CAPÍTULO 9: Mike

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Su expresión cambió de repente, sus ojos me miraban asustados y su cara palideció.

— ¿Qué? ¿Cómo? —consiguió decir, aún pálida y seria.

— Verás, esto tiene que ver con lo que te he dicho antes —dije informándola mientras empezaba a recordarlo todo.

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Me desperté y miré el despertador, las seis, casi no había pegado ojo quedaba una hora para que sonara la alarma así que intenté volverme a dormir. Tras un rato dando vueltas sin conseguirlo, me levanté y bajé a ver la tele al salón. Hacían programas extraños y raros que nadie ve, así que terminé poniendo una película, que resultó ser tremendamente aburrida y terminé durmiéndome en el sofá.

— Miguel —dijo una voz sacudiéndome para que me despertara— Miguel cariño, despierta —la voz de mi madre cariñosa y tierna como siempre me despertó. Cuando abrí los ojos mi madre iba vestida con un mono vaquero lleno de pintura, con un pincel en la mano y con una mancha en la cara de tempera.

— Mamá te has manchado —dije señalándole la parte manchada.

— Uy, jaja —dijo mientras se limpiaba con un trapo— va tienes que ir al instituto, date prisa.

Subí a mi cuarto y me cambié de ropa, me puse una camiseta blanca encima una camisa azul marino desabrochada unos vaqueros claros rotos y unas vans azules. Me empecé a peinar ante el espejo y me observé detenidamente, la verdad es que me conservaba bien para tener catorce.

Quizá hiciera falta un poco de gimnasio, últimamente no hacía ejercicio, desde que dejé de jugar al baloncesto. Le dije a mi madre que era porque estaba cansado de ese deporte, que me aburría y que lo dejaría por un tiempo o definitivamente. Sirvió como excusa, en realidad me apasionaba, pero con un don incontrolable no te puedes arriesgar.

Seguí observándome en el espejo y me fijé en mis ojos, la verdad es que tener los ojos claros era un punto a mi favor, pero tampoco es un detalle que para mí, llamé mucho la atención. Seguí peinándome pero mi pelo no quedaba bien, así que opté por alborotármelo y ponerle gomina.

Terminé y bajé a la cocina, después de desayunar y lavarme los dientes, mi madre me cogió la mochila mientras metía dentro un bocadillo.

— Toma hijo —dijo ofreciéndome la mochila— que tengas un buen día — tras esto me besó en la mejilla.

Llegué al instituto, tocaba lengua con Lucinda, era una profesora excelente, aunque literatura por muy bien que la expliques o aún que intentes hacerla más divertida es un auténtico tostón. Una vez sentado en mi asiento y conforme fue llegando la gente, me di cuenta de que mi amiga no había venido hoy, supuse que no era nada. Abrí mi libro por la página correspondiente y la profesora comenzó a explicar, intenté prestar atención pero la literatura era algo a lo que no le tenía mucho interés. Miraba el libro aburrido mientras la profesora explicaba el prerrenacimiento, las letras en negrita me mostraban lo que la profesora explicaba, así que decidí leer lo que ponía.

Inesperadamente, las letras comenzaron a ser borrosas e iban cobrando vida saliéndose del libro y formando torres entre ellas mientras hacían una especie de baile. Costaba muchísimo controlar el poder, pero poco a poco fueron desapareciendo y volviendo cada una a su sitio. Tenía que controlarlo mejor, o tarde o temprano alguien terminaría descubriéndolo. Lo más duro de todo es que era el único, o al menos eso parecía y era frustrante no poder contárselo a alguien.

Alguien tocó la puerta, era una chica, ya que podía ver su pelo por el cristal de la puerta, la profesora le indicó que pasara y entró, se dirigió al escritorio de esta y le mostró el justificante, después se fue hacia su sitio, al lado del mío.

AYLA © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora