CAPÍTULO 32

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La gente corría por los pasillos hacia el exterior, Mike y yo decidimos hacer lo mismo. Los gritos continuaban acompañados de comentarios, cuando al fin llegamos Dani estaba encima de Eric pegándole.

— ¡La has matado! ¡La has matado! —Dani no paraba de gritar.

En ese momento Cysa llegó con tres guardias. Cuando se dio cuenta de lo que pasaba se puso histérica.

— ¿¡Pero qué demonios hacéis ahí parados?! —dijo a los guardias— ¡Separadlos!

Los guardias siguieron sus órdenes y se llevaron a Dani mientras este se resistía— ¡Soltadme! ¡Soltadme! —gritaba él. Cysa daba vueltas buscando a alguien con la mirada.

— ¡Carlos! —gritó— ¡Carlos! —de pronto, otro guardia apareció corriendo— ¡Se supone que debías vigilarlo!

— Lo siento señora, me dijo que tenía que ir al baño y cuando vi que tardaba fui a buscarlo y no estaba. Los de la sala de ordenadores, me han dicho que ha entrado ahí y ha visto uno de los recuerdos —contestó. Recordé en ese momento que hicieron una copia de nuestro recuerdo de la noche en la que Marina murió para ver exactamente qué había pasado, supongo que también era para ver qué clase de arma fue la que uso Marina para disparar a Dani.

Miré hacia Eric pero se había ido, le busqué con la mirada para ver donde estaba. De pronto vi a alguien a lo lejos sentado enfrente del lago. Decidí ir con él, al fin y al cabo lo que hizo fue para protegernos. Caminé hacia allí entre los árboles, Eric estaba tirando piedras al lago. Me senté al lado de él en silencio y cuando pasó varios segundos empecé a hablar.

— ¿Estás bien? —Eric se mantuvo un momento callado y luego habló

— Cuando me dijeron que Dani estaba aquí sabía que tarde o temprano sucedería —contestó mientras tiraba una piedra al lago— Pero no creí que fuera tan duro —añadió. Era la primera vez que veía a Eric llorar, de sus ojos azules salió una lágrima que poco a poco fue recorriendo su cara hasta caer al suelo— No soy un asesino.

— Eric, la mataste pero no tuviste otra opción... —de repente giró su cara hacia mí mirándome con rencor.

— ¿No entiendes nada verdad?

— ¿Qué? ¿de qué hablas?

— Ya te lo dije, estaba ya muerta.

— ¿Cómo estás tan seguro?

— Me duele que pienses así de mí, sobretodo tú, no soy un asesino. Sabía lo que hacía, sabía lo que iba a pasar. Todo lo que hago es por obligación, o por defender a alguien, o a mí mismo.

— Eric, dijiste que ya lo habías visto, ¿ya te había pasado algo así?

— Sí, tenía siete años...—Eric tragó saliva, parecía duro de contar.

— Tranquilo, desahógate —dije. Quería conocerlo mejor, saber que ocultaba porque era así, solitario violento e incomprendido.

— Era noche buena, aquel día me desperté feliz, ya me había acostumbrado a esa familia. Era maravillosa, mis padres eran muy cariñosos. Recuerdo que aquella mañana mi madre adoptiva preparó chocolate y mi padre recogía leña para la chimenea. Después de llegar mi padre, desayunamos y luego salimos. Durante todo el día estuvimos dando vueltas por la ciudad hasta llegar a un centro comercial. Allí estuvimos viendo tiendas, recuerdo que mi madre se paró para ver un abrigo en un escaparate. Yo estaba aburrido, esperando, hasta que algo a lo lejos me llamó la atención, era una tienda de juguetes y había un coche enorme. Me quedé parado observando durante varios minutos embobado. De repente un hombre vestido de negro se acercó a mí. Se quedó observándome durante un tiempo, hasta que me di cuenta. El hombre me asustaba y solo le dio tiempo a preguntarme una cosa, mi nombre. Antes de que le diera tiempo a más llegaron mis padres enfurecidos por haberme alejado de ellos. Observé al hombre a lo lejos como hablaba por teléfono mientras seguía observándome. Después nos fuimos a casa y mi madre comenzó a hacer la cena, mientras yo y mi padre jugábamos. Después de cenar nos sentamos alrededor de la chimenea y mi padre comenzó a contarme historias mientras yo escuchaba atentamente mirando al fuego. Mi madre nos observaba con cariño mientras cosía una bufanda. Al cabo de un rato me quedé dormido y me subieron a mi habitación, fue una noche maravillosa, nada podía empeorarla, hasta que... —Eric se calló un segundo y luego continuó— me desperté al oír ruidos que provenían de abajo, pensé que era Papa Noel trayendo los regalos así que decidí bajar y esconderme en un armario empotrado del salón. Deje un poco abierto el armario para observar. Alguien había encendido la luz de la cocina, la cual se encontraba justo enfrente. Pensé que Papa Noel estaba tomándose algo antes de ir a dejar los regalos. Oía como alguien abría cajones buscando algo, no sabía el que exactamente. De repente alguien bajo por las escaleras, era mi madre, llevaba el pelo recogido en una pinza, una bata rosa y la cara adormecida. Miró con cara extraña hacia la cocina y después se fue hacia ella. Era mi padre quien estaba en la cocina y mi madre se puso a hablarle pero no le contestaba, mi madre entonces gritó y vino corriendo hacia el salón. Cuando llegó su cara estaba pálida del miedo y antes de que tuviera oportunidad llegó mi padre, con un cuchillo de cocina y le agarró del pelo. Tenía los ojos rojos y antes de que mi madre pudiese hacer un intento de escapar, el cuchillo atravesó su garganta salpicando de sangre todo el salón, incluyendo el armario, de tal forma que la sangre llegó a mi cara. El cuerpo de mi madre calló al suelo y los ojos de mi padre dejaron de estar rojos, entonces él tiro el cuchillo y calló al suelo también. Permanecí ahí parado, observándolos, no podía moverme, no podía creer lo que acababa de pasar, no podía creerlo. De repente alguien forzó la puerta y entró, oía sus pasos avanzar hacia las escaleras, era el hombre del centro comercial. El hombre subió las escaleras y a cada paso la madera rechinaba. Veía como el hombre entraba a mi cuarto y al descubrir que yo no estaba se volvía histérico, entonces decidí cerrar completamente la puerta. El hombre volvió a bajar y se puso a buscar por todo los sitios, lo oía abrir y cerrar armarios y notaba como se acercaba hacia a mí. Noté como su mano se ponía sobre la puerta del armario, yo estaba encogido, cubriéndome la cabeza, y temblando. La puerta empezaba a abrirse y me faltaba la respiración, pero justo en el momento que se abría yo me desvanecía y aparecía en otro lugar. Cysa, me había implantado el chip antes de dejarme con la familia, de momento solo funcionaba cuando estaba en peligro. Acabé en un bosque a las afueras de la ciudad y estuve ahí durante una hora, hasta que volví sin pensarlo a donde estaba en el armario. La policía había llegado y dijeron que ambos estaban muertos, no se explicaban que había podido suceder, porque mi padre no tenía ninguna herida ni lesión. Después de estar un rato buscándome me encontraron y me llevaron a un hospital. Estuve hospitalizado durante un año entero, dejé de hablar y apenas comía. Cuando consideraron que estaba curado del trauma me trasladaron a un internado y estuve allí hasta que Cysa me recogió.

AYLA © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora