vida de adolescente normal, donde mis únicas preocupaciones eran el instituto y no llamar la atención.

Bueno, para contar mi historia he de empezar por el principio de todo, antes si quiera de mi existencia.

Fue hace años en un pequeño pueblecito cerca de Roma, cuando una chica caminaba por las calles en un día soleado, sin ninguna nube y con una pequeña brisa que ondeaba sus cabellos. Ella era más o menos alta, con los ojos marrones y el pelo castaño claro, que al reflejo del sol parecía más rubio.

Había salido para relajarse, llevaba días encerrada en su despacho trabajando como abogada en un caso demasiado complicado como para salir.

Se había mudado allí durante una temporada, pero cuando terminara el contrato volvería a España, no terminaba de acostumbrarse a la vida en Italia.

Aquel día pensó que sí seguía más tiempo delante de aquellos papeles su cabeza explotaría, así que decidió salir. Caminó durante un buen rato y a pesar de la belleza del pueblo nada le parecía interesante, hasta que encontró un pequeño bar con un nombre extraño que le llamó la atención y decidió entrar.

El establecimiento era encantador y la gente apasionada y divertida. Todo allí le hacía sentirse cómoda, así que se pidió una copa y mientras observaba el bar y pensaba en sus cosas, un hombre más o menos de su edad, quizá mayor, le evadió de sus pensamientos:

­­­— ¿Es precioso verdad? —preguntó él.

— Sí, es justo lo que estaba pensando —respondió ella con una amable sonrisa.

—Un Martini, buena elección —añadió él señalando a su copa.

— Sí, ¿Cuál es tu... elección? —dijo ella irónicamente señalando su vaso, el cual no era trasparente.

— Cerveza

Entonces riéndose añadió ella:

— Algo muy español, sí señor.

— Sí bueno, pero el precio no está tan bien como en España, ¿no te parece?

— Sí, tienes razón, cuesta un ojo de la cara una simple cerveza, pero en fin...que se le va hacer —la chica bebió un largo sorbo de su copa y después siguió— ¿Y qué hace alguien español en un sitio como este? —preguntó.

— Estaba andando por el pueblo y el cartel me llamó la atención, así que entré.

— ¿De veras? — le sorprendió aquella intervención de aquel hombre, parecía que pensara igual que ella— Yo he entrado por la misma razón, llevo unas semanas aquí por trabajo y apenas he salido a ver el pueblo, no he salido de mi despacho, así que hoy he decidido andar un poco. Por cierto, soy Clara Gil.

— Yo Ramón Gisbert, encantado de conocerte —dijo dándole la mano.

— Bueno, ¿puedo hacerte una pregunta? —dijo ella curiosa.

— Ya la has hecho, pero sí "lo que usted quiera señorita Gil" —dijo él poniendo la típica voz de mayordomo.

— Jajaja, bueno —añadió ella carraspeando, ya que le dolía un poco la garganta— ¿Cómo sabías que era de España?

— Simplemente lo sabía, noto cuando alguien no es de aquí, es como un sexto sentido, noto quienes son de mi tierra —él paró y vio como ella le miraba subiendo una ceja incrédula— además me ha llamado la atención tu acento cuando has pedido la copa y he dicho: "española de la cabeza a los pies".

— Jajaja, ¡Vaya, parece que no ves a un español desde hace tiempo! —dijo entre risas.

— Demasiado... —contestó él apoyándose en la cabeza. Siguieron charlando durante un rato más. Aquel hombre le llamó la atención y no paraba de mirar sus intensos ojos azules y su pelo oscuro y largo que le llegaba por debajo de las orejas.

Ya cuando ambos se iban a retirar y se habían intercambiado los teléfonos, él le preguntó:

— ¿No quieres saber el nombre del bar?

— Sí, la verdad, tengo curiosidad —entonces el hombre llamó a la camarera y le preguntó la razón, y ella le respondió:

— Ayla es mi nombre.

Pasaron los días y cada uno de ellos, esas dos personas, quedaban en el mismo bar y a la misma hora. Parecía que cada uno conociese al otro como a sí mismo y se sorprendían de lo parecidos que eran, así que después de un año y al haber vuelto a España ambos, se reencontraron, se enamoraron y al cabo de otro año más se casaron.

Intentaron durante meses tener un hijo y cuando al fin se produjo, tuvieron una niña y ambos estaban de acuerdo en cuál sería su nombre.

Así es como empezó mi vida, la vida que yo conocía y que a mis diecisiete años de edad, tuve que dejar atrás.

AYLA © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora